El 1 de agosto se cumplirán 60 años desde que llegué a la Universidad de Cornell para hacer estudios de postgrado en bioquímica nutricional sobre el tema de la alimentación y la salud. ¡Qué viaje ha sido este!
En mis primeros días, el enfoque en la buena nutrición se centró en el consumo de proteínas. Así fue conmigo y mis profesores. Cuanta más proteína, mejor. Aún mejor, cuanto más se consumiera la llamada proteína de “alta calidad” de origen animal, más salud tendríamos. Eso era consistente con mis antecedentes personales sobre las vacas lecheras de la granja, con mi investigación de posgrado dedicada a una manera más eficiente de producir proteínas de origen animal y mi carrera temprana al ayudar a resolver la desnutrición infantil en Filipinas, al asegurarme de que obtuvieran más proteína. Mucha gente pensaba que había una brecha proteica en el mundo, especialmente en los países pobres.
Pero, sorprendentemente, en Filipinas, tuve la impresión de que los niños de las pocas familias filipinas que consumían más proteína, parecían tener mayor riesgo de cáncer de hígado, una observación realmente extraña. Al mismo tiempo, un estudio de investigación en la India mostró un efecto muy similar en animales de laboratorio (ratas). Iniciado por el carcinógeno hepático más potente conocido, todos los animales que consumían más cantidad de proteína de los alimentos (es decir, “normal”) tuvieron cáncer de hígado, mientras que ningún animal alimentado con menos cantidad de proteína de los alimentos tuvo cáncer.
Debido a que los resultados fueron tan considerables y provocativos, solicité y recibí fondos de investigación de los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU. (NIH, por sus siglas en inglés) para investigar esta loca observación. ¿Más consumo de proteína significa más cáncer? Si es así, ¿cuál es el mecanismo biológico para este efecto? La financiación de esta subvención se renovó en varias ocasiones durante los siguientes 27 años, aunque inicialmente estaba más interesado en el uso de la proteína de los alimentos para modificar el desarrollo del cáncer con el fin de comprender mejor cómo funciona el cáncer.
Aquí estaba. Una idea realmente desafiante que tenía el potencial —si se probaba que era verdad— de causar pensamientos perturbadores. También significaba que nuestra investigación experimental tenía que ser hermética, capaz de soportar lo que podría ser una reacción explosiva si este efecto resultaba ser cierto. Como resultado, la investigación científica se convirtió en mi “taza de té”. Es una disciplina que exige la producción de evidencia auténtica —del tipo que podría publicarse en revistas científicas revisadas por expertos, ser criticada por otros profesionales y, mejor aún, podría ser significativa para el público, especialmente porque la investigación fue apoyada con dinero público—.
Realmente amé mi trabajo, tanto en la investigación como en el trabajo con muchos estudiantes de posgrado y colegas que colaboraron con nosotros. Formular hipótesis, diseñar experimentos, interpretar resultados, y preguntar: “¿Qué sigue?”. La vía tomada no era reunir evidencia para el desarrollo de un producto, sino comprender si la proteína causaba cáncer y, en caso de ser así, por qué mecanismo. Pero nuestra investigación se convirtió en mucho más que una pregunta sobre los efectos de la proteína en este cáncer específico. Tan impresionantes fueron los resultados que nos obligaron a preguntarnos si nuestros resultados podrían aplicarse también a otros nutrientes, otros tipos de cáncer, otras enfermedades y otras especies (incluidos los humanos, por supuesto).
En nuestra búsqueda del mecanismo de cómo la proteína causaba su daño, aprendimos lo siguiente: todos los que escasamente se encontraban en los libros de texto de nutrición o en la literatura científica previa son algunos de los que ahora son bien aceptados. Eventualmente los llamé “principios de nutrición”:
La mayoría de estos principios finalmente parecieron ser consistentes con los efectos biológicos de otros nutrientes. Era una pequeña porción de información sobre la nutrición y la formación de enfermedades, pero finalmente resultó ser mucho más. Tantos años, tantos colegas y tantas hipótesis relacionadas con la nutrición para investigar, me proporcionaron lecciones de investigación científica y filosofía que demostraron ser excepcionalmente gratificantes.
