Según la gran mayoría de los parámetros disponibles, los ecosistemas acuáticos del mundo enfrentan graves desafíos. Informes recientes indican que las poblaciones de tiburones y mantarrayas se han reducido a la mitad desde 1970. Esta tendencia valida estudios previos que mostraron una disminución de un 49 % en las poblaciones de peces entre 1970 y 2012.[1][2] Actualmente, casi el 90 % de las poblaciones globales de peces marinos se han explotado, sobreexplotado o agotado.[3] Además, un tercio de los mamíferos marinos y corales formadores de arrecifes en el mundo están bajo amenaza de extinción, y se ha perdido más de la mitad de los arrecifes de coral debido al cambio climático.[4][5]
Estos drásticos descensos han afectado la industria pesquera mundial, si bien esta es la principal causante del problema. A pesar de las mejoras en los métodos de pesca, la producción de la pesca silvestre no ha aumentado desde principios de la década de 1990, incluso cuando la producción mundial de peces se ha cuadruplicado en los últimos cincuenta años.[6] Para compensar el colapso continuo de los ecosistemas acuáticos, la acuicultura se ha vuelto dominante, y actualmente el consumo mundial de pescado proviene mayormente de la piscicultura en lugar de la pesca silvestre. La acuicultura es el sector de más rápido crecimiento en el sistema alimentario, con un valor de $160.9 mil millones en 2024. Se prevé que esta cifra aumentará a $262.09 mil millones para el año 2032.[7]
Mientras que muchas personas en la industria de pescado y mariscos ven el auge de la acuicultura como una solución sostenible, los científicos y expertos en salud han alertado sobre los peligros que representa para la salud personal y ambiental.
A diferencia de las operaciones realizadas en tierra, la industria pesquera y la acuícola no están sujetas al mismo escrutinio, lo que contribuye a la falta de conciencia pública sobre sus efectos. Sin embargo, no es posible separar la salud de nuestros océanos, que cubren el 71 % de la Tierra, de la salud general del planeta.
La acuicultura comparte muchos de los mismos problemas que la producción industrial de ganado. Al igual que las operaciones concentradas de alimentación animal (CAFOs, por sus siglas en inglés) en tierra, las granjas piscícolas requieren altas tasas de conversión alimentaria e insumos intensivos, y a menudo operan en entornos concentrados que alteran el ecosistema significativamente. Hay más de 150 tipos de peces criados en acuicultura, con tasas de conversión alimentaria que oscilan entre 1 y 2.4.[8] La salmonicultura, en particular, ha crecido sustancialmente. En la actualidad, el 70 % del salmón se produce mediante la acuicultura, cuyos procesos requieren una tasa de conversión alimentaria de 1.2.[9] El uso de peces pequeños como alimento de estos salmones ha tenido un gran impacto en la cadena alimentaria acuática general, conducente al agotamiento de las fuentes de alimento vital para peces silvestres.
Además, la acuicultura es la causante principal de la pérdida de manglares en el mundo. Tan solo la producción de camarones es responsable del 38 % de la pérdida mundial de manglares.[10] Los manglares proporcionan hábitat y zonas de desove cruciales para los peces y sirven como barreras naturales que protegen las zonas costeras de tormentas. La comunidad científica calcula que los manglares previenen aproximadamente $855 mil millones en daños anuales a la economía global por huracanes, tormentas tropicales e inundaciones.[11] Además, los manglares son sumideros de carbono vitales, que desempeñan una función esencial en la mitigación del cambio climático.
La acuicultura, junto con la agricultura, también contribuye significativamente al crecimiento de zonas muertas hipóxicas, es decir, áreas donde los niveles de oxígeno son tan bajos que la mayoría de los organismos complejos no pueden sobrevivir. En la década de 1960, había cerca de cincuenta zonas muertas identificadas. Hoy día, debido a la contaminación por nutrientes, hay más de setecientas zonas de este tipo en el mundo. La zona muerta más grande, que abarca 6,334 millas cuadradas, se encuentra en el Golfo de México y recibe la escorrentía agrícola del río Misisipi.[12]
BMás allá de estos problemas, los sistemas de acuicultura implican y causan muchos otros desafíos, incluidos el uso excesivo de antibióticos, brotes de enfermedades que afectan a las poblaciones silvestres, tratamientos insalubres contra los piojos y otras plagas, y el maltrato animal desenfrenado. Los problemas que enfrentan nuestros océanos son grandes, pero no inevitables. Son el resultado de las acciones humanas, en particular nuestra demanda insaciable de pescados y mariscos. Sin embargo, los ecosistemas oceánicos han mostrado una notable capacidad de recuperarse cuando se les da la oportunidad de hacerlo.[13] Si reducimos nuestro consumo de pescados y mariscos, permitiríamos la recuperación natural de los océanos sin la necesidad de una custodia activa como la requerida por los ecosistemas terrestres. Solo tenemos que quitarnos del medio.
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