No soy perfecta, pero me gustaría serlo. Parece que todas las historias sobre nutrición basada en plantas sin procesar que leo en revistas y libros o escucho en podcasts celebran a alguien que descubrió la dieta, cambió su estilo de vida repentinamente y perdió una gran cantidad de peso. Envidio su determinación y no entiendo por qué no tengo la misma perseverancia. Quisiera tener una historia de éxito como la de esas personas comprometidas de las que oigo hablar.
Cuando vi por primera vez Forks Over Knives, hace unos diez años, me convencí al instante de que esta era la forma de comer para mí. Ya era vegetariana, pero tenía un sobrepeso considerable y tomaba inhibidores de la bomba de protones (IBP) para tratar mi hernia hiatal. Sabía que adelgazar podía curar esa condición, así que adopté una alimentación vegana. Sin embargo, no siempre elegía alimentos sin procesar. Descubrí sustitutos vegetales de la carne y el queso, y consumía aceite porque seguía escuchando información contradictoria sobre sus efectos nutricionales. También disfrutaba de comer en restaurantes, pero como las opciones eran tan limitadas, empecé a hacer trampa y a optar por comidas vegetarianas. Como ya estaba claudicando a la tentación de comer platos no veganos, pensé que no importaría si de vez en cuando comía pollo. Entonces KFC se convirtió en mi comida favorita para los viajes en auto. Cuando era niña, era un placer familiar que mi padre trajera a casa una canasta de pollo, y tenía muy buenos recuerdos de aquellos días. Como ya me había desviado de la dieta, tenía una excusa para comer lo que se me antojara durante el resto del día… luego el día siguiente… y luego la semana o el mes. Me convencía a mí misma de que volvería a empezar mañana, pero mañana nunca llegaba, sino que se convertía en una meta en movimiento.
Ahora me doy cuenta de que era adicta a la comida. Nunca se me había ocurrido que uno pudiera ser adicto a la comida, pero ahí estaba yo, maquinando cómo conseguir mi próxima comida. Por la mañana, de camino al trabajo, paraba a comprar comida suficiente para dos personas. Me daba tanta vergüenza, que pedía dos bebidas para fingir que estaba comprando comida para alguien más. A veces, la rutina matutina se convertía en la vespertina cuando regresaba del trabajo. Luego cenaba porque siempre tenía hambre. Sabía toda la comida chatarra que había en la casa y conocía todos los restaurantes de comida rápida cercanos con menú vegano. Pensaba en esto todo el tiempo.
Mi marido no come así, y siempre había comida en casa llamándome día y noche. Sentía incesantes deseos de devorarla, normalmente a escondidas. Siempre comía mucho más de lo que necesitaba porque no podía calmar mi apetito. La culpa me abrumó tanto que dejó de importarme, y casi sin darme cuenta me encontraba en el supermercado abasteciéndome de papas fritas, galletas y comida frita congelada (todo vegano y poco saludable). Estaba fuera de control.
Durante la pandemia de COVID-19, daba clases desde casa. En cuanto terminaba la jornada escolar, abría una botella de vino y solía acabármela. Empecé a hacerlo a diario y, como resultado, mi peso se disparó hasta alcanzar al menos 258 libras (117 kilos). Acabé en el hospital con pancreatitis aguda y con E. coli en las heces. Me sentía avergonzada de mí misma. Pasé una semana en el hospital y me dijeron que dejara de comer carbohidratos porque tenía prediabetes. Lo puse en duda, ya que sabía que los carbohidratos buenos eran beneficiosos y exactamente lo que necesitaba. Sabía lo que tenía que hacer, pero este conocimiento se reforzó cuando me negué a comer la comida del hospital (me sirvieron una comida vegana que consistía en leche de soya demasiado dulce, un caldo de verduras muy salado, pudín de gelatina y ponche de frutas). Mi hija vino a rescatarme y me dio fresas frescas, sopa de miso, leche vegetal y zumo natural. Seis días después, me hicieron una colonoscopia. El gastroenterólogo se sorprendió cuando los resultados de mi colon salieron limpios y mi análisis de sangre mejoró drásticamente. No sabían por qué, pero yo sabía que eran los efectos de los alimentos sanos que volvía a comer.