Creo que la ciencia se describe mejor como el arte de la observación, que se opone a lo que parece pasar por la ciencia en estos días. Esta definición del arte de la observación lo distingue de la tecnología, en la cual los experimentos se diseñan para recolectar la evidencia para un producto que pueda tener valor comercial. La ciencia verdadera es guiada por algunos criterios bien desarrollados que fomentan la objetividad y la evasión del sesgo personal. Esta es la razón de ser de la revisión por expertos, utilizada para juzgar la validez de la investigación experimental para publicaciones y el mérito de las propuestas de investigación. La notificación de los resultados de la verdadera investigación científica de una manera transparente al público significa que los investigadores son responsables de sus hallazgos. La fiabilidad de las interpretaciones y las conclusiones de la investigación debe cumplir la prueba de un escrutinio riguroso.
Hago estos comentarios porque me ha quedado claro que discutir y debatir la ciencia subyacente de la función de los alimentos puede ser inusualmente personal, contencioso y flagrantemente irracional. La polémica de estas discusiones es tan alta como la de las discusiones sobre sexo, religión y política. Durante estos años, he descubierto mi ingenuidad al haber pensado lo contrario.
Entré en la academia cuando pensé que era un mundo ideal, un lugar para el discurso y el debate honestos. Sería un lugar donde sería cómodo pensar libremente y, además, aceptar la necesidad de equivocarse a veces. De hecho, durante la mayor parte de mis años, fue una dicha, especialmente trabajando con estudiantes dedicados y colegas en laboratorios de investigación y salas de conferencias. Encontré que el ser libre de investigar hipótesis como lo quería (¡y para lo cual podría obtener financiación!), enseñar de la manera en que creía que era confiable y útil y publicar nuestros resultados tal y como los obtuvimos, era un gran mundo para vivir.
Pero sería negligente si no dijera también que los tiempos han cambiado. La Academia ha cambiado durante las últimas dos y tres décadas. Es un cambio que invade esa libertad académica poco notada pero socialmente valiosa, generalmente debido a motivaciones con fines lucrativos. Según un estudio reciente, en 1980, el 70 % de los profesores de las universidades tenían permanencia en cargos o estaban en puestos de tiempo completo pero, 30 años después (2010), ¡esto ha bajado al 30 %! También se ha producido una tendencia paralela casi exacta en la financiación del sector público al sector privado. Esta tendencia, poco conocida o apreciada por el público, ha abierto amplias oportunidades a los intereses comerciales para explotar a los académicos. Es una desgracia nacional que invita a la distorsión de los hechos a pasar por ciencia. Invita a la destrucción de la integridad científica.
Sé que mi viaje en la ciencia me llevó en una dirección que no anticipé, una que invita al desafío. Mis experiencias de investigación invitan a reacciones negativas de quienes quieren conservar la situación vigente. También sé que, si no hubiera tenido antigüedad durante los últimos 45 años, podría (de hecho estaría) probablemente destruido, no sintiéndome libre de interpretar la ciencia de la manera que creo que es confiable y útil para los demás.
Esto me lleva a mis experiencias durante las dos últimas décadas, en su mayoría fuera de la academia, donde encuentro que hay pocas (o ninguna) reglas del discurso científico, donde demasiadas figuras públicas (tanto a favor como en contra de la hipótesis de la alimentación basada en plantas sin procesar) parecen no saber lo que realmente significa la ciencia. Muchos de estos aspirantes a científicos tienen casi ningún respeto por el concepto de ser responsables por lo que le dicen al público.
Por lo tanto, esto presenta un problema enorme. En lugar de descubrimientos científicos legítimos que se comunican al público por personas calificadas que son responsables de sus puntos de vista, nos quedamos con un bullicio masivo de mucho revuelo, que niega al público una difusión honesta de puntos de vista. Debemos encontrar maneras de cambiar este paisaje. La evidencia excepcionalmente benéfica sobre salud que tenemos ahora debe ser contada con hechos defendibles, no ser distorsionada para beneficio personal. Tenemos enormes problemas y evidencia que puede llegar muy lejos para ayudar a resolverlos. Es el camino correcto a seguir.
Copyright 2024 Centro de Estudios en Nutrición. Todos los derechos reservados.