El siguiente es un fragmento de ‘The Skeptical Vegan’ (julio de 2017, Skyhorse Publishing) del bloguero vegano y antiguo consumidor de carne, Eric C. Lindstrom.
Diciembre de 2011. Jen (mi esposa) ordenó una copia de 30-Day Vegan Challenge (El desafío vegano de 30 días, en español) de Colleen Patrick-Goudreau después de escuchar a nuestra amiga Sherry hablar sobre el libro en la cena vegana, sin gluten y macrobiótica de viernes a la que asistimos. La precoz hija de diez años de Sherry, Meena, nos arrinconó y nos dijo que “deberíamos ser veganos”. Esta guía para iniciarse en el veganismo, exitosa en ventas, se ubicó en nuestra mesa de la cocina, a plena vista, durante unos días, antes de que Jen me contara su plan.
“Voy a hacer esto”, me dijo, entregándome el libro. “Voy a ser vegana a partir del primer día del año”.
Recuerdo que miré el libro de tapa blanda y recordé a una amiga mía. Jaime era una bola de fuego de cuatro pies y diez pulgadas (1,47 m) que solía beber con los chicos. Salíamos a los lugares habituales, nos llenábamos con alitas de pollo y cerveza, y nos relajábamos. Recuerdo cuando ella me dijo que era vegana. En ese momento de mi vida no tenía idea de lo que significaba ser vegano, y ella era la única vegana que había conocido.
“No como carne, productos lácteos o huevos”, gritó sobre la música house mientras bailábamos en The Haunt.
“¿Hablas en serio?”, le grité. Por el bien de esta conversación, supongamos que nos gritábamos mientras bailábamos. “¿Qué rayos comes?”.
“Frutas, vegetales, muchas ensaladas”.
“¿Y sin nada de carne?”, pregunté, preocupado por eso.
“Tofu”.
“¿Sin carne?”.
“Sin carne”.
“No puedo. Me moriría de hambre”.
“No está mal. Es genial para tu salud. ¡Los vegetales son buenos para ti!”.
“Eres como una lanzadora de ensaladas”, bromeé. Me reí histéricamente de mí por haber pensado en eso. La idea de no comer carne o queso era tan extraña para mí e iba tan en contra de todo lo que representaba, que no podía creer que en realidad conociera a alguien que no comiera carne o queso. Qué bicho raro. ¿Quién haría algo así? Tendrías que estar loco para renunciar a eso.
Recordé el libro 30-Day Vegan Challenge. La cubierta decía que era: “La guía fundamental para comer más limpio, estar más delgado y vivir compasivamente”.
¿Por qué alguien sería vegano?
No pude responder esta simple pregunta. No tenía idea de ninguno de los beneficios para la salud o el impacto positivo que una alimentación basada en plantas tiene sobre el ambiente, y tenía poca o ninguna simpatía o compasión hacia los animales, con excepción de los gatos y los perros y un pez dorado que nombré Chomchi.
Tomé el libro, lo abrí, leí algunas de los títulos de los capítulos. Hojeé algunas de las recetas, y luego me detuve y pensé en los últimos cuarenta años de mi vida omnívora, mis propios miedos sobre mi salud, mis problemas de peso, mi edad. Pensé en Steve. Y Pete. Y Geoff.
Luego miré a Jen. Ella ya había sido vegetariana durante años, así que dar este paso no era un gran esfuerzo. Ella ya sentía que era intolerante a la lactosa, por lo que eliminar los productos lácteos de su alimentación la haría sentir mejor, en general. No le gustaban los huevos, solo comía un huevo ocasional en su bibimbap. Ella ya estaba acostumbrada a una alimentación restringida, debido a la enfermedad celíaca.
Yo era un omnívoro con fuertes inclinaciones hacia lo carnívoro.
Yo era un consumidor de animales. Me encantaba la carne.
Pero yo amaba más a Jen.
“Lo haré contigo”, le dije, un par de días después, sin saber por qué rayos lo dije o lo que estaba pensando en ese momento. ¿Podría, de alguna manera, retractarme? Tal vez ella no me había escuchado. En el fondo de mi mente, pensé:
Solo son treinta días. Estoy seguro de que, después de treinta días, ambos volveremos a nuestras dietas y estilos de vida habituales, y entregaremos el libro y seguiremos adelante.
