Para mí, crecer en la pobreza generacional fue difícil, pero no conocía nada mejor. Recuerdo que los cupones para alimentos eran lo único que teníamos en abundancia (o al menos esa era la percepción, lo que me enseñaron). Recuerdo que no tenía suficiente dinero para pagar facturas o comprar juguetes y cosas muy divertidas; sin embargo, realmente no tengo muchos recuerdos de haber tenido hambre. También recuerdo que hacia el final del mes la comida disminuía y las opciones eran limitadas, pero siempre teníamos comida. De hecho, me enseñaron que la comida era algo que podría consolarte, apoyarte y estar allí para ti cuando las cosas no iban bien.
Mi madre solía guardar un paquete de galletas Pepperidge Farm School Boy debajo de su cama y, generalmente, una bolsa de papas Mikesells por si necesitaba sentirse apoyada y consolada. Después de todo, ella no podía controlar un montón de cosas en su vida, pero sí su ingesta de alimentos y sus opciones de comida. De esta manera aprendí que comer lo que quería podía satisfacer algo dentro de mí, a través de la comida, pero nadie me dijo nada sobre qué tipo de comida. Mi primer recuerdo de hacer fila para obtener comida gratis se remonta a cuando acostumbrábamos esperar en línea por grandes cubos de queso y mantequilla. Los increíbles sándwiches de queso asado, fritos en mantequilla distribuida por el gobierno eran una de mis comidas favoritas, ¡y aprendí a hacerlos para mí, a una edad muy joven!
El primer día del mes era como la Navidad, ir al supermercado con papel moneda (cupones de alimentos) y comprar más de lo que queríamos. No solo me dieron cajas de cereales Fruity Pebbles y Captain Crunch (por encima de los cereales aprobados por el Programa de Nutrición Suplementaria Especial para Mujeres, Bebés y Niños —en inglés, Special Supplemental Nutrition Program for Women, Infants, and Children— que en realidad eran más saludables para mí), pero también compramos cualquier paquete que pareciera atractivo para nosotros. Desperdiciamos la comida y arrojamos restos en la basura de manera sistemática porque comprar más no significaba nada, después de todo “no estábamos pagando por ella”; esa era la norma. Estos comportamientos se convirtieron en hábitos que crearon lo que soy hoy en día: una mujer joven, de apenas 39 años y con sobrepeso, con varios problemas de dolor crónico que incluyen presión arterial alta y colesterol alto que, si no se abordan y manejan, conducirán a mi decaimiento temprano (y probablemente miserable) y eventual muerte. Puedes estar pensando: “Wow, eso es dramático”, pero te pregunto: “En realidad, ¿qué tan dramático es?”.
Mi padre murió a los 59 años, después de soportar una larga batalla con enfermedad renal, enfermedades del corazón, presión arterial alta y colesterol dañino. Antes de que mi padre muriera, estuvo en una estricta dieta de pollo y otra dieta baja en sodio. ¡Recuerdo que K.F.C. le entregaba baldes de pollo! Mi madre, que pesaba casi 300 libras, se encontró decidiendo que la cirugía de banda gástrica lap band era su única opción para perder peso, porque no podía hacerlo sola o incluso con el apoyo de un especialista. Ella probó todas las dietas imaginables y, sin embargo, perder peso le tomó casi dos años después de la cirugía. Ahora pesa 125 libras, pero es desdichada porque padece de artritis psoriásica y una gran cantidad de otras enfermedades que se perpetúan por la banda gástrica y su incapacidad para conservar las vitaminas y los minerales esenciales de la vida.
Así que, en resumen, me enseñaron a comer y a creer que cuando tengo sobrepeso es porque me salí de la pirámide alimenticia (o el plato como es ahora). Al igual que la pobreza, se me recalcó que la vida es caótica y que cosas como la comida deben ser rápidas, veloces, fáciles y de buen sabor, ¡porque la vida no lo es! Si puedo comprarlo, entonces está bien, es decir ¿por qué el gobierno me permitiría comprar cosas que son malas para mí, verdad? Vivimos de crisis en crisis solo sobreviviendo, así que cuestionar a la mayoría fue algo que nadie hizo.
Ahora que estoy en una dieta basada en plantas, estoy aprendiendo que el 80 % de los problemas de salud que mi familia ha enfrentado están directamente relacionados con nuestra ingesta de alimentos. Estoy decidida a enseñar esto a mis hijos a través de mi ejemplo y mi relación con la comida. ¡Estoy asombrada de ver cuánto menos gasto en comida ahora que entiendo que mis decisiones de comida están relacionadas con mi salud! Ya no como para el hoy, como para el mañana. Este es un cambio clave y absolutamente esencial para romper con algo más que solo la pobreza financiera. Mi forma de comer es ahora tan importante como lo que hay en mi cuenta bancaria. ¡Quiero vivir una vida sana y feliz, libre de cualquier esclavitud a pesar de mi clase económica!
Copyright 2024 Centro de Estudios en Nutrición. Todos los derechos reservados.