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Centro de Estudios en Nutrición del Dr. T. Colin Campbell
Doctora con esclerosis múltiple hace una cinta sobre el colapso de la atención médica de Estados Unidos

Si hace cinco años me hubieras dicho que estaría produciendo una película, te habría dicho: “Has perdido la cabeza”. ¿Qué podría ser más inverosímil que una médica convertida en productora de cine?

Poco sabía entonces que toda mi vida adulta había estado preparándome, precisamente, para ese papel.

Pero ¿cómo?, podrías preguntar.

Esta historia comienza el 11 de octubre de 1995, cuando trabajaba un turno nocturno en el hospital. Profundamente fatigada, tomé una siesta a eso de las 3 a.m. Me desperté poco después para descubrir que mis piernas se habían puesto completamente entumecidas y pesadas. Me sometieron a una resonancia magnética de emergencia de mi cerebro, lo que confirmó un diagnóstico de esclerosis múltiple. Mi mundo se había puesto “patas arriba”, literalmente, de la noche a la mañana.

Los años que siguieron a este diagnóstico que me cambió la vida estuvieron plagados de dolor, sufrimiento y mucho miedo. En el peor de los casos, me había vuelto dependiente de una docena de drogas, un bastón, y había desarrollado una abrumadora y profunda sensación de desesperanza.

Y entonces, en 2003, un rayo de luz llegó a través de un artículo sencillo en una revista médica. El fragmento abordó la alimentación y su posible papel en la esclerosis múltiple. Este concepto fue impactante y extraño para mí. Parecía irracional y probablemente un engaño o un error de imprenta; después de todo, si hubiera algo de verdad en esta afirmación extravagante, lo habría aprendido en la Facultad de Medicina, ¿verdad? A pesar de mi inclinación natural a atribuir esto al absurdo, fue la desesperación pura lo que me llevó a profundizar en esta idea. ¿Podría haber algo en la alimentación que desempeñara un papel en la enfermedad crónica? Volví a la literatura científica en busca de respuestas y me sorprendió descubrir una avalancha de información que confirmaba las conexiones profundas entre nuestras elecciones en relación con la alimentación y la formación de la enfermedad. En pocas palabras, me obsesioné con el papel que la comida podría tener en los procesos de enfermedad y estudié todo lo que pude para ampliar mi comprensión. En algún momento, llegué a creer que esta podría ser mi salvación personal y decidí que adoptaría una alimentación basada en plantas sin procesar, dejando atrás las terapias convencionales que no me habían servido en los últimos ocho años.

Mi neurólogo y mis colegas (otros médicos) estaban profundamente preocupados y me advirtieron que con el tiempo lamentaría la decisión, aparentemente ilógica. Aunque bien intencionados, ellos no vivieron lo que yo viví. Me estaba ahogando en fatiga, dolor, depresión e incertidumbre, todo mientras vivía cumpliendo con lo que la medicina moderna —con su enfoque farmacéutico— había propuesto como el mejor plan terapéutico para manejar mi enfermedad. Me aterrorizaba ir en contra de la sabiduría convencional, y muchas veces se me recordaba “amablemente” lo que podría pasar, con descripciones de discapacidades paralizantes y dependencia avanzada.

Fue difícil hacer algo que ninguno de mis médicos apoyó, pero finalmente, la decisión fue mía. De forma gradual, introduje más alimentos basados en plantas, desplazando a las fuentes animales y las comidas procesadas. Restablecí con cuidado la actividad física y combatí las corrientes de estrés que sabía que estaban alimentando mi enfermedad. Durante los meses y años que siguieron, noté pequeñas mejoras, como una menor dependencia del bastón o sentirme lo suficientemente vigorizada como para permanecer despierta después de las noticias de la noche. Esta loca idea de cambiar mi alimentación y estilo de vida estaba trayendo grandes recompensas. Empecé a ganar confianza en mi decisión, y me empoderé más de que este sería el camino para recuperar mi bienestar general. Incluso, tuve la audacia de imaginar un futuro sin una silla de ruedas. Los años pasaron y continuaron aumentando los beneficios. Planté otra semilla irracional: algún día correría una maratón. Parecía una herejía al límite cuando se presentó por primera vez como una posibilidad viable: los pacientes con esclerosis múltiple no corren maratones.

En mayo de 2010, solo siete años después de leer el artículo “eureka”, que presentaba la idea de una alimentación basada en plantas, crucé la línea de meta en el maratón de Nueva Jersey.

