Nunca, ni en mis peores pesadillas, hubiera podido predecir o imaginar que mi único hijo, el bebé con el que había soñado mi vida entera (incluso cuando me dijeron que no iba a poder concebir debido a la endometriosis), fuera diagnosticado con cáncer en fase avanzada a la edad muy temprana de dieciséis años. Pensé que estaba haciendo todo bien para él, a pesar de ser una mamá soltera, económicamente independiente. Quiero decir, que consumíamos una dieta orgánica semisaludable, compuesta por un montón de frutas y vegetales orgánicos, los productos lácteos se limitaban a yogurt congelado o queso feta ocasionales, cereales de grano entero y grasas saludables que incluían en ese momento algún salmón ocasional.
Ambos teníamos una actitud positiva acerca de la vida y una relación cálida y cariñosa. No había nada de lo que no pudiéramos hablar. Brindamos en año nuevo con una lista completa de planes, esperanzas y sueños para el cumpleaños 16 de mi hijo. Poco sabía de lo que nos esperaba a la vuelta de la esquina. Mi hijo había desarrollado una tos que daba la impresión de aparecer y desaparecer. Su médico de cabecera la desestimó como “alergias” o una infección respiratoria crónica. Poco después, comenzaron a aumentar las fiebres a diario, pero su médico todavía no creía necesario hacer una radiografía.
En nuestra última visita a principios de marzo, el doctor optó por decirnos que el problema de mi hijo provenía del hecho de que yo no lo estaba alimentando con “carne roja” y que, en consecuencia, su sistema probablemente se habría debilitado. Yo estaba tan enojada y mortificada por lo que estaba oyendo y me levanté para marcharme. Tan pronto como lo hice, la radiografía que pedí mostró que mi hijo tenía un tumor masivo en su mediastino que estaba separando sus pulmones y comprimiendo su tráquea, causando que la tos y la “alergia” se vieran como problemas respiratorios. El doctor estaba blanco como un fantasma cuando entró con ese informe y no hace falta decir que yo estaba lívida.
Nos apresuraron a realizar una tomografía computarizada de emergencia de camino a la sala de oncología pediátrica de nuestro hospital local. No podía dejar de temblar y tampoco podía hacerlo mi hijo. No se le permitió comer durante ese día, excepto por el bario de contraste con sabor a frutas del bosque que el técnico trató de vender como un batido de frutas. Era repugnante, pero se lo hicieron tragar para determinar si la enfermedad había penetrado en sus intestinos. Estaba en estado de conmoción absoluto porque de repente esto le estuviera sucediendo a mi hijo y me petrificaba que pudiera perderlo.
La comida siempre había sido un salvavidas para Josh. Siempre fuimos “amantes de la buena comida” orientados a la salud, o así lo creíamos. Después de que él fue admitido a la unidad de oncología, busqué inmediatamente maneras de conseguirle alimentos orgánicos para comer fuera de las paredes del hospital, pero fue algo bastante difícil de hacer. Había un montón de gelatina, pudín, atún cubierto de mayonesa, junto con fideos decolorados. Josh dejó en claro que no comería “esa porquería”. Ambos buscamos frenéticamente en internet pistas sobre la enfermedad de Hodgkin, al igual que la dieta óptima que maximizara sus posibilidades de sobrevivir al tratamiento del cáncer.
Cuando comenzó la sesión de quimioterapia de Josh, las enfermeras trajeron innumerables bolsas de líquidos intravenosos, llenos de duros agentes quimioterapéuticos. Las infusiones de quimioterapia se extendieron a lo largo de tres días, y las sesiones duraron horas. Algunas de las drogas, como el Etopósido, hacían que su presión arterial bajara severamente, lo que lo hizo sentir muy débil. La quimioterapia secó su sonrisa magnética, agotó su energía, y lo dejó con náuseas severas después de cada infusión. Nos enteramos de que las moléculas de quimioterapia se descomponen por el hígado, lo que lo agota de glucógeno. Cerca de una semana en quimioterapia, los recuentos de glóbulos blancos de Josh cayeron a casi cero como resultado de la quimioterapia. Esto causó que fuera extremadamente susceptible a infecciones severas que él aguantó durante varias ocasiones.
