No sé ustedes, pero yo todavía me siento bastante triste por el prematuro fallecimiento del Dr. McDougall. Supongo que contaba con que siguiera por aquí un par de décadas más. Antes de su fallecimiento, sólo había visto un par de entrevistas y nunca había leído sus libros. Así que me pareció apropiado y consolador conseguir un ejemplar de The Starch Solution (publicado en 2012) para aprender más sobre su trayecto recorrido con una alimentación basada en plantas sin procesar (WFPB, por sus siglas en inglés) y entender sus puntos de vista particulares sobre la salud y la enfermedad. Me encantó el libro y me costó mucho dejarlo. Sin embargo, como sugiere su título, este artículo no trata sobre el Dr. McDougall, sino sobre la persona a quien le atribuye este en The Starch Solution el haberle dado a conocer la importancia de la fibra: el Dr. Denis Burkitt.
Al enterarme de la influencia que tuvo Burkitt en McDougall, me sorprendió que su nombre no me resultara familiar y no pude resistir a la tentación de adentrarme en la historia de la nutrición para saber más. Haciendo referencias cruzadas a The Future of Nutrition, me di cuenta de que el Dr. Campbell había incluido a Burkitt en su resumen de los médicos pioneros que plantearon la hipótesis de una conexión entre el cáncer (en el caso de Burkitt, el cáncer de colon) y la nutrición. Indagando en la red, descubrí una revisión académica del 2018 sobre su trabajo, “Denis Burkitt y los orígenes de la hipótesis de la fibra dietética”[1] , en la que se analiza a profundidad el papel de Burkitt en la (en aquel momento) radical hipótesis de la fibra dietética y las funciones de varios otros personajes importantes para esa historia. A continuación, se presenta un resumen de lo que aprendí y mis pensamientos sobre Burkitt con relación al ‘(w)holismo’ y a aquel elefante proverbial.
Fuente: Sant Mat, «El elefante y los ciegos» (2018)[2]
Si no estás familiarizado con la misma, el paralelismo que hace el doctor Campbell de la parábola de los ciegos y el elefante con nuestro sistema de atención a la enfermedad es una metáfora que utiliza en el libro Integral. En la historia, seis ciegos tantean diferentes partes de un mismo elefante: pata, colmillo, trompa, cola, oreja y vientre. Al intentar describir lo que es un elefante, cada uno tiene una idea diferente. Uno cree que es como el tronco de un árbol; otro, una serpiente; etc. Se trata de una visión reduccionista del elefante. Aunque cada uno tiene razón, en parte, ninguno de ellos sabe lo que es o puede hacer el elefante en su totalidad. Del mismo modo, una visión reduccionista de la enfermedad nos lleva a tratar una serie de síntomas diferentes con distintos medicamentos y cirugías en lugar de abordar la raíz de los síntomas.
El Dr. Denis Burkitt (1911-1993) se crió en Irlanda del Norte, estudió medicina en el Trinity College de Dublín e hizo sus exámenes de la junta médica en Edimburgo (Escocia). Devoto religioso, se sintió llamado a entrar en el servicio médico colonial británico para hacer “la obra de Dios”, que para él significaba llevar la medicina occidental a África. Trasladó a su joven familia a Kampala, Uganda, donde trabajó como cirujano durante 20 años después de la Segunda Guerra Mundial. Desde una perspectiva contemporánea del colonialismo, podríamos desaprobar reflexivamente su asociación con el imperio británico. Sin embargo, su experiencia como cirujano en África fue esencial para sus aportaciones a la ciencia médica y para convertirse en uno de los primeros defensores de la medicina preventiva.