Cuatro años después, en el verano de 2024, seguía en el vaivén de comer alimentos sin procesar y comida chatarra, pero al menos mantenía una alimentación vegana. Mi médico, preocupado por mi tensión arterial, me recetó candesartán. Estaba enfadada conmigo misma porque sabía que estaba relacionado con mi estilo de vida. Me había vuelto más sedentaria desde la pandemia de COVID-19, y aunque mi peso había bajado a entre 220 y 230 libras (99 a 104 kilos), sabía que tenía que hacer más. Desde mi jubilación, ocho meses antes, había hecho un esfuerzo más concertado. Aun así, a principios de verano me sentí decepcionada por no haber hecho más. A partir del 6 de julio, me dediqué por completo a la alimentación basada en plantas sin procesar. Coloqué la comida chatarra de mi marido en un armario aparte para que no estuviera a la vista. Esto me ayudó mucho. También quería empezar a hacer ejercicio con regularidad, pero siempre tenía una excusa para no hacerlo. En Ottawa, Canadá, donde vivo, los veranos pueden ser calurosos y húmedos, por lo que es difícil motivarse para salir del encantador aire acondicionado de la casa. Me repetía que mañana sería un mejor día para empezar, pero todos los días siguientes eran o calurosos y húmedos o lluviosos y húmedos. Me había vuelto extremadamente sedentaria y me costaba levantarme del sofá. Conseguí perder dos kilos, pero con una lentitud insoportable.
En agosto me uní a un reto de la CNS Kitchen , que reforzó mi compromiso. El clima mejoró y empecé a hacer ejercicio: nadaba y montaba en bicicleta al menos cinco días a la semana. El reto me mantuvo centrada y más decidida. Me di cuenta de que estaba bajando de peso mucho más rápido, ¡pero aún más emocionante fue que me sentía enérgica y motivada!
Empecé a marearme al hacer ejercicio y me di cuenta de que mi tensión arterial estaba bajando demasiado, así que reduje el medicamento a la mitad. Al mismo tiempo, mi hija tuvo un aumento de peso significativo mientras tomaba el mismo inhibidor de la bomba de protones que yo había estado tomando. Me di cuenta de que durante los últimos diecisiete años, el tiempo exacto que había estado tomando el medicamento, tuve problemas con el peso y se me dificultaba adelgazar. He empezado a reducir mis IBP con el objetivo de dejarlos definitivamente. Tras el efecto rebote inicial, he notado una mejoría en mis síntomas. Además, mi apetito parece estar bajo control, y estoy comiendo comidas más pequeñas y sanas. Siento que voy por buen camino.
El apoyo de CNS Kitchen ha sido increíble. El simple hecho de que me animen me hace sentir un poco más ligera. Espero con entusiasmo los debates y leer las experiencias de los demás. ¡Sé que estoy en buena compañía! Cada día tengo que pensar en lo que realmente quiero para mí, que por supuesto es estar sana y vivir la vida que he estado deseando no haber tirado por la borda por tratarme tan mal y ser adicta a las comidas saladas, grasosas y azucaradas. La lucha es tan real que incluso saber qué hacer no siempre cambia el comportamiento. Sin embargo, esta vez se siente diferente. Llevo casi dos meses de compromiso absoluto. Nunca había durado tanto. Sé que esto es un camino para toda la vida, no solo una dieta para perder peso antes de recaer en los viejos hábitos. Doy gracias por tener a tanta gente maravillosa en la comunidad del Centro de Estudios en Nutrición que me acompaña en este camino.
Copyright 2025 Centro de Estudios en Nutrición. Todos los derechos reservados.