He recorrido un largo y accidentado camino alimentario: aunque admiro y envidio a quienes son capaces de ver un documental como Forks Over Knives o tomar El Estudio de China y lanzarse de inmediato a un estilo de vida basado en plantas sin procesar (WFPB, por sus siglas en inglés), ese no fue mi caso.
Me crié con la dieta americana estándar. Hígado rebosado con cebolla junto a guisantes verdes arrugaditos.Recuerdo que intentaba esperar a que mi madre terminara y se fuera para ver si podía evitar comerlos. Yo era una niña “agradablemente rellenita” (creo que eso era incluso la marca de ropa que mi madre me compraba); siempre que descubría una reserva congelada de caramelos de Pascua, dulces Zingers o galletas de chocolate, los devoraba rápidamente.
Mi madre estaba preocupada por mi “apetito” y, a los 8 años aproximadamente, me presentó mi primera dieta. Compró unos pequeños dulces llamados Aids (rebautizados como Ayds después de la aparición del virus). Masticabas uno y tomabas agua caliente, y se suponía que esto te ayudaba a llenarte antes de las comidas. Me encantaban los Aids—eran, de hecho, dulces—tanto que los comía a escondidas. Error número uno.
En la escuela superior, mi madre me daba tablas dietéticas con premios. Perdía un poco de peso, pero no duraba. Trabajaba en una farmacia y tenía una adicción a los dulces. Recuerdo haber tenido una pijamada con amigas y estar desconcertada porque apenas tocaban los dulces que yo alegremente llevaba; sin embargo, también estaba agradecida porque me sobraban muchos.
Años después, cuando me comprometí, decidí que quería llevar el vestido de novia de mi madre. Así que me inscribí a regañadientes en Nutri-System, donde mi abuelo era el médico supervisor. Recuerdo lo mal que me sentí cuando el “consejero” sugirió que estaba avergonzando a mi abuelo con mi falta de progreso y que el gasto de la comida era inútil si iba a hacer trampa todo el tiempo. No me puse el vestido de mi madre. Error número dos.
Avancemos a mis años de madre joven, cuando me puse más rellenita que agradable. Aquellos tiempos consistían en vídeos de Richard Simmons, ejercicios aeróbicos en la YMCA a primera hora de la mañana, Weight Watchers (compañía global con sede en los EE. UU. que ofrece servicios de pérdida y mantenimiento de peso), requesón y zanahorias, apio, galletas bajas en grasa y postres congelados de Weight Watchers. Incluso pagué por hipnosis para perder peso. Después de repetidos fracasos, finalmente me rendí y decidí que iba a comer lo que quisiera cuando quisiera. Me las arreglé para mantenerme alrededor de las 200 libras (90 killos) durante mucho tiempo.
Cuando mis hijas eran adolescentes, vimos Super Size Me. Esto me abrió los ojos a la realidad de que lo que comíamos podía marcar una diferencia. Unos años más tarde, vimos Fat, Sick, and Nearly Dead. Me intrigó, pero no tanto como para seguir investigando. Pero entonces, hace unos 12 años, mi hija, que vivía en casa con mi marido y conmigo, hizo el ayuno de Daniel y se convirtió en vegana justo después de eso. A mi marido le acababan de diagnosticar artritis reumatoide, y sabíamos que la comida vegana debía ser beneficiosa para nosotros, así que seguimos los pasos de mi hija.
Al principio, perdí unas 20 libras (9 kilos) y mi marido empezó a sentirse mejor. Vimos todos los documentales, incluyendo Forks Over Knives. Mi hija y yo incluso viajamos a Portland para el VegFest, donde vimos hablar al Dr. Esselstyn. Recuerdo que pensé en lo restrictivo que era, pero se plantó una semilla y pensé, en lo más profundo de mi mente, que estaba envejeciendo y con sobrepeso, y que algún día eso podría volverse en mi contra.
Durante una docena de años, entraba y salía del hábito vegano y lo volvía a retomar . Era “buena” hasta que algo me tentaba demasiado, entonces mi mentalidad insana entraba en acción. Me volví vegetariana todo el tiempo, vegana a veces. No comía carne, pero los lácteos, el queso y los dulces—sobre todo los dulces—eran mi canto de sirena. Incluso escribí en el blog recetas veganas, la mayoría de las cuales no eran tan saludables, pero era adicta a recrear todos los deliciosos recuerdos de comida que tenía. Este ciclo me estaba pasando factura emocionalmente, y sentía mucha culpa; intentaba encontrar mi determinación de nuevo, pero fracasaba tan pronto como me levantaba y luego me quedaba abajo mucho más tiempo que antes.
A pesar de que trabajo en medicina interna y cirugía vascular, donde veo de primera mano todas las enfermedades que conlleva la dieta americana estándar, me resistía a ir al médico. A mediados de mis 20 años, dejé de ir al médico después de que un otorrinolaringólogo dijera que mi obesidad era la causa de una infección de oído. ¿En serio? Parecía que todo el mundo quería sugerir que mi obesidad era la causa de todo. Me enfadé.
Pero cuando empecé a tener nietos, la semilla de aquella charla del Dr. Esselstyn empezó a rondar mi cerebro, y prometí ir a un médico para que me revisara todo antes de cumplir los 60 años. Pedí cita con un médico de atención primaria para mi cumpleaños número 59 en octubre del 2021. Empecé a consumir una alimentación basada en plantas sin procesar “light en aceite” tres semanas antes de esa cita. Me programaron mamografías (mi primera) y exámenes de detección de cáncer de colon y del recto y me tomaron sangre.