Denis Burkitt en África, hacia 1970. Wellcome Images L0040757. Accedido desde John H. Cummings y Amanda Engineer[1]CC BY
Burkitt alcanzó el estrellato de la investigación médica por haber determinado la causa de un linfoma mortal, principalmente de mandíbula, que afectaba a niños de Uganda. Estudiando minuciosamente la distribución geográfica del tumor, determinó que se debía a un virus que sólo prosperaba en determinadas condiciones de altitud, temperatura y pluviosidad. También demostró que el linfoma podía tratarse con dosis relativamente bajas de los agentes quimioterapéuticos existentes, curando así a muchos niños enfermos. El linfoma recibió su nombre y aún se conoce como linfoma de Burkitt. Gracias a esta importante contribución a la ciencia médica, pudo obtener financiación para la investigación cuando regresó al Reino Unido en 1966 y decidió centrar su atención en la comprensión de las causas del cáncer de colon.
En aquel entonces, la fibra ni siquiera figuraba en las tablas de alimentos. En general, se consideraba un forraje inerte sin mayor importancia. Como señala la revisión del 2018, “la palabra ‘fibra’ no aparecía en el índice de los principales libros de texto de nutrición y gastroenterología ni figuraba en el Cumulated Index Medicus, la biblia de los investigadores antes de la era digital. No había ningún libro sobre el tema ni artículos en ninguna de las principales revistas médicas”. Sin embargo, los puntos de vista sobre la fibra estaban cambiando y, como Burkitt tenía relaciones en África y viajaba mucho para dar conferencias sobre su linfoma epónimo, pudo conocer a otros médicos e investigadores cuyo trabajo era relevante para llegar a la raíz del cáncer de intestino. Como resultado, funcionó como una especie de centro intelectual, reuniendo muchas fuentes dispares de información para informar sus hipótesis y experimentos.
Como señala la reseña de 2018, Burkitt y la mayoría de las personas que influyeron en su pensamiento “en ningún momento se habrían llamado a sí mismos científicos; habían trabajado principalmente en África, evitaban en gran medida la tecnología y elogiaban las observaciones y experimentos simples”. Y sin embargo, debido a su experiencia colonial, estos médicos tenían algo de lo que carecían sus contemporáneos occidentales: una visión gran angular de la distribución geográfica de las enfermedades. Tenían que ser generalistas que supervisaban grandes territorios en lugar de especialistas en un campo concreto de la medicina. Colectivamente, tenían una visión que abarcaba África, la India y las naciones occidentales. Y lo que es más importante, se dieron cuenta de que si un grupo de enfermedades se dan juntas en la misma población o individuo, es probable que las enfermedades compartan una causa común (un concepto articulado por primera vez por el capitán cirujano Peter Cleave). Este concepto parece estar recuperando la atención en la actualidad (por ejemplo, el uso del término síndrome metabólico para describir un grupo de afecciones que se dan juntas y que aumentan el riesgo de enfermedad cardiaca, accidente cerebrovascular y diabetes tipo 2).
Destacaré tres de las fuentes y colaboradores de Burkitt entre varias figuras importantes cubiertas en detalle en el documento del 2018.
En 1971, Burkitt estaba listo para unir todas las piezas del rompecabezas. Reunió las pruebas epidemiológicas existentes junto con los datos que había recopilado de más de 1,400 hospitales rurales de África y la India, con los cuales había establecido lo que hoy llamaríamos acuerdos de intercambio de datos. (A cambio de una cuota, estos hospitales le proporcionaban mensualmente datos sobre la incidencia de enfermedades). Formuló una hipótesis para explicar las pruebas epidemiológicas, concretamente, que la deficiencia de fibra alimentaria provocaba un aumento del tiempo de tránsito, presiones intraluminales desiguales y cambios desfavorables en la microflora, lo cual, según él, conducía a la degradación de los ácidos biliares en subproductos cancerígenos. A continuación, puso a prueba sus ideas experimentalmente y publicó un artículo de referencia que se convirtió rápidamente en un clásico de las citas.[3]
Según los autores de la revisión del 2018, “Aunque el artículo [de Burkitt de 1971] no contiene estadísticas ni valores P, es excepcional por varias razones, entre las cuales destaca que Burkitt deriva de la epidemiología ideas que luego prueba experimentalmente, sugiere un mecanismo y luego propone una solución para la prevención.”[1] Es un artículo muy legible con algunos gráficos muy convincentes, reproducidos a continuación.