“¿Qué?”, preguntó, con un tono algo dudoso, pero alentador.
“Por supuesto. Son solo treinta días. Será divertido”.
Esos treinta días no fueron divertidos.
Habíamos viajado a Arizona para pasar las vacaciones con sus padres, y les contamos sobre nuestro plan para ser veganos. Por supuesto, les contamos el plan durante una cena de bistec que yo había preparado. Creo que el bistec estaba sumergido en una especie de salsa bernesa, y el plato probablemente incluía un acompañamiento de la carne.
Una de las amigas de la universidad de Jen también se había vuelto vegana el año anterior. Cuando la visitamos durante dos semanas en Arizona, cocinó para nosotros, compartió recetas y se jactó de cómo ser vegana la había hecho sentir mejor que como se había sentido físicamente en toda su vida. Su esposo decía ser un 98 % vegano (lo fuera que eso significara). Aparentemente, él todavía comía productos horneados que contenían mantequilla y huevos. Pasar tiempo con ellos en Arizona me dio cierta confianza de que podría seguir siendo vegano si quisiera —aunque no sabía si quería hacerlo—.
Arizona me permitió “considerar” nuevas elecciones de alimentos y “sentir cómo sería” ser vegano, mientras aún disfrutaba de mis comidas habituales. Jen pronto pidió dubu, una sopa coreana de tofu suave, y yo lo pedí con carne. Ella comió una pizza sin gluten, llena de vegetales, y yo comí la mía cargada de carne. Mientras consideraba las nuevas elecciones de alimentos que estaba a punto de tomar, no iba a ser derrotado sin luchar.
La carne era la Thelma de mi Louise. El Jack de mi Diane.
Pero todo eso estaba a punto de cambiar drásticamente.
Nunca olvidaré la noche anterior al primer día en que fui vegano. Estábamos viajando por el aeropuerto de Newark. Una pancarta del tamaño de un autobús promocionaba un ala de pollo especial en algún restaurante grasiento del aeropuerto.
Hay que tener algo en cuenta sobre mí y mi ilustre historia con las alitas de pollo: encontraba lo bueno en cualquier preparación de una comida con alas de pollo, así fuera de una estación de servicio.
Especialmente si era de una estación de servicio.
La pancarta me llamaba. Tuvimos una escala. Teníamos que comer. El especial era una oferta por tiempo limitado. La pancarta estaba tan bellamente diseñada, con tantas alas, perfectamente recortada y retocada, como una modelo de Victoria’s Secret. A medida que nos acercábamos al restaurante, el aroma era erótico. Llamaba mi nombre. Estaba babeando.
Jen notó la baba.
“¿Vas a comerte eso?”, preguntó ella.
Todo el sonido del mundo se detuvo por un segundo.
“No”, respondí. Mi cuerpo se sentía como si fuera poseído por Sally Struthers, o alguien más que nunca se divierte. “Debería comenzar ahora”, continué. “¿Por qué posponerlo? Soy vegano”.
Hasta el día de hoy, de vez en cuando me despierto de un sueño profundo con el corazón acelerado, el sudor goteando por mi frente, mordisqueando mi almohada, pensando en esa pancarta y esas alas sin comer.
Logramos llegar a casa a salvo y nos fuimos directamente a la cama. Me quedé dormido como consumidor de carne y me desperté siendo vegano.
El primer día pasó rápidamente y evité con éxito la carne (o el queso o los huevos). Lo logré, me dije. Si me las arreglo para no comer carne, queso y huevos, por solo treinta días, el día treinta y uno organizaré una barbacoa con otros carnívoros y correremos descalzos, golpearemos nuestros pechos y vestiremos pieles. Aunque sería febrero en el norte del estado de Nueva York.
En la primera semana de ser vegano, tuve un almuerzo de negocios con una posible nueva compañía para la que estaba considerando trabajar. El propietario y el CEO me invitaron a encontrarnos en un restaurante popular de Ithaca, y pensé: “Aquí voy, me lanzo al mundo como vegano”.
¿Me miraría la gente? ¿Sabrían que era vegano? ¿Recibiría un asentimiento de otros veganos al ir caminando por The Commons? ¿Debo comenzar a usar zapatos Birkenstocks con mi atuendo informal de negocios?
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