Acabo de regresar de un paseo con mi esposa, Karen, por un camino rural cercano a lo largo de algunas tierras de cultivo. Esta es la vida que mejor conozco y que más aprecio, pero desafortunadamente, está bajo amenaza. No puedo evitar ver muchas señales inquietantes.
Al crecer en una granja, pasaba mucho tiempo caminando por sendas de tierra, calles angostas y tierras de cultivo. Esa era la vida, y no solo la mía, sino también las innumerables vidas a mi alrededor: enjambres de saltamontes revoloteando, pájaros cantando y, si era el anochecer, luciérnagas iluminando el camino y ranas y grillos riendo alegremente. Entre los olores vibrantes de los pastos y los árboles (a menudo únicos para diferentes áreas) todos vivíamos juntos en armonía.
Estas no son crisis separadas: todas están interconectadas, atadas a una demanda insaciable de proteínas en la alimentación.
Hoy estos caminos parecen más callados, menos vivos. Los campos cercanos están dominados por hileras inusualmente rectas de maíz y granos, generalmente sin una maleza a la vista. La granja lechera cercana no es el tipo de granja familiar que una vez conocí, donde 15 a 20 vacas eran apacentadas después del ordeño. No, esta granja consta de unas 7000 vacas, de 75 a 100 trabajadores de Guatemala (según lo último que escuché) y unos pocos miles de acres de maíz, granos y alfalfa. Los campos son amplios de forma homogénea y las vacas están confinadas uniformemente. Están encerradas en graneros masivos, o más bien en fábricas, donde huelen la poca cantidad de aire exterior que pueden y vierten la leche de dos a tres veces al día durante los tres a cuatro años de su pico de producción. Luego salen al mercado para que su carne sea servida. El producto principal de esta granja no es un alimento nutritivo, sino unas ganancias masivas.
Esta transformación es muy personal para mí. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo llegamos a este “nuevo mundo feliz”, altamente mecanizado, organizado y racionalizado para aumentar la eficiencia de la producción de leche y carne? La “agricultura” hoy se trata de economía de escala, retorno de la inversión y maximización de la producción eficiente. Esta utopía del tecnólogo y la lógica de “crecer o perder” del agronegocio moderno está respaldada por subsidios gubernamentales financiados por los contribuyentes. ¿Y qué obtenemos por eso? ¿Somos más saludables como resultado de esta producción en masa? Pagamos dinero, a través de subsidios, para enfermarnos, luego nos convertimos en clientes de las píldoras imprescindibles.
Podría seguir, y seguiré, espero, con artículos ocasionales durante los próximos meses hasta que se publique mi nuevo libro (con Nelson Disla). Este libro trata sobre cómo están conectadas todas nuestras crisis de alimentación, salud, medicina y corrupción, y se basa en mis experiencias de más de seis décadas haciendo investigación experimental, dándole conferencias al público, enseñando en la academia y ayudando a escribir políticas de alimentación y salud. Es un libro sobre la ciencia de la nutrición, que es la expresión biológica de los alimentos. Responde a la pregunta: ¿por qué la nutrición es tan incomprendida por el público e ignorada por las profesiones de la salud? La historia comienza con historia de hace más de dos siglos. No se trata simplemente de “seguir el dinero” —esa es una excusa bastante superficial que descarta fácilmente una explicación más significativa— sino se trata de corrupción. Se trata tanto de la corrupción invisible, dada por sentada, como de la corrupción flagrante, y se trata de corrupción históricamente arraigada, aplicada “científicamente” y ordenada por la industria.
Solo entendiendo la nutrición —de manera honesta y fundamental— podremos comprender mejor cómo se conectan la alimentación, la salud y un amplio espectro de problemas ambientales. Esta “mejor comprensión” requiere una reforma radical. Actualmente, la información sobre nutrición se controla para garantizar la riqueza de unos pocos a costa de la salud para muchos. Por “muchos”, quiero decir animales (¡nosotros también!), plantas y microorganismos —todas las piezas de esa cosa que alguna vez llamamos Naturaleza—.
A medida que mi esposa y yo transitábamos por ese camino, tomé una foto de un letrero que dice mucho. Anuncia cómo cultivar plantas para cosechar y obtener ganancias con la ayuda de un programa llamado “SeedWay” y una fuente de semillas llamada SmartStax (https://en.wikipedia.org/wiki/SmartStax). Ofrece “siete niveles [genéticos] de protección”, aprovechando “múltiples modos de protección contra insectos y tolerancia a los herbicidas” al aplicar el herbicida RoundUp-Ready para matar todo tipo de “plagas” (animales y plantas) por encima y por debajo de la línea del suelo antes de plantar la semilla de maíz resistente a los herbicidas. ¡Parece bastante mortal! ¿Cómo llegamos a eso? ¿No son estas las herramientas de la guerra biológica que se esconden bajo el pretexto de la alimentación biológica?
Fuente: The New York Times, artículo del 3 de mayo de 2010, “Farmers Cope With RoundUp-Resistant Weeds” (los granjeros se enfrentan a las plantas resistentes al herbicida RoundUp) y el artículo de Wikipedia “SmartStax”
Por supuesto, la industria dice que no es tan malo, pero otras fuentes de evidencia dicen lo contrario. Es casi imposible saber qué tan letales pueden ser estos químicos para otras formas de vida (incluyéndonos a nosotros mismos) a largo plazo. Pero esto sí lo sé: los saltamontes de carretera, las mariposas, los gusanos y las abejas están sufriendo. Tan solo en el corto tiempo que llevo viviendo, he podido sentir la diferencia. El famoso Laboratorio de Ornitología de la Universidad de Cornell contribuyó recientemente a un informe que descubrió una asombrosa disminución del 29 % en la población de aves desde 1970, registrando los hallazgos aquí mismo donde caminamos, entre otros sitios de observación. Las alondras han bajado en un asombroso 67 %. Otros innumerables informes sugieren la disminución masiva de las poblaciones de vida silvestre, incluyendo los polinizadores, tan críticos para mantener la vida tal y como la conocemos.
Algo también está mal a nivel social. Esa granja enorme —fábrica— en el camino hacia donde nos dirigíamos atrae toda la atención de nuestra comunidad. Deja a su paso los graneros de antaño. Ocultas a la mirada del público están las familias que poseyeron esas granjas con orgullo y dignidad por generaciones. Sé que ahora divago, pero la evidencia de que algo salió terriblemente mal se ve de forma sencilla en muchos lugares de las zonas rurales de América. Se ve con facilidad en nuestra sociedad, nuestro medioambiente, nuestra salud. Estas no son crisis separadas: todas están interconectadas, atadas a una demanda insaciable de proteínas en la dieta. Espero defender este razonamiento en futuros artículos y en el próximo libro.
Crédito de la imagen principal: Gary Mueller, Biblioteca Macaulay en el Laboratorio de Ornitología de la Universidad de Cornell
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