Claro, esta epifanía había cambiado mi vida, pero sabía que los mismos aspectos medicinales de la alimentación y el estilo de vida podrían servir, de forma similar, a mis pacientes. Pero ¿cómo iba a comenzar a transmitir este mensaje a mis propios pacientes que sufrían una gran cantidad de enfermedades crónicas? Y ¿cómo haría esto sin plantear inquietudes de una administración y colegas a quienes les resultaría extraño que la Jefe de Enfermedades Infecciosas estuviera promoviendo una alimentación basada en plantas para los pacientes?

Empecé como voluntaria en mi hora del almuerzo para enseñarles a los pacientes sobre la alimentación y el estilo de vida. Empecé a caminar con pacientes para promover la actividad física y, durante estas caminatas, discutimos estrategias para adoptar cambios de comportamiento. A medida que mis esfuerzos daban frutos en la mejora de mis pacientes, me entusiasmé cada vez más con la difusión de esta importante estrategia para la atención médica.

En 2012, decidí dejar atrás el mundo de las enfermedades infecciosas y comenzar una práctica de medicina de estilo de vida con la esperanza de empoderar y educar a otros para que tomen el control de su salud personal en una agenda de tiempo completo. Empecé a considerar posibles vehículos para difundir el mensaje más allá de mi práctica. Di conferencias en escuelas e iglesias. Escribí artículos, di entrevistas y publiqué opiniones para promocionar este poderoso mensaje.

Pero esto no fue suficiente. Había un obstáculo persistente que me perseguía. Sabía que para que esto se convirtiera en un movimiento arrollador necesitaría comprometer y convencer a mi comunidad profesional, es decir, a otros médicos. Los médicos, incluso los que eran cercanos, estaban escépticos. Por supuesto que lo estaban, como yo cuando me encontré con ese artículo hace tantos años. No fue por culpa de ellos, ya que no se les enseñó esto en la Facultad de Medicina. No hay énfasis ni valor sobre temas de nutrición durante nuestra experiencia. Nos enseñan una enfermedad y luego nos enseñan los medicamentos para tratarla. Así es como funciona. Tal vez es hora de cambiar esto. Cuando sabemos cómo hacer las cosas mejor, debemos hacerlas mejor. Hoy en día, tenemos el conocimiento encontrado en la literatura médica revisada por expertos, que nos informa masivamente que podemos prevenir casi el 80 % de las enfermedades crónicas al modificar nuestros comportamientos. No podemos quedarnos de brazos cruzados y no hacer nada para difundir este conocimiento que salva vidas.

Lamentablemente, el 86 % de los médicos informan que recibieron educación inadecuada sobre nutrición en la facultad de Medicina. Eso debe terminar ahora.

Son estas lecciones de vida, tanto personales como profesionales, las que sirvieron como semilla para la película Código azul (code blue, en inglés), otro medio poderoso para educar a la comunidad. El documental Código azul trata de arrojar luz sobre el lamentable, vergonzoso y absurdo hecho de que los médicos no están bien preparados por sus Facultades de Medicina para comprender el aspecto de suma importancia de la nutrición óptima y cómo esto afecta la salud humana. Con esta película pretendemos despertar a los administradores escolares y académicos que se encargan de crear currículos en las Facultades de Medicina y ayudar a catalizar el cambio en lo que actualmente es un estándar obsoleto y anticuado.

Mi esperanza ferviente es que nuestra película inspire a nuestra comunidad, que incluye pacientes, médicos y todos los profesionales de la salud, para que nuestras instituciones académicas lo hagan mejor. Debemos cambiar las experiencias educativas recibidas por aquellos que, en última instancia, liderarán y definirán el cuidado de la salud en la sociedad. Imagina si todos los doctores hablaran de forma omnipresente sobre el poder de la nutrición basada en plantas y la adopción de comportamientos óptimos. Podríamos, posiblemente, cambiar el curso de la epidemia de enfermedades crónicas, y unido a eso, proteger el medio ambiente y reducir drásticamente los costos de la atención médica.

Se ha dicho que Thomas Edison aseguró una vez que “el médico del futuro ya no tratará el cuerpo humano con drogas, sino que curará y evitará las enfermedades con la nutrición”. El futuro es ahora. Aparecerá una nueva generación de médicos con una perspectiva progresiva e iluminada, un nuevo par de ojos que reflejarán el hecho de que el secreto de nuestra salud yace, indiscutiblemente, en nuestras manos y no en la libreta de prescripciones de un médico.

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