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Temas » Sostenibilidad alimentaria » Pesticidas: una adaptación de agentes químicos de guerra
Centro de Estudios en Nutrición del Dr. T. Colin Campbell

A lo largo del siglo XX, el afán humano de controlar la naturaleza tomó un giro drástico: de prácticas agrícolas ancestrales a una guerra química moderna dirigida no solo hacia enemigos humanos, sino también hacia plagas, malezas y enfermedades. Además de ser una historia de innovación agrícola, la historia de los pesticidas también trata de militarismo, expansión industrial, desequilibrio ecológico y una relación conflictiva con el mundo natural.

El control de plagas tiene raíces antiguas. Los primeros indicios de prácticas humanas para controlar plagas datan de hace más de 70,000 años, y se sabe que los sumerios utilizaban compuestos de azufre desde al menos el año 2500 a. C. para proteger sus cultivos.[1] Otras civilizaciones antiguas, como la griega y la romana, empleaban arsénico, aceites y extractos de plantas, como el tabaco y el crisantemo, para repeler insectos. Estos métodos se basaban en la observación y sentaron las bases de lo que más adelante sería la química de plaguicidas.

Con la llegada de la química sintética a finales del siglo XIX, comenzaron a reemplazarse los compuestos naturales por sustancias más potentes y selectivas. A principios de la década de 1900, los agricultores ya usaban arseniato de plomo y fungicidas a base de cobre, como la mezcla de Burdeos que todavía se utiliza hoy. Aunque eficaces, eran altamente tóxicos para los seres humanos y el medio ambiente, y rápidamente se convirtieron en contaminantes.

El cambio decisivo ocurrió durante y después de la Primera y Segunda Guerra Mundial. La carrera armamentista global impulsó la investigación química, y muchas sustancias diseñadas originalmente como agentes nerviosos o armas químicas encontraron, en tiempos de paz, un nuevo uso en la agricultura.

El ejemplo más notorio es el DDT (diclorodifeniltricloroetano), sintetizado en 1874 pero utilizado ampliamente durante la Segunda Guerra Mundial para combatir la malaria y el tifus entre las tropas. Su éxito fomentó su uso civil tras la guerra, cuando fue elogiado y publicitado por su eficacia y bajo costo.[2] Para la década de 1950, el DDT era un pilar en la agricultura y la salud pública en EE. UU., y se rociaba sobre cultivos, bosques e incluso hogares.

Sin embargo, lo que fue aclamado como un milagro pronto se convirtió en un desastre ecológico. A finales de los años cincuenta, la comunidad científica empezó a documentar efectos secundarios graves. Las aves, en especial rapaces, como el águila calva, sufrían insuficiencia reproductiva debido al debilitamiento de la cáscara de sus huevos inducido por el DDT. Los insectos desarrollaban resistencia, y los residuos se acumulaban en el suelo, el agua y los tejidos animales. La reacción pública alcanzó su punto culminante con el libro de Rachel Carson, Primavera silenciosa, publicado en 1962, que advertía sobre una crisis ecológica provocada por el uso desregulado de químicos. La investigación de Carson ayudó a impulsar el movimiento ambientalista y, con el tiempo, llevó a la prohibición del DDT en EE. UU. en 1972.[3] Informes más recientes indican que los efectos del DDT en la salud han persistido durante al menos tres generaciones, y afectaron incluso a las nietas de mujeres expuestas en los años sesenta.[4]

impacts of pesticides

En lugar de retirarse, la industria de los pesticidas se adaptó. Se introdujeron nuevas clases sintéticas, como los organofosforados y los carbamatos, muchos de ellos derivados de agentes nerviosos de la Segunda Guerra Mundial. Estos químicos atacaban el sistema nervioso de los insectos y fueron ampliamente utilizados en las décadas de 1960 y 1970.

Así surgió lo que la ciencia hoy llama la “carrera armamentista de los pesticidas”: un ciclo en el que las plagas desarrollan resistencia, lo que obliga a crear sustancias nuevas, muchas veces más tóxicas. Productos como el glifosato (Roundup) y los neonicotinoides se volvieron ubicuos a finales del siglo XX. Y, nuevamente, surgieron preocupaciones: vínculos entre el glifosato y el cáncer, impactos de los neonicotinoides en polinizadores como las abejas, y la creciente carga de exposición a pesticidas entre trabajadores agrícolas.[5][6][7]

Mientras tanto, muchos de estos químicos seguían originándose en investigaciones militares o se producían en corporaciones con contratos de defensa, lo que difuminaba aún más la línea entre la guerra y la agricultura.

