Tengo la suerte de haberme criado en un hogar libre de bebidas azucaradas y carbonatadas. Como resultado, nunca desarrollé el gusto por los refrescos. De niña, sólo tenía una idea lejana de que existían los endulzantes artificiales. La única persona a quien conocía que los utilizaba era mi abuela. Ella, que siempre estaba a dieta, sacaba un pequeño recipiente de plástico de su bolso cada vez que le servían té o café y echaba una o dos pastillitas de endulzante blanco en su taza.
Esto cambió cuando llegué a la universidad y, en otoño del 1990, me encontré viviendo al lado de una encantadora y sofisticada compañera de estudios que bebía Coca-Cola Light todo el día. Me contó que no le gustaba el sabor del agua y que, en su lugar, elegía la Coca-Cola Light como primera bebida por la mañana, como acompañamiento de todas las comidas y como última bebida por la noche (incluso se limpiaba los dientes con ella). Me quedé estupefacta, pero me guardé mis opiniones y enseguida nos hicimos amigas íntimas. No volví a pensar en su adicción a la Coca-Cola Light hasta hace poco, cuando me enteré de los estudios que correlacionan el aspartamo, el endulzante de la Coca-Cola Light, con una amplia variedad de problemas médicos.
Al indagar un poco más, descubrí que el aspartamo ha sido parte de ésta polémica desde que se empezó a utilizar como aditivo y que, casi 50 años después de su aprobación inicial por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés), sigue siendo uno de los aditivos para alimentos y bebidas más estudiados del mundo. (La FDA aprobó el aspartamo como aditivo alimentario en el 1974 y como aditivo para bebidas en el 1983, casi coincidiendo con el lanzamiento de la Coca-Cola Light en el 1982). Aunque la controversia en torno a su aprobación inicial está fuera del alcance de este artículo, aquellos quienes tengan curiosidad pueden hacer una búsqueda en Google sobre “Donald Rumsfeld y el aspartamo” y aprender más sobre el tema.
El aspartamo (E951) es un endulzante artificial que se vende bajo numerosas marcas, como NutraSweet, Equal, Sugar Twin y Canderel. A nivel molecular, es un dipéptido fabricado a partir de dos aminoácidos naturales (ácido aspártico y fenilalanina). Los fabricantes utilizan un proceso enzimático para fabricarlo a partir de ácido aspártico y éster metílico de fenilalanina (el aminoácido unido a un grupo metilo). Su sabor dulce se descubrió inadvertidamente en 1965, y acabó patentándose. Hoy en día, es el endulzante artificial más utilizado en Estados Unidos, empleado en más de 6,000 comidas y bebidas procesadas y como endulzante de mesa en más de 100 países. Por definición, los alimentos basados en plantas sin procesar no contienen aspartamo.
En el intestino, el aspartamo se deshace en sus componentes, ácido aspártico y fenilalanina, que se absorben y entran en el organismo. El grupo metilo de la fenilalanina modificada se libera en el intestino para formar metanol.
El aspartamo nunca se ha encontrado en la sangre ni en ningún órgano tras su ingestión, lo cual significa que cualquier efecto que se notifique en el organismo tras la ingestión de aspartamo lógicamente debe estar causado por uno o más de sus tres componentes: ácido aspártico, fenilalanina o metanol. El metanol es muy nocivo cuando la exposición es extremadamente alta, como en el caso del consumo de algunas bebidas alcohólicas destiladas en casa. Sin embargo, la mayor cantidad de metanol producida en el ser humano (alrededor del 90 %) se genera de forma natural por el organismo al consumir frutas que contienen pectina, como las manzanas y los cítricos. De hecho, las cantidades de aminoácidos y metanol generadas incluso por el consumo de 10 latas de refresco light son minúsculas comparadas con las cantidades generadas en el cuerpo durante la digestión normal. Por este motivo, muchas personas dudan que el consumo de aspartamo dentro de los límites recomendados pueda afectar negativamente a la salud humana. Sin embargo, la historia no es tan sencilla, según veremos.
El aspartamo y otros endulzantes no nutritivos son populares entre las personas que buscan satisfacer sus antojos de dulce sin usar azúcar. Entre ellos se encuentran los diabéticos, las personas que siguen dietas que restringen el azúcar, como la ceto, y las que intentan perder peso. El aspartamo está compuesto de aminoácidos, y un gramo de aspartamo contiene cuatro calorías, lo mismo que el azúcar. Sin embargo, el aspartamo es 200 veces más dulce que el azúcar, de modo que una pequeña cantidad de aspartamo proporciona la misma sensación de dulce, pero con cero calorías. Y como el aspartamo no afecta los niveles de azúcar en la sangre, se comercializa como una buena opción para los diabéticos y otras personas que necesitan controlar su glicemia. Los defensores del aspartamo también sostienen que cambiar el azúcar por el aspartamo mejora la salud de la boca al reducir el riesgo de caries y deterioro dental.
