Se cree de manera amplia que los compuestos químicos como carcinógenos son la causa principal del cáncer humano. Sin embargo, cuando se comparan directamente, los desequilibrios de nutrientes son mucho más sustanciales en su efecto que los químicos. He llevado este argumento, como un seminario, directamente a las dos principales organizaciones de pruebas de carcinógenos químicos en el mundo (la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer de Lyon, Francia (una organización de la OMS) y el Programa Toxicológico Nacional (una vez en Research Triangle Park y una vez en Jefferson, Arkansas (un programa de la Administración de Alimentos y Medicamentos de los EE. UU. [FDA, por sus siglas en inglés] y los Institutos Nacionales de Salud [INS, por sus siglas en inglés]) con el fin de obtener su observación crítica. Solo obtuve comentarios que validaron nuestro trabajo —casi todo financiado por los Institutos Nacionales de Salud. También he estado en tres paneles de expertos de la Academia Nacional de Ciencias, donde este tema fue considerado y se ha publicado de manera extensa en revistas científicas revisadas por expertos.
Estoy seguro de que hay una cantidad extraordinaria de revuelo sobre la hipótesis del carcinógeno químico y, aunque bien intencionado por parte de muchos que hacen este argumento, también estoy seguro de que esta hipótesis ha sido ampliamente utilizada para desacreditar la hipótesis del desequilibrio nutricional, principalmente para proteger a la industria de comidas de origen animal. Digo esto porque cuando el senador John Glenn me invitó a declarar ante su comité por qué el público estaba tan confundido acerca de la alimentación y la salud, su personal había recibido —antes de mi testimonio—, un aumento de correo sobre lo contrario y, después de un poco de investigación por parte del personal de Glenn, se descubrió que casi todo ese correo fue generado por los grupos de intereses de la industria animal y del ganado.
Este prejuicio también es responsable de los 30 millones de dólares gastados en el artículo de la revista Advances in Nutrition sobre el cáncer de seno en Long Island, solo para mostrar que no tiene ninguna relación. Cornell consiguió algo de ese dinero y, aunque públicamente señalé desde el principio que era probable que fuera una expedición de pesca, también me enteré de que, de nuevo, se trataba de desviar la atención de la hipótesis del desequilibrio nutricional. Los informes finales hablan por sí mismos —no hay evidencia de un vínculo entre el cáncer de seno y los plaguicidas, etc.—.
Hace unos años habría preferido lo contrario, porque me opongo firmemente al uso indiscriminado de productos químicos sintéticos que entran a nuestra comida. Sin embargo, no es su carcinogenicidad lo que me preocupa, sino la posibilidad real de sus toxicidades de otros tipos, de los cuales no sabemos antes de su uso. Pero seguir discutiendo sobre su carcinogenicidad es desacreditar a los proponentes ante los ojos de los científicos que conocen los datos de otra manera, para así desacreditar el discurso ambiental legítimo.
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