Las ventas de la leche empezaron a frenarse en Estados Unidos en 1970 y la industria ha salido en desbandada para parar la caída libre desde entonces. Aunque la conexión entre la leche, el calcio y la salud ósea ha sido la piedra angular para la publicidad de la leche, la industria también ha estado comprometida en continuos esfuerzos para expandir la imagen de lo que la leche puede hacer por los estadounidenses. Pero, sin importar qué supuestos beneficios usen para persuadir a los consumidores, la industria de lácteos ha estado plagada por una ausencia de investigaciones creíbles que apoyen sus afirmaciones.
En agosto 16 de 1974, el New York Times reportó que el FTC (siglas en inglés para la Comisión Federal de Comercio) había registrado una queja formal contra los comerciales que promovían la leche, denominándolos como publicidad “injusta, falsa, confusa y engañosa”, e involucrando a la Junta Directiva de Productores de Leche en California y a su agencia publicitaria. La FTC se opuso al uso del lema “Todo el mundo necesita leche”, y dijo que la leche no solo era innecesaria, sino que podría lastimar a algunos individuos. Los comerciales en cuestión no solo sugerían que la leche era esencial, pero aseguraban que la cosa blanca “podría prevenir la gripa y la artritis”[1] Esto marcó un punto de inflexión para los comerciales de la industria de los lácteos, la cual, durante las siguientes cuatro décadas, retrataría a la leche como la panacea.
Primero vino la afirmación que la leche era una ayuda para la recuperación después del ejercicio, que aumentaba la destreza atlética, pero un panel científico designado por el gobierno federal rechazó esta afirmación[2]. Luego, vino la campaña de 200 millones de dólares que declaraba que tomar leche ayudaba en la pérdida de peso. El problema fue una revisión de 41 estudios clínicos aleatorizados, incluyendo un estudio de la Facultad de Medicina de Harvard, que demostraban que la leche no hacía nada de esto. El doctor de Harvard, Walter Willett, MD, PhD, dijo que la declaración “había sido totalmente desacreditada por investigaciones no patrocinadas por el Consejo Nacional de Lácteos”.[3] Aún así, se necesitó una demanda y una reprimenda del USDA (siglas en inglés para el Departamento de Agricultura de Estados Unidos), antes de que la industria abandonara esta campaña.[4]
Más recientemente, la industria de lácteos aseguró que tomar leche podría reducir los síntomas del síndrome premenstrual. Ellos denominaron esta campaña como “Todo lo que hago está mal”, la cual sugería que los hombres son las víctimas reales del síndrome premenstrual, porque deben aguantar los comportamientos irracionales de las mujeres. Los anuncios atrajeron críticas fuertes y generalizadas y fueron retirados en pocas semanas[5] No solo porque fueran ofensivos para las mujeres. Una vez más, la afirmación no podía ser corroborada por la ciencia. “La leche es lo último que le recomendaría a una mujer con síndrome premenstrual”, dijo Christiane Northrup, MD, una ginecóloga certificada, internacionalmente reconocida y autora exitosa en ventas del libro Cuerpo de mujer, sabiduría de mujer (en inglés, Women’s Bodies, Women’s Wisdom). “En mi experiencia clínica”, dijo la Dr. Northrup, “la leche y el consumo de lácteos están asociados de manera frecuente con un aumento del síndrome premenstrual y los calambres menstruales. No hay absolutamente ninguna evidencia que conozca de que consumir leche realmente mejore cualquier aspecto del ciclo menstrual de una mujer. Es más bien lo opuesto”. Las observaciones de la Dr. Northrup y de otros que tratan esta condición no deberían ser sorprendentes, ya que la menstruación y los síntomas indeseados que frecuentemente la acompañan, están orquestados por la delicada economía de hormonas en el cuerpo, y cada vaso de leche de vaca contiene casi 60 hormonas diferentes y factores de crecimiento.[6]