En el caso de adultos y niños con sobrepeso u obesidad, existen pruebas limitadas de que el cambio de azúcar por aspartamo también podría ayudar a controlar el peso a corto plazo. Esta evidencia viene de intervenciones a corto plazo (generalmente menos de seis meses), en específico de estudios controlados aleatorizados (ECA) en los que los participantes consumen endulzantes azucarados o no azucarados (ENA) y los investigadores comparan el aumento/pérdida de peso durante el periodo del estudio. Dichos estudios han demostrado una pequeña reducción de peso corporal en adultos que consumen ENA en comparación con adultos que consumen azúcar. Por desgracia, aunque no es de sorprender, se presta mucha menos atención a los estudios que comparan el cambio de bebidas azucaradas por agua (estos muestran efectos mucho más significativos sobre la pérdida de peso que el cambio a ENA). También es dudoso que el aspartamo y otros sustitutos del azúcar puedan ayudar a controlar el peso a largo plazo.
En las cuatro décadas transcurridas desde su aprobación por la FDA, el aspartamo ha suscitado numerosas preocupaciones. Entre estas se incluyen casi todas las afecciones agudas o crónicas que te puedas imaginar, desde dolores de cabeza, migrañas y trastornos del estado de ánimo hasta enfermedad cardiovascular, cáncer, Alzheimer, convulsiones, accidente cerebrovascular y demencia. Pero no existen pruebas concluyentes que demuestren que el aspartamo cause directamente alguna de estas condiciones. A pesar de las numerosas correlaciones, los investigadores no han identificado ningún mecanismo biológico plausible que demuestre una causalidad directa.
En mayo del 2023, la Organización Mundial de la Salud (OMS) desaconsejó el uso de toda la categoría de ENA (incluyendo el aspartamo) para reducir el peso corporal o disminuir el riesgo de enfermedades crónicas como la diabetes[1]. Su recomendación se basa en una revisión sistemática de 2022 de las pruebas científicas más actuales, un tipo especial de evaluación que valora la calidad de los estudios de investigación a la hora de valorar sus implicaciones.[2][3] Esta revisión de las pruebas, que utilizó el riguroso marco GRADE, concluyó que el uso de ENA, incluyendo el aspartamo, no confiere ningún beneficio a largo plazo en la reducción de la grasa corporal en adultos o niños. Los resultados de la revisión también sugieren que el uso a largo plazo de los ENA puede tener efectos no deseados, como un mayor riesgo de diabetes de tipo 2, enfermedades cardiovasculares y mortalidad por cualquier causa, así como un aumento del peso corporal.
La evidencia de estas asociaciones procede de estudios prospectivos observacionales a largo plazo en los cuales los participantes son reclutados y seguidos durante varios años. La OMS reconoce que las asociaciones observadas podrían ser el resultado de variables de confusión residuales que los equipos de estudio no pudieron ajustar. Por ejemplo, las personas que consumen la mayor cantidad de ENA pueden ser el grupo más propenso a consumir otras comidas poco saludables. No obstante, la OMS señala que muchos de los estudios evaluados en su revisión sistemática hicieron todo lo posible por ajustar las posibles variables de confusión y aun así hallaron asociaciones significativas entre la ingesta de ENA y un mayor riesgo de diabetes de tipo 2.
Los mecanismos biológicos exactos responsables de estos efectos residuales no están claros. Sin embargo, una teoría es que el consumo prolongado de ENA altera la regulación intestino-cerebro del metabolismo de la glucosa. Aunque el aspartamo se descompone en moléculas comunes en el intestino, su consumo puede afectar al metabolismo de la glucosa. Los receptores del sabor dulce estimulados por el ENA son los mismos receptores estimulados por el azúcar y estos receptores no pueden diferenciar entre los dos. Informan al cerebro que se ha consumido glucosa, y el cerebro transfiere estas señales al intestino. Además, fuera de un ECA, las personas suelen consumir alimentos y bebidas endulzadas con ENA en el contexto de otros alimentos que contienen azúcar y otros carbohidratos. Aunque la ingesta de ENA no afecta de forma apreciable a los niveles de azúcar en sangre a corto plazo, no es difícil imaginar cómo el consumo de ENA podría confundir al cerebro y al intestino con el tiempo, alterando los mecanismos por los que el cuerpo responde y regula la glucosa.