Salí de la cita con un diagnóstico de presión arterial alta y azúcar en la sangre ligeramente elevado. Consciente de que se avecinaban las otras pruebas, llegó la mañana de mi mamografía. Hubo una rápida visita a la sala de ultrasonidos, seguida de una biopsia tres días después para revisar un ganglio linfático sospechoso y una masa preocupante. ¿El diagnóstico? Cáncer de seno.
Con la cirugía y la radiación, tuve un resultado básico y tratable. En ese sentido, esquivé una bala. Pero estaba muy consciente de que esta masa, aunque pequeña, había estado creciendo en mi cuerpo durante años. De la noche a la mañana, finalmente acepté lo que había sabido durante años: a las hormonas les encanta permanecer en la grasa extra, y yo he estado llevando mucha grasa extra alrededor de mis órganos internos. Mi cáncer de seno era positivo para las hormonas femeninas, lo que significa que las hormonas alimentan mi cáncer. Llevo cinco años con una prescripción que suprime esas hormonas femeninas para matar de hambre a cualquier célula cancerosa que aún quede después de la radiación y la cirugía, pero estoy frustrando el propósito si todavía tengo 115 libras (52 kilos) extra de grasa que contienen esas mismas hormonas que alimentan el cáncer. La grasa tiene que desaparecer.
Buscando un crecimiento continuo, apoyo y conocimiento, he estado leyendo libros como El Estudio de China (finalmente) y volviendo a ver documentales y videos de YouTube de médicos y miembros de la comunidad basada en plantas sin procesar. También encontré el grupo Diet Daze del chef Del Sroufe a través de Facebook, que recientemente se trasladó a un nuevo hogar, CNS Kitchen. El apoyo y los ánimos de los miembros de ese grupo han llegado en un momento crucial de mi trayectoria. Esta comunidad ha recalcado que estoy en el camino correcto hacia la salud y que vivir de esta manera es factible y alcanzable. Con mis esfuerzos iniciales y la participación en un reciente reto de bienestar a través de CNS Kitchen, he conseguido perder un total de 44 libras (19,9 kilos) de las 115 (52,1 kilos) que necesitaba perder desde mi primera visita al médico en octubre.
¿Ha sido un reto? No voy a mentir, sí, a veces. Pero mi mentalidad es diferente ahora. Estoy comiendo, literalmente, para salvar mi vida. El cáncer que tuve no se ha ido permanentemente, desde mi perspectiva. Era de crecimiento lento y creció durante unos 10 años; llegó a un ganglio linfático. El sistema linfático está interconectado con todo el cuerpo, por lo que esas células cancerosas también están en todo mi cuerpo.
Estoy añadiendo y eliminando muchos elementos a mi vida. Para empezar, el té verde, la linaza molida y los productos de soya enteros, como el tempeh, combaten el cáncer. Están en mi lista de cosas que debo comer/beber. Sé que hacer mi propia comida basada en plantas sin procesar me dará vida y energía. ¡Las verduras son oro! Los frijoles y los cereales de grano entero alimentan mi buena colonia intestinal y me ayudan a sentirme llena. También estoy incorporando el ayuno a esta experiencia de vida. Un estudio prometedor demostró que el ayuno durante un mínimo de 13 horas al día mejora los resultados de supervivencia del cáncer de seno. Esto significa simplemente que dejo de comer después de las 6:00 p.m. y retraso el desayuno hasta no antes de las 7:00 u 8:00 a.m. O bien, mi ayuno puede empezar después del almuerzo y prolongarse hasta el desayuno de la mañana siguiente.
Sé que la perfección en este mundo es casi imposible. Estoy eliminando el fracaso de mi vocabulario. Estoy planificando con antelación y eligiendo las mejores opciones del momento. Si estoy lejos de mi entorno y surge otra comida, tomaré la mejor opción disponible. Esto podría ser comer una ensalada con aderezo por el lado o sin aderezo, o verduras al vapor. Puede que coma uno o dos bocados de algo vegano, pero no basado en plantas sin procesar, pero solo son bocados, sin atiborrarme. Incluso puedo beber un vaso de agua o una taza de té y disfrutar de la conversación sin llevarme un solo bocado de comida a la boca.
Tener hambre no es lo peor. Creo que es una señal de que mi cuerpo está utilizando el combustible que de otro modo no me serviría al estar almacenado en mi cavidad abdominal, abarrotando mis órganos vitales. Puede que celebre un cumpleaños o una festividad y coma un bocado o una porción de algo que no está en mi lista perfecta, pero la diferencia es que la próxima oportunidad de comer va a ser una buena opción saludable para mí. Esos pequeños momentos fuera del plan son momentos de verdad; no van a mover mi meta ni mi enfoque o a frenar mi deseo de prosperar.
Siempre voy a avanzar hacia la siguiente mejor decisión y dejaré atrás las imperfecciones. Porque cada decisión que tomo es acumulativa. El escritor C.S. Lewis tiene una cita que dice que nuestras decisiones nos vuelven criaturas más infernales o más celestiales. Me gustaría abundar sobre lo anterior un poco y decir que lo que elijo ingerir o permitir en mi vida me va a llevar, una elección a la vez, o hacia el futuro de “vivir hasta los 95 años siendo una abuela vigorosa, atrevida y divertida” que quiero, o a la “anciana de 80 años que se deteriora en el hogar de ancianos” que veo todos los días en las prácticas médicas donde trabajo. Esta mentalidad y forma de comer es una victoria absoluta.
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