Entonces, ¿qué pasa con la declaración en la que se basa la industria de lácteos —aquella que afirma que la leche de vaca es esencial para mantener alejadas las fracturas óseas en los humanos—? Resulta que hay abundante evidencia que también contradice esta declaración. Un estudio de casos y controles en estadounidenses mayores, publicado en la American Journal of Epidemiology, demostró que suplementar la dieta con leche de vaca no reducía la incidencia de fractura ósea en absoluto.[7] El Estudio de Enfermeras de Harvard, el cual incluyó más de 77 000 mujeres, encontró que las mujeres que consumían tres vasos o más de leche al día, no tuvieron riesgo reducido de fracturas de cadera o brazo durante el periodo de seguimiento de 12 años, cuando fueron comparadas con mujeres que tomaron muy poca o nada de leche.[8] El Health Professionals’ Follow-Up Study, también de investigadores de Harvard, revisó a 43 000 hombres, y no encontró alguna relación entre la ingesta de calcio y fractura ósea. Un metaanálisis de seis estudios prospectivos, que involucraban a un total de 39 563 hombres y mujeres, examinó la ingesta de leche y el riesgo de fractura ósea. Los autores concluyeron que las personas que consumían menos de un vaso de leche al día, no tenían mayor riesgo de fractura ósea.[9] Una vez más, un estudio del 2014, mostró que el alto consumo de leche en la adolescencia no llevaba a menor riesgo de fractura de cadera en el futuro.[10]
Ya que tomar leche de vaca no parece ser una forma confiable de prevenir fracturas óseas en humanos, desde el punto de vista de la salud pública parece prudente que revelemos los riesgos asociados al seguir tal consejo. Por ejemplo, hay un sinfín de estudios que muestran una relación entre tomar leche y riesgo de cáncer de próstata, y los investigadores de Harvard denominaron al consumo de leche, “uno de los predictores alimenticios más consistentes para cáncer de próstata en la literatura publicada”.[11] Sabemos que la mayoría de la población mundial no puede digerir adecuadamente el azúcar en la leche, llamada lactosa, y puede sufrir de gases, distensión y cólicos abdominales sin ninguna necesidad cuando la consumen. Sabemos que la leche y los productos lácteos son la fuente número uno de grasa saturada, lo cual es un factor de riesgo para enfermedad cardiaca, el asesino número uno de los estadounidenses. Sabemos los que resultados de un número de estudios sugieren que la lactosa en la leche puede incrementar el riesgo de cáncer de ovario[12]. Cada 10 gramos de lactosa consumida (aproximadamente un vaso de leche) puede elevar el riesgo en un 13 por ciento. La leche también está frecuentemente contaminada con dioxina y PCB (siglas en inglés para policlorobifenilos), ambos de los cuales son carcinógenos humanos, así como el plomo, el cadmio y los pesticidas.[13]
Cada intento de ampliar la percepción de lo que la leche puede hacer por el público, ha estado plagado con un problema similar importante: la investigación para soportar la declaración es muy escasa o inexistente. Quizás esa es una razón de la caída del 36 por ciento del consumo de leche per cápita entre 1970 y 2011[14]. Parece que la industria de los lácteos está experimentando un momento prolongado del “emperador sin vestiduras”, en el cual los consumidores finalmente están empezando a darse cuenta de que las promesas de la industria de lácteos simplemente no están dando resultados, y además, la leche de la vaca no es más esencial para la salud humana que la leche de perro, elefante o jirafa.
Parece que el gusto de Estados Unidos por la leche de vaca está realmente volviéndose agrio. Mientras tanto, las ventas de bebidas saludables no lácteas como la leche de almendras, de coco y de soya, subieron a casi dos billones en el 2013, un incremento del 30 % desde el 2011.[15] El mito de la leche como un elixir mágico que resolverá todas los males ya no tiene un dominio absoluto, y está surgiendo un entendimiento más balanceado, para el beneficio de todos.
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