Fue en el contexto de la recomendación de la OMS de mayo de 2023 contra el uso del ENA con el propósito específico de reducir el peso corporal o reducir el riesgo de enfermedades crónicas como la diabetes cuando, en junio de 2023, el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC) de la OMS anunció su primera clasificación del aspartamo[4]. El CIIC clasifica los agentes en uno de cuatro grupos en función de la solidez de las pruebas científicas de que constituyen un peligro de cáncer. No evalúan la probabilidad de que se produzca el peligro y, por tanto, no reflejan el riesgo de desarrollar cáncer a un nivel de exposición determinado. Por lo tanto, a la hora de interpretar las afirmaciones del CIIC, es fundamental distinguir entre niveles de peligro y niveles de riesgo. Que algo sea peligroso no significa que suponga un riesgo elevado. Por ejemplo, consideremos el peligro que supone el tráfico para las personas. Una carretera con mucho tráfico es sin duda peligrosa para los peatones, pero podemos evitar casi por completo el riesgo permaneciendo en la acera y cruzando sólo cuando las señales de tráfico indiquen que es seguro hacerlo.
Teniendo esto en cuenta, las cuatro categorías de riesgo de cáncer del CIIC son:
Los carcinógenos del Grupo 1 son sustancias que se sabe que causan cáncer, basándose en pruebas sólidas que demuestran tanto una correlación como mecanismos biológicamente plausibles que la sustentan. Este grupo incluye el consumo de alcohol y tabaco, el consumo de carne procesada, el arsénico y la radiación solar (rayos UV).
El grupo 2A incluye cosas que creemos que probablemente causan cáncer porque hay suficientes pruebas convincentes de cáncer en humanos y/o animales de experimentación. Algunos ejemplos son la carne roja, los esteroides anabolizantes, las emisiones de comidas fritas a alta temperatura, el trabajo en turno de noche y las bebidas calientes (por encima de 149 grados Fahrenheit).
El grupo 2B se designa cuando existen 1) pruebas limitadas pero no convincentes de cáncer en humanos o 2) pruebas convincentes de cáncer en animales de experimentación, pero no ambas. Algunos ejemplos son el extracto de sábila, la melamina, las verduras encurtidas al estilo asiático y el ácido cafeico — un compuesto habitual en verduras, frutas y café (que, de hecho, se asocia a un menor riesgo de cáncer) — y muchas sustancias químicas menos conocidas.
El Grupo 3 es heterogéneo. Incluye compuestos que han sido sometidos a pruebas exhaustivas y para los cuales no hay pruebas consistentes a favor o en contra de clasificar la sustancia como carcinógena, y también muchos compuestos que nadie ha probado realmente, quizá porque el riesgo de que los seres humanos entren en contacto con ellos es insignificante.
El CIIC clasificó el aspartamo en el grupo 2B basándose en pruebas limitadas de cáncer en humanos (concretamente, de carcinoma hepatocelular, que es un tipo de cáncer de hígado), pruebas limitadas de cáncer en animales de experimentación y pruebas limitadas relacionadas con los posibles mecanismos causantes del cáncer. También pidieron más investigación sobre la seguridad del aspartamo.
El CIIC tiene un historial de reevaluación de las pruebas científicas y de cambio de sustancias de un grupo a otro en función de la solidez de dichas pruebas. Por ejemplo, cuando el CIIC clasificó inicialmente el café en 1990, lo asignó al Grupo 2B; pero en el 2016, lo reclasificó al Grupo 3 debido a la aparición de pruebas sólidas que sugerían la ausencia de carcinogenicidad. Si se dispone de pruebas científicas más convincentes, el CIIC podría reevaluar el aspartamo de forma similar.
Al mismo tiempo que el CIIC hizo su anuncio, un comité conjunto de expertos que informa tanto a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura como a la OMS sobre el tema de los aditivos alimentarios (JECFA) anunció que no cambiaría sus recomendaciones sobre la ingesta diaria admisible (IDA) de aspartamo, concluyendo, basándose en las mismas pruebas que el CIIC, que no existen pruebas convincentes de que un consumo igual o inferior a la IDA suponga un riesgo para la salud[4]. (La IDA del JECFA se fijó en 1981 en 40 miligramos por kilogramo de peso corporal. Esta cifra es inferior al límite recomendado por la FDA de 50 mg/kg de peso corporal. Una persona tendría que consumir entre 9 y 14 latas al día para superar esta IDA, suponiendo que no se produjera ninguna otra ingesta procedente de otras fuentes alimentarias). En otras palabras, el JECFA no está diciendo que no pueda haber ningún peligro de cáncer a ningún nivel de consumo, sino sólo que no hay pruebas convincentes de un riesgo para la salud mientras el consumo diario a lo largo de la vida de una persona se mantenga generalmente por debajo de la IDA. Al igual que el CIIC, el JECFA pidió más investigación.