Estaba desesperada por aliviar a Josh de su sufrimiento. Ambos hicimos la investigación en internet y aprendimos acerca de los beneficios de una alimentación basada en plantas sin procesar durante el tratamiento del cáncer y más allá. Inmediatamente dejamos de comer lácteos, huevos, la mayoría de la azúcar procesada e incluso el pescado. Me di cuenta de que Josh sentía menos náusea y letargo, casi de inmediato. Él decidió investigar los efectos del azúcar en las células cancerosas y llegó a la conclusión de que debía dejar de comer azúcares procesados con la esperanza de frenar el crecimiento de sus tumores mediastinales. Decidió dejar de comer pudines de arroz, gelatina y bollos dulces de la cafetería del hospital y los reemplazó con avena, plátanos, frutas del bosque y panes de canela y centeno que pude obtener del supermercado orgánico local. La fruta congelada se convirtió en su caramelo. Un par de amigos se ofrecieron a ayudarnos trayéndonos vegetales orgánicos congelados, zanahorias, vegetales de hoja verde, batatas, espinacas y más al hospital. Me las arreglé para usar el microondas en el sector de enfermería para hacer los vegetales al vapor, junto con quinua cocida y otras opciones veganas del mercado local de comida saludable que quedaba cerca. Los mezclaba todos con salsa tamari orgánica, baja en sodio y otros condimentos que Josh disfrutó.
Cuando él comenzó a comer comidas como esta, su energía y su espíritu mejoraron. Parecía más feliz y estaba más alerta. Su náusea fue menos grave por momentos, después de la quimioterapia. Su conteo sanguíneo se recuperaba mucho más rápido. El impacto que una alimentación basada en plantas sin procesar tuvo en su batalla contra el cáncer fue profundo. Josh es un artista y sorprendentemente fue capaz de empezar a pintar, incluso durante las sesiones de quimioterapia, una vez que establecimos la mejor manera de comer para él. Adopté la misma alimentación basada en plantas sin procesar y no he mirado hacia atrás. Ambos creemos que nuestra alimentación, más el vínculo afectivo que hemos compartido durante todos estos años, es lo que ha mantenido a Josh en remisión de cáncer durante los últimos cinco años.
Josh también tuvo que soportar meses de radiación diaria después de la quimioterapia en otro centro de cáncer en el norte de California. Tenía que quedarse muy quieto bajo una enorme máquina aceleradora lineal, encerrado en una gran habitación detrás de una puerta de un pie de espesor. Los rayos de radiación produjeron marcas rojas en su piel, y a veces lo dejaban muy fatigado y deprimido. Para contrarrestar este ataque de la radiación, encontramos un pequeño gimnasio cercano para que él lo usara y allí se obligó a levantar pesas y a ejercitar sus extremidades bajo la amable guía del gerente de gimnasio, quien se ofreció a ayudarlo a comenzar a restablecer su fuerza física. Nosotros persistimos, pero su fatiga continuaba. Después, le hice muchos zumos verdes, con kale fresco exprimido, acelga suiza, brócoli, limón, manzana verde y más, lo que le proporcionaba deliciosos fitonutrientes y vitaminas naturales.
La otra parte importante de su tratamiento era hacer que Josh expresara sentimientos, como el miedo y la ira, que se arremolinaban dentro de él día y noche. Soy una psicoterapeuta entrenada y entrenadora de vida, lo que me ayudó a saber cómo apoyar a mi hijo emocionalmente de la mejor manera posible. Desde entonces, he ayudado a innumerables padres y cuidadores a hacerlo, tanto por sus propios hijos, como por ellos mismos. El cáncer causa estragos en la vida de un padre y su hijo. Crear las herramientas que necesitábamos con una alimentación basada en plantas sin procesar, el vínculo afectivo que compartimos y profundizamos a través de este horrible viaje por el infierno, así como aprender a ser defensores de la salud para lo que creíamos ser el mejor ciclo de tratamiento para Josh nos ha hecho seres humanos mucho más fuertes y resilientes, cada uno a nuestro modo. El libro del que somos coautores y que pronto será publicado, Holding On, es un reflejo de nuestra transición a una alimentación basada en plantas sin procesar y su impacto en ayudar a “Sam”, el personaje principal de nuestra novela, quien se cura de los efectos debilitantes del tratamiento del cáncer.
Josh actualmente asiste a la Universidad de California en Berkeley, estudia Ciencias Informáticas y Práctica del Arte. Él está enfocado en convertirse en un ingeniero de software, y aspira iniciar su propia empresa de bioinformática.
Image Credit: Josh Weinstein
This is a self-reported testimonial regarding the author’s experience with a plant-based diet. It should not be interpreted as personal medical advice. Please consult with your physician for questions or concerns regarding personal health or illness.
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