
La seguridad alimentaria futura depende tanto de lo que comemos como de las semillas que elegimos proteger. Una dieta diversa generalmente promueve la salud humana, mientras que la diversidad de cultivos fortalece la resiliencia de las fincas agrícolas y los ecosistemas. Sin embargo, durante el último siglo, hemos perdido la gran mayoría de nuestras variedades de semillas, lo que ha dejado al sistema alimentario global más vulnerable a enfermedades, extremos climáticos y colapsos. Preservar y reintroducir semillas tradicionales y ancestrales no se trata solo de nostalgia o sabor, sino de asegurarnos de tener las herramientas genéticas para alimentar a una población en crecimiento en un mundo que cambia rápidamente.
Lo que comemos determina en gran medida los resultados de salud a corto y largo plazo. Una dieta variada basada en plantas, rica en frutas, vegetales, legumbres, cereales integrales, nueces y semillas, proporciona un espectro más amplio de vitaminas, minerales y fitoquímicos que apoyan una nutrición óptima. Las investigaciones muestran que las personas que consumen una mayor variedad de alimentos vegetales cada semana tienen una diversidad significativamente mayor en su microbioma intestinal que las que consumen menos variedad; la diversidad del microbioma, a su vez, está vinculada a un menor riesgo de obesidad, enfermedades cardíacas y trastornos inflamatorios.
La diversidad dietética también es una salvaguarda contra el hambre oculta (deficiencias de micronutrientes que pueden surgir cuando las dietas dependen demasiado de un pequeño número de alimentos básicos, como el maíz, el trigo o el arroz). Al diversificar nuestros platos, fortalecemos el cuerpo, reforzamos el microbioma y reducimos nuestra vulnerabilidad a las enfermedades crónicas.
Lo que es cierto para nuestros cuerpos también es cierto para la tierra: los sistemas agrícolas prosperan en la diversidad. Las fincas agrícolas que integran múltiples cultivos en lugar de centrarse en monocultivos construyen resiliencia en su suelo y ecosistemas. Los sistemas radiculares diversos mejoran la estructura del suelo, aumentan la materia orgánica y mejoran la retención de agua, por lo que los campos son menos propensos a la erosión y la sequía.
La diversidad de cultivos también actúa como un escudo natural contra plagas y enfermedades. Una finca agrícola con múltiples especies crea controles y contrapesos ecológicos. Las plagas que prosperan en un cultivo son menos propensas a propagarse incontrolablemente si hay otros cultivos presentes. Los estudios confirman estos beneficios: “En comparación con los sistemas agrícolas convencionales, los sistemas agrícolas diversificados apoyan una mayor biodiversidad, calidad del suelo, secuestro de carbono y capacidad de retención de agua en los suelos superficiales, eficiencia en el uso de la energía, y resistencia y resiliencia al cambio climático.”
En una era de creciente volatilidad climática, la diversidad de cultivos no es solo un ideal ecológico. Es una estrategia de supervivencia.
A pesar de los beneficios de la diversidad, nuestro sistema alimentario ha avanzado en la dirección opuesta. La cantidad de variedades de semillas disponibles para los agricultores y consumidores se ha reducido drásticamente. Entre 1903 y 1983, se estima que Estados Unidos perdió el 93 % de sus variedades de semillas únicas en operaciones comerciales, según la Rural Advancement Foundation International. Esta tendencia ha continuado desde 1983, lo que significa que la gran mayoría del legado genético de las frutas y vegetales que alguna vez se cultivaron en todo el país ha desaparecido en operaciones comerciales.
Más recientemente, los programas públicos de mejoramiento, que durante mucho tiempo fueron la columna vertebral de la innovación agrícola, han disminuido sustancialmente. Según un informe de la National Sustainable Agriculture Coalition, más de un tercio de los programas públicos de mejoramiento de plantas de los EE. UU. desaparecieron entre 1994 y 2014. Hay informes más recientes que corroboran esta pronunciada disminución. En lugar de estos programas de mejoramiento, las empresas comerciales de semillas dominan cada vez más el mercado y a menudo priorizan las variedades uniformes de alto rendimiento adecuadas para la distribución global sobre cepas diversas y adaptadas localmente. El resultado es un sistema alimentario global empobrecido en el ámbito nutricional y ecológico.
Cada semilla aporta características únicas que pueden ser vitales para el futuro de la agricultura. Algunas variedades prosperan en condiciones de sequía; otras resisten ciertas plagas o enfermedades. A medida que el clima se calienta y los eventos climáticos extremos se vuelven más comunes, estas diferencias genéticas podrían determinar si los cultivos sobreviven o fracasan. Cuando perdemos variedades de semillas, también perdemos sus características potencialmente cruciales. Mientras que las variedades comerciales populares pueden tener un mejor rendimiento bajo condiciones ideales con la ayuda de fertilización adicional y riego, las variedades tradicionales pueden adaptarse mejor durante tiempos de clima adverso, cambios climáticos mayores o inundaciones o sequías prolongadas.