Entonces, ¿cuáles fueron las pruebas científicas relacionadas con el cáncer que consideraron estos dos organismos? Las pruebas epidemiológicas en las que el CIIC basó su clasificación proceden de cuatro estudios en humanos, dos de los cuales informaron de una asociación con un mayor riesgo de cáncer de hígado primario (es decir, cáncer que surge en el hígado en lugar del cáncer que empieza en otro lugar y se extiende al hígado, o cáncer de hígado secundario) y otros dos que informaron de una asociaciónasociación con un mayor riesgo de cáncer en general y de cánceres relacionados con la obesidad en particular.[5][6][7][8] Sin embargo, asociación/correlación no significa necesariamente causalidad, y no hay pruebas de un mecanismo biológico que explique cómo el consumo de aspartamo podría causar cáncer de hígado. Es una cuestión complicada de investigar. ¿Las personas que consumen mucho aspartamo tienen cáncer a causa del aspartamo? ¿O los grandes consumidores de aspartamo tienen algo más en común que los lleva a un mayor riesgo de cáncer? Después de todo, es probable que el consumo de aspartamo sea mayor entre las personas que padecen de diabetes y obesidad. Parece plausible que estas condiciones puedan ser la causa principal de un mayor riesgo de cáncer.
Además, las pruebas de que el aspartamo es cancerígeno en animales de experimentación se limitan a estudios con roedores realizados por un único grupo de investigación independiente llamado Instituto Ramazzini. Se cree que estos estudios, aunque libres de la influencia de la industria, tienen graves defectos metodológicos. Por ejemplo, el grupo de control procedía de una camada de ratones diferente a la del grupo de prueba. La mejor práctica en los estudios con animales es controlar las posibles diferencias genéticas combinando camadas.
En agosto del 2023, la revista Nature publicó los resultados de un nuevo estudio con animales que evaluó el impacto del consumo diario de aspartamo en varias medidas del funcionamiento mental en ratones[9]. El estudio descubrió que el consumo de aspartamo en dosis equivalentes a sólo el 7-15 % del valor máximo de ingesta diaria recomendado por la FDA para los seres humanos (aproximadamente equivalente al consumo humano de dos a cuatro refrescos dietéticos de ocho onzas al día) produce déficits significativos de aprendizaje espacial y memoria en ratones, en relación con los controles, que son detectables ya a las cuatro semanas del experimento. Además, los ratones machos transmiten estos déficits cognitivos a su descendencia, lo cual sugiere que los efectos adversos del aspartamo en la cognición pueden ser hereditarios, al menos durante una generación. Los investigadores identificaron varios mecanismos biológicos potenciales, pero se necesita más investigación para determinar la causalidad.
Por supuesto, no es necesario estar familiarizado con todas las pruebas científicas para saber que hay que evitar el aspartamo. Una de las mejores cosas sobre la alimentación basada en plantas es su simplicidad: sólo se comen alimentos basados en plantas enteras preparados de forma mínimamente procesada, sin aceites, azúcar ni sal añadidos. El aspartamo no se encuentra en los alimentos basados en plantas sin procesar y, por lo tanto, nunca se consumiría como parte de una alimentación de este tipo.
¡No obstante, puedes seguir disfrutando de muchos dulces naturales! Prueba a preparar un “móctel” si te apetece una bebida dulce. Y en lugar de sustituir el azúcar por aspartamo u otros ENA, prueba estas dulces alternativas en tus productos horneados y aperitivos:
Pequeñas cantidades de jarabe de arce o melaza negra también aparecen en algunas recetas basadas en plantas sin procesar y pueden ser aceptables de vez en cuando. Dicho esto, si resistes utilizar sustancias tan intensamente dulces por unas semanas, tu paladar evolucionará y te encontrarás encantado con el dulce natural de la fruta, ya sea una manzana para picar, un puñado de pasas sobre tus copos de avena, trozos de caqui en tu ensalada de arúgula o unos albaricoques secos en tu guiso marroquí de garbanzos.
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