(A) Pruebas epidemiológicas (Obsérvese la enorme diferencia entre la incidencia del cáncer de colon en las poblaciones occidentales, incluidos los negros de EE. UU. («U.S.A Negro»), los blancos sudafricanos y las poblaciones negras de Johannesburgo, Nigeria, Mozambique y Uganda.)
Tasas de incidencia estandarizadas por edad para el cáncer de colon y recto en hombres de 35 a 64 años.[3] Modificado de Doll, “La distribución geográfica del cáncer” (1969): Denis P. Burkitt, Epidemiología del cáncer de colon y recto (1971).
(B) Experimento 1 de Burkitt—Efecto de la dieta en el tiempo de tránsito intestinal (Obsérvese que los alumnos del internado africano tenían una dieta que Burkitt describió como semieuropea).
Fuente: Denis P. Burkitt, Epidemiología del cáncer de colon y recto (1971).[3]
(C) Experimento 2 de Burkitt—Efecto de la alimentación en el peso de las heces (Como en el caso anterior, los alumnos del internado africano tenían una alimentación que Burkitt describió como semieuropea).
Fuente: Denis P. Burkitt, Epid iología del cáncer de colon y recto (1971).[3]
(D) Esquema que hipotetiza la relación entre la alimentación y el cáncer de intestino
Representación esquemática de la posible relación entre la dieta y el cáncer de intestino Fuente: Denis P. Burkitt, Epidemiología del cáncer de colon y recto (1971)[3]
En colaboración con el mismo grupo de médicos e investigadores, Burkitt amplió su teoría de la fibra basándose en la distribución geográfica de una amplia gama de “enfermedades no infecciosas”, como las cardiopatías coronarias, la obesidad y la diabetes. Con el tiempo, llegó a creer que una alimentación baja en fibra aumentaba el riesgo de estas enfermedades, además del cáncer de colon. Como afirma la revisión del 2018, en la década de 1970, “simplemente agrupar estas enfermedades como si tuvieran una causa común fue innovador”. Su artículo de 1982, publicado en el South African Medical Journal, explicaba que muchas enfermedades occidentales, como “la enfermedad cardiovascular, la diabetes tipo II, los cálculos biliares, la enfermedad diverticular del colon, la apendicitis, la hernia hiatal, el cáncer colorrectal, las varices, las hemorroides, la trombosis venosa, la obesidad y la hipertensión”, apenas existían en los países en desarrollo, y atribuía estas diferencias a profundas diferencias en la alimentación.[4] En este sentido, y en la forma en que combinó las pruebas epidemiológicas con los estudios experimentales, su trabajo prefiguró las investigaciones más exhaustivas y rigurosamente diseñadas del Dr. Campbell sobre la relación entre alimentación, salud y enfermedad.
“El hombre de fibra de Brian Kellock”: Reproducido por John H. Cummings y Amanda Engineer[1] CC BY
Misionero de corazón, Burkitt recorrió el mundo dando charlas sobre la importancia de la fibra alimentaria y cómo prevenir estas enfermedades “no infecciosas”. (Este término evolucionó a “enfermedades de la civilización”, luego a “enfermedades occidentales” y ahora a “enfermedades no contagiosas”). Escribió un libro titulado Don’t Forget Fibre in Your Diet, publicado en 1979, que se convirtió en un libro éxito en ventas internacional, y llegó a ser conocido como “El hombre de la fibra”. Al leer sobre esta etapa de su vida, me acordé de Al Gore recorriendo el mundo con su computador portátil para advertir sobre el cambio climático, como se documenta en Una verdad incómoda. Fue en una de esas presentaciones donde un joven Dr. McDougall conoció a Burkitt.