Varias de las grandes empresas del sector de pesticidas, como BASF, Bayer, Dow y Monsanto, tienen profundas raíces en la producción de químicos bélicos. Por ejemplo, Bayer —hoy uno de los gigantes agroquímicos en el mundo— formaba parte del conglomerado IG Farben, implicado en la producción de armas químicas durante la Segunda Guerra Mundial y cuyos vínculos con Auschwitz están documentados.[8]

El legado del uso de innovaciones militares para dominar la agricultura ha suscitado preocupaciones constantes sobre la militarización del sistema alimentario, la consolidación corporativa y la ética de imponer control sobre los ecosistemas mediante la fuerza, en lugar de ejercer una gestión consciente.

A medida que se agravan las crisis ambientales, los modelos alternativos están ganando terreno. La agroecología, la agricultura regenerativa y el manejo integrado de plagas priorizan el equilibrio ecológico por encima de la exterminación química. Estos enfoques se basan en la biodiversidad, los depredadores naturales, la salud del suelo y los saberes ecológicos tradicionales para gestionar las plagas con poca o ninguna intervención sintética.

En lugar de declararle la guerra a la naturaleza, estos métodos proponen que la resiliencia nace de la cooperación.

La historia de los pesticidas no puede separarse de la historia de la guerra (sus tecnologías, filosofías y daños colaterales), pero, si queremos cambiar de rumbo, también debemos cambiar de metáforas. Las plagas no son enemigas que debemos destruir, sino señales de desequilibrio. Los químicos no son herramientas neutrales; cargan con un peso histórico, ecológico y ético. La naturaleza no es una enemiga que debemos neutralizar, sino una aliada que debemos comprender.

La cuestión no es si podemos ganar la guerra contra las plagas, sino si seremos capaces de dejar de pelear durante el tiempo necesario para construir algo mejor.

Referencias

  1. Kolok, A.S. (2016). 70,000 Years of Pesticides. In: Modern Poisons. Island Press, Washington, DC. https://doi.org/10.5822/978-1-61091-609-7_12
  2. Varga T. DDT is good for me-e-e! EarthlyMission.com. Accessed May 5, 2025. https://earthlymission.com/ddt-is-good-for-me/
  3. US Environmental Protection Agency (EPA). Press release: DDT ban takes effect. EPA Web Archive. December 31, 1972. https://www.epa.gov/archive/epa/aboutepa/ddt-ban-takes-effect.html
  4. Cirillo PM, La Merrill MA, Krigbaum NY, Cohn BA. Grandmaternal Perinatal Serum DDT in Relation to Granddaughter Early Menarche and Adult Obesity: Three Generations in the Child Health and Development Studies Cohort. Cancer Epidemiol Biomarkers Prev. 2021;30(8):1480-1488. doi:10.1158/1055-9965.EPI-20-1456
  5. Davoren MJ, Schiestl RH. Glyphosate-based herbicides and cancer risk: a post-IARC decision review of potential mechanisms, policy and avenues of research. Carcinogenesis. 2018;39(10):1207-1215. doi:10.1093/carcin/bgy105
  6. Lindwall C. Neonicotinoids 101: The effects on humans and bees. Natural Resources Defense Council (NRDC). May 25, 2022. https://www.nrdc.org/stories/neonicotinoids-101-effects-humans-and-bees
  7. Farmworker Justice. New Farmworker Justice report profiles dangers of pesticide poisoning & offers recommendations for EPA action. Accessed May 6, 2025. https://www.farmworkerjustice.org/news-article/new-farmworker-justice-report-profiles-dangers-of-pesticide-poisoning-offers-recommendations-for-epa-action/
  8. The dark history of Bayer chemicals. Morning Star. September 19, 2016. https://morningstaronline.co.uk/a-ca73-The-dark-history-of-Bayer-chemicals-1

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