Maíz dentado verde oaxaqueño (México)
Este maíz tradicional tiene una capacidad extraordinaria para prosperar en condiciones de sequía y suelos pobres, donde los híbridos modernos a menudo fallan. Su resiliencia lo hace invaluable para los programas de mejoramiento que buscan proteger los granos básicos contra la escasez de agua en un clima en calentamiento.
Arroz Swarna-Sub1 (India)
Al incorporar un solo gen de una variedad tradicional, los científicos desarrollaron una variedad de arroz que puede sobrevivir dos semanas de sumersión completa. Esta innovación ya está protegiendo a millones de pequeños agricultores contra pérdidas catastróficas por inundaciones, lo cual demuestra cómo la genética antigua puede proporcionar nuevas vías.
Tomate silvestre cherry de Matt (México)
Este pequeño tomate silvestre resiste naturalmente muchas enfermedades devastadoras, incluso el tizón. También se ha utilizado en programas de mejoramiento para aumentar la resistencia a enfermedades de las variedades comerciales de tomate, lo que ayuda a proteger uno de los cultivos más populares del mundo.
Papas andinas (Perú y Bolivia)
Los agricultores de gran altitud en los Andes aún cultivan miles de variedades de papas, muchas capaces de soportar noches frías, intensa radiación ultravioleta y suelos pobres en nutrientes. Estas diversas variedades locales ofrecen características que podrían ser críticas para la seguridad global de la papa a medida que los climas cambian hacia extremos más severos.
Frijoles caupi (África y Sur de EE. UU.)
Los frijoles caupi han sido un cultivo de supervivencia durante siglos; prosperan en el calor y la sequía mientras enriquecen el suelo por medio de la fijación de nitrógeno. Su fiabilidad en entornos marginales los convierte en un cultivo de seguridad alimentaria crucial en regiones donde el cambio climático está reduciendo las opciones para los agricultores.
Juntos, estos ejemplos ilustran una poderosa verdad: las características genéticas ocultas en las semillas tradicionales, ancestrales y silvestres son nuestra mejor garantía contra un futuro climático incierto. Preservarlas y cultivarlas asegura que tengamos las herramientas para adaptar nuestro sistema alimentario a sequías, inundaciones, plagas y eventos climáticos extremos.
La historia nos da advertencias. La Gran Hambruna Irlandesa de la década de 1840 fue causada por la dependencia excesiva de solo unas pocas variedades de papas. Cuando el tizón atacó, la hambruna masiva siguió. Hoy en día, vastos campos de trigo, maíz y soya genéticamente uniformes crean una vulnerabilidad similar. Si una enfermedad evoluciona para explotar estos cultivos uniformes, las consecuencias podrían propagarse a través de los suministros de alimentos globales.
Por lo tanto, la diversidad de semillas no es un lujo. Más bien, es una garantía contra las incertidumbres del futuro.
La buena noticia es que la biodiversidad aún existe, incluso si no se encuentra en grandes operaciones comerciales, y tenemos el poder de protegerla. Las semillas ancestrales, transmitidas de una generación a otra, encarnan tanto el patrimonio cultural como la resiliencia genética. A diferencia de las semillas híbridas o patentadas, las semillas ancestrales se pueden guardar y replantar, lo que asegura su supervivencia a lo largo del tiempo.
Podemos contribuir cultivando variedades ancestrales en huertos caseros, apoyando a los agricultores locales que trabajan con cultivos diversos o participando en redes de intercambio de semillas, como el Intercambio de Semillas o las bibliotecas comunitarias de semillas. Estos esfuerzos no solo protegen la diversidad genética, sino que también reintroducen sabores, texturas y nutrientes que se han perdido en los productos comerciales estandarizados. Un tomate Cherokee Purple o una sandía Moon & Stars ofrecen no solo sabor, sino una conexión viva y personal con la biodiversidad y la resiliencia.
Nuestra salud y la salud del planeta están profundamente entrelazadas a través de la diversidad de los alimentos que cultivamos y consumimos. Al ampliar la variedad en nuestros platos, nutrimos nuestros microbiomas y prevenimos enfermedades. Al proteger la diversidad de cultivos, construimos sistemas agrícolas capaces de resistir plagas, enfermedades y disrupciones climáticas.
La erosión de la biodiversidad de semillas es un desafío global, pero también es una oportunidad. Cada huerto con semillas ancestrales y cada comida que adopta la variedad son un acto de resiliencia y renovación. El futuro de la seguridad alimentaria no radica en menos cultivos en campos cada vez más grandes, sino en restaurar la abundancia de semillas y alimentos que alguna vez florecieron.
La próxima vez que siembres un huerto, compres en un mercado de agricultores o elijas semillas para cultivar, recuerda que cada semilla es un voto por la resiliencia, el sabor y un futuro próspero.
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