El encuentro de McDougall con el pensamiento de Burkitt sobre la alimentación se produjo en 1971.[5] Burkitt estaba de visita en Michigan para reunirse con Kellogg’s e intentar que aumentaran el contenido de fibra de sus cereales. Durante su estancia en Grand Rapids, aprovechó la oportunidad para dar una charla durante el almuerzo en un hospital de la ciudad. McDougall, entonces estudiante de medicina en la Universidad Estatal de Michigan, se encontraba entre el público. Lo que Burkitt compartió en esa charla a la hora del almuerzo inició a McDougall en un nuevo camino. En enero de 2013, McDougall escribió sobre este encuentro:
“Antes de escuchar las revolucionarias ideas del doctor Burkitt, creía que las enfermedades crónicas comunes sobre las cuales estaba aprendiendo eran todas misterios irresolubles, quizá debidos a infecciones víricas o a contratiempos genéticos. Después de su presentación, me di cuenta, por primera vez, de que ser médico podía significar algo más que tratar los signos y síntomas de mis sufridos pacientes con pastillas y cirugías. Las enfermedades comunes podían prevenirse, y posiblemente curarse, comiendo alimentos sencillos y baratos. Sin embargo, no comprendí del todo las implicaciones prácticas de sus lecciones hasta que realicé observaciones similares de primera mano como médico de una plantación azucarera en la Isla Grande de Hawai entre 1973 y 1976”.
Burkitt es muy citable. A continuación ponemos algunas citas escogidas, incluidas en el boletín del 2013 del Dr. McDougall sobre Burkitt:[5]
Burkitt es una figura importante en la historia de la nutrición. Fue a África en una misión de inspiración religiosa para llevar la medicina occidental a partes del mundo que tenían muy poco de ella en la década de 1940. Hizo lo que debieron parecer milagros con niños afectados por el misterioso linfoma que se llamaría linfoma de Burkitt. Remendó muchos miembros rotos y cosió muchas heridas. Lo que no podía prever era lo mucho que la población local le enseñaría sobre las limitaciones de la medicina occidental y la importancia de la alimentación. Fue testigo de lo poco que necesitaban las pastillas occidentales. Su salud hasta la vejez demostró que las enfermedades de la vejez con las que él estaba tan familiarizado, tras haberse formado en el Reino Unido, no eran inevitables y tenían mucho que ver con no haber seguido una alimentación mayoritariamente basada en plantas y rica en fibra.
Como postulan los autores de la revisión del 2018, el enfoque que utilizó, “en el cual creó una hipótesis para la causa de una enfermedad basada en observaciones epidemiológicas, su comprobación de la hipótesis mediante la experimentación (es decir, estudios de tránsito) que conduce a la propuesta de una política de prevención basada en la totalidad de las pruebas que reúne, es un modelo para las políticas de salud pública en la actualidad.”[1]
Lamentablemente, salvo honrosas excepciones, nuestra sociedad ha olvidado la obra de Burkitt y su visión holística de las enfermedades occidentales. Me parece asombroso que todas estas pruebas y teorías hayan estado disponibles durante más de 50 años y fueran bien conocidas en su momento gracias al evangelismo de Burkitt (mi madre, de 80 años, antigua profesora de economía doméstica apasionada por la cocina y la nutrición, recuerda su trabajo). Una pista sobre el olvido puede encontrarse en la reseña del 2018. El párrafo final comienza así: “Es fácil denigrar la hipótesis de la fibra que postula una causa y un remedio simples para un grupo tan amplio y prominente de enfermedades que ahora afligen o emergen en la mayoría de los países del mundo”.
Independientemente de que cada detalle de su teoría sea correcto, la enorme diferencia en los resultados de salud entre las poblaciones que seguían la dieta occidental de los años 60 y 70 en comparación con la dieta tradicional africana debería haber dado una pista a los gobiernos occidentales sobre la importancia de la corrección del rumbo que Burkitt recomendaba. Entonces se necesitaban cambios significativos, pero la diferencia ha aumentado aún más en los últimos años. Los cambios necesarios ahora son mucho mayores que en la época de Burkitt. En lugar de abordar las preocupaciones alimenticias planteadas por pioneros como Burkitt, los gobiernos occidentales permitieron a las corporaciones un acceso desenfrenado a nuestro apetito y, a través de una publicidad no regulada, les permitieron moldear las creencias populares sobre lo que constituye una buena alimentación. El hombre de la fibra, que murió en 1993, seguramente se habría horrorizado.
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