Hice algunos cambios muy importantes recientemente en cómo y qué como y lo que ya no como. Es justo decir que tuve una especie de epifanía. No solo me levanté una mañana y decidí eliminar la comida chatarra de mi alimentación. Hay pocas cosas en la vida que me han dado más placer que satisfacer a mi gusto por lo dulce. Normalmente tomaba de seis a ocho vasos de té helado endulzado todos los días. Ponía dos o tres cucharaditas de azúcar en mi café. Podía comer un puñado de galletas a lo largo del día y tal vez disfrutar de una taza de helado después de la cena. Si alguna vez me hubiera molestado en hacer un inventario de la cantidad de comida procesada que consumía a diario, podría haberme asustado. Pero ¿por qué?
Estaba nadando, montando bicicleta, corriendo más de 20 horas a la semana y compitiendo en los torneos de Ironman. Quemaría esas calorías, bueno, la mayor parte. No era gran cosa. Pero después de 35 años de ingerir tantas calorías vacías a diario, me estaba engañando a mí mismo con que no me estaba afectando. Sin embargo, no quería pensar en renunciar a la comida chatarra porque realmente la disfrutaba. Y seguro, estaba un poco preocupado de que renunciar a ello pudiera ser más difícil de lo que pensaba. No quería enfrentar el hecho de que podría no tener la determinación interna de controlar lo que pongo en mi propia boca. Aun así, no era un gran problema, o eso pensaba.
Eso cambió cuando recibí una mala noticia de parte de uno de mis proveedores de atención médica. Para serte sincero, había tenido un problema de salud más bien deprimente tras otro durante los últimos dos años. Embolias pulmonares, asma, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) y fibrilación auricular preocupante que requirió no uno, sino dos procedimientos de ablación por radiofrecuencia en un laboratorio de cateterización cardíaca, un procedimiento algo invasivo. Todo esto se sumó a la mala calidad de vida y disminuyó drásticamente el rendimiento deportivo. Y con menos horas de entrenamiento, empecé a aumentar tan rápido de peso, que la tendencia daba miedo.
Pensé que estaba hecho a prueba de balas. Invencible.
Que iría a correr en las competencias de Ironman para siempre.
Mirando hacia atrás, era ese tipo que siempre daba por sentado el tener una salud dinámica. Pensé que estaba hecho a prueba de balas. Invencible. Que iría a correr en las competencias de Ironman para siempre. ¿Por qué no pensaría de esa manera? Durante más de tres décadas, mi vida giró en torno a un estilo de vida deportivo de resistencia, que incluía el ciclismo, la natación y las carreras. Durante 25 de esos años, viajé alrededor del mundo haciendo triatlones de larga distancia, incluidos los Campeonatos Mundiales de Triatlón Ironman en Hawái y los Campeonatos Europeos de Ironman en Alemania. Fui miembro del Equipo de Estados Unidos y completamos tres Campeonatos Mundiales de Triatlón de Larga Distancia de la Unión Internacional de Triatlón (UIT) en Dinamarca, Australia y Francia.
Mi vida profesional era igual de activa y físicamente vigorosa. Como productor de documentales y profesional de televisión, pude ver mucho del mundo a través del visor de una cámara de televisión. He remado kayaks de aguas bravas en la Patagonia y he filmado expediciones de caminatas de elefantes y gorilas en África. Nadé con tiburones en Tahití y exploré Machu Picchu en Perú. Prosperé en ese estilo de vida de acción y aventura.
Fue una píldora difícil de tragar cuando los problemas de salud amenazaron con terminar la fiesta. La gota que rebosó la copa llegó cuando me reuní con una especialista del sueño que me pesó en 204 libras (92,5 kilogramos) y me dijo que los resultados de mi estudio del sueño indicaban apnea del sueño. Ella me indicó que tenía dos opciones: podía deshacerme del exceso de peso o acostumbrarme a la idea de dormir todas las noches con una máscara y un dispositivo de respiración. ¡Eso fue todo! Después de intentar dormir con ese dispositivo incómodo infructuosamente, decidí que la forma más fácil y suave era perder peso. Sabía que la comida chatarra era el principal delincuente y que tenía que irse. Purgué mi despensa y tomé la decisión de que finalmente iba a abandonar ese estilo de vida de manera repentina. Las medias tintas nunca me llevaron a ningún lado. Yo estaba dispuesto a todo.
Un amigo me alentó a leer El Estudio de China. Vi Forks Over Knives, PlantPure Nation y todos los documentales sobre nutrición de Netflix que pude encontrar. Eso fue hace meses, y hasta ahora, no he tenido una “recaída”. Trato esto como una adicción real. Para mí, lo que está en juego es tanto como para un adicto en recuperación. Cuando surgen los antojos de comida chatarra, y así sucede, me digo que solo hay una galleta con chispas de chocolate que no puedo comer: la primera. Si no hay una primera, no puede haber una segunda o una tercera o un “qué demonios, ya lo eché a perder. Bien podría comerme toda la caja”.
La única manera en la que puedo ser exitoso en esta trayectoria con la alimentación es una comida a la vez y un día a la vez. He perdido casi 35 libras (15 kilogramos). Y lo más importante, me siento mejor y me siento mejor con respecto al chico que me mira en el espejo. Cuando vuelven los antojos, me recuerdo que mi salud y mi vida están en juego. Estoy agradecido de que haya necesitado una crisis en mi salud para inspirarme y motivarme a cambiar.
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