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Centro de Estudios en Nutrición del Dr. T. Colin Campbell

Las enfermedades cardiovasculares son la causa principal de mortalidad en EE. UU. La enfermedad cardiaca y el cáncer, combinados, representan casi el 50 % de todas las muertes cada año y afectan a casi 14 millones de norteamericanos.[1] Durante los últimos 40 años, numerosos reportes científicos han examinado las relaciones entre el nivel de condición física, , la actividad física y la salud cardiovascular. Los Centros de Control de Enfermedad y Prevención (CDC, por sus siglas en inglés), el Colegio Americano de Medicina del Deporte (ACSM, por sus siglas en inglés) y la Asociación Americana del Corazón (AHA, por sus siglas en inglés),[1][2][3] junto al informe del Cirujano General (Surgeon General Report) de 1996 sobre actividad física y salud en EE. UU.,[4] ratificó la evidencia científica al vincular la actividad física regular con diversas medidas de salud cardiovascular. El punto de vista prevalente en esos reportes es que los individuos más activos tienden a desarrollar menos enfermedad cardiaca coronaria (CHD, por sus siglas en inglés) que sus contrapartes sedentarios. Si esta enfermedad cardiaca coronaria se desarrolla en individuos activos, se produce en una edad mayor y tiende a ser menos severa.

Una cantidad extraordinaria de evidencia científica indica que una dosis adecuada de ejercicio es un medio viable para manejar efectivamente los factores de riesgos primarios asociados con la enfermedad cardiaca coronaria. Los estudios que han seguido grupos grandes de individuos por muchos años, han documentado los efectos protectores de la actividad física para un número de enfermedades crónicas, no cardiovasculares, como la diabetes no insulinodependiente, la hipertensión, la osteoporosis, y el cáncer de colon.[4] En contraste, vemos una tasa mayor de eventos cardiovasculares y una tasa de mortalidad más alta que aquellos individuos con niveles menores de ejercicio físico.[2][4] Incluso los aumentos de actividad física a la mediana edad, a través del cambio en la ocupación y actividades recreativas, están asociados con una disminución en la mortalidad.[5] A pesar de esta evidencia, sin embargo, la mayoría de adultos en Estados Unidos siguen siendo sedentarios. Menos de un tercio de los estadounidenses cumple con las recomendaciones mínimas de actividad establecidas por CDC, ACSM, y los paneles de expertos del AHA.

Beneficios del ejercicio

Hay un número de beneficios fisiológicos del ejercicio; dos ejemplos son la mejoría en la función muscular y la fortaleza y la mejoría en la habilidad del cuerpo de tomar y usar el oxígeno (consumo máximo de oxígeno y capacidad aeróbica). Mientras la habilidad propia de transportar y usar el oxígeno mejora, las actividades diarias pueden desempeñarse con menos fatiga. Esto es particularmente importante para pacientes con enfermedad cardiovascular, cuya capacidad para el ejercicio es típicamente más baja que aquella de individuos saludables. También hay evidencia de que el entrenamiento físico mejora la capacidad de los vasos sanguíneos para dilatarse en respuesta al ejercicio u hormonas, lo que concuerda con una mejor función de la pared vascular y una mejor habilidad para suministrar oxígeno a los músculos durante el ejercicio.[1]

Otros beneficios del ejercicio regular son:

  • Incremento de la tolerancia al ejercicio
  • Incremento del colesterol bueno (HDL)
  • Incremento de la sensibilidad a la insulina
  • Reducción del peso corporal
  • Reducción de la presión sanguínea
  • Reducción del colesterol malo (LDL y total)

Aunque el efecto de un programa de ejercicios sobre un solo factor de riesgo puede ser generalmente pequeño, el efecto del ejercicio moderado y continuado sobre el riesgo cardiovascular general, cuando se combina con otras modificaciones del estilo de vida (como tener una nutrición apropiada basada en plantas, dejar el cigarrillo y manejar el estrés), puede ser drástico.

Primeros pasos para volverte físicamente más activo

Si actualmente estás diagnosticado con enfermedad cardiaca o tienes más de 45 años y cuentas con más de dos factores de riesgo (un miembro de tu familia inmediata con enfermedad cardiaca antes de los 55 años, tabaquismo, presión sanguínea alta, niveles altos de colesterol, diabetes, estilo de vida sedentario, u obesidad), deberías consultar a tu médico antes de comenzar cualquier tipo de ejercicio.[1] Claramente, la mayoría de la gente puede obtener beneficios significativos a partir de integrar 30 minutos de actividad moderada en sus días. Si sabes que no puedes apartar 30 minutos de actividad en un día determinado, trata de trabajar más actividades dentro del día, subiendo por las escaleras en vez de tomar el ascensor, o caminando en vez de manejar. Trabaja varios periodos de actividad más cortos, como de 10 minutos, en tu agenda. Lo más importante es comenzar. Hay evidencia creciente en la literatura científica de que la actividad física y el estado físico tienen una poderosa influencia en una serie de enfermedades crónicas.[4] Reducir el riesgo de enfermedades cardiacas a través de mayor actividad física podría tener un enorme impacto en la salud de los Estados Unidos.

Referencias

  1. American College of Sports Medicine. Guidelines for Exercise Testing and Prescription. 9th ed. Baltimore, Md: Lippincott Williams & Wilkins; 2013.
  2. Pate RR, Pratt MP, Blair SN, et al. Physical activity and public health: a recommendation from the Centers for Disease Control and Prevention and the American College of Sports Medicine. JAMA,. 1995; 273: 402–407.
  3. Fletcher GF, Balady GJ, Amsterdam EA, et al. Exercise standards for testing and training: a statement for healthcare professionals from the American Heart Association. Circulation. 2001; 104: 1694–1740.
  4. US Public Health Service, Office of the Surgeon General. Physical Activity and Health: A Report of the Surgeon General. Atlanta, GA: US Department of Health and Human Services, Centers for Disease Control and Prevention, National Center for Chronic Disease Prevention and Health Promotion; 1996.
  5. Paffenbarger RS, Hyde RT, Wing AL, et al. The association of changes in physical-activity level and other lifestyle characteristics with mortality among men. N Eng J Med. 1993; 328: 538–545.

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