La última versión de las Guías Alimentarias para los Estadounidenses fue publicada recientemente por el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA, por sus siglas en inglés) y, salvo algunos ajustes menores en formato y diseño, y la adición de dos nuevas guías para demostrar que el panel estaba haciendo algo de trabajo, poco o nada se logró. Se supone que las guías nos ponen al día sobre lo que deberíamos comer. Las nuevas guías fomentan la actividad física regular y practicar la seguridad con los alimentos.
Revisado cada cinco años para reflejar lo más reciente en evidencia científica, el informe suena bastante razonable. Principalmente, infiere que tendremos mejor salud si comemos más vegetales, frutas y alimentos de grano entero, alcanzamos y mantenemos un peso saludable, hacemos actividad física regular, evitamos consumir azúcar, sodio y alcohol en exceso, mientras reducimos nuestra ingesta de grasa promedio de su actual 35 % del consumo de energía al 30 % o menos.
Aunque este informe puede estar aumentando la conciencia pública sobre la conexión entre la alimentación y la salud, estas guías también tienen otro propósito muy importante, pero preocupante. De hecho, el informe establece un estándar de referencia de buena salud implícita para los programas ampliamente utilizados de asistencia alimentaria subsidiados por el Gobierno. Uno de esos programas es el Programa Nacional de Almuerzos Escolares (NSLP, por sus siglas en inglés), que ahora provee comidas para aproximadamente 26 millones de niños estadounidenses de primaria. Se trata de una de cada cinco familias que tienen uno o más niños que participan en el programa, con la esperanza de que, en muchos casos, sus hijos estén recibiendo una buena dosis de salud que de otra manera no estaría disponible para ellos.
En mi opinión, este programa gubernamental de subsidios de alimentos, también administrado por el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, es un desastre y lo ha sido durante muchos años. Una extensa evaluación del programa, publicada en el American Journal of Clinical Nutrition en 1995 proporcionó, en parte, la evidencia. En primer lugar, la composición nutricional del almuerzo promedio para estos niños es incluso peor que la comida promedio consumida por sus padres. La ingesta de grasa es mayor y la ingesta de vegetales, frutas y alimentos de grano entero está lejos de ser aceptable. Después de que este informe se publicó, al Programa Nacional de Almuerzos Escolares se le ordenó lograr el objetivo de menos del 30 % de calorías de grasa en sus menús para el año 1998. En segundo lugar, suponer que la calidad nutricional del programa mejore a medida que se aproxima a esta guía sobre la ingesta de grasa es absurdo. No hay una pizca de evidencia creíble de que alcanzar esta guía de disminución de grasa con este pequeño incremento sin aumentar la ingesta de alimentos basados en plantas sin procesar mejorará la salud.
Quizás lo más preocupante son los requisitos de elegibilidad para la participación escolar en el programa. Ellos deben ofrecer una opción con leche de vaca. Es probable que esto signifique, dentro de muchos programas, que los niños no tienen la opción de rechazar este producto sin tener permiso del médico familiar o de un consejero de nutrición presente en el colegio. ¿Cómo se atreven estos niños a rechazar el más perfecto de todos los alimentos (de acuerdo con lo que la industria láctea y el Gobierno federal nos dicen)?
Tengo muchas preguntas muy inquietantes, algunas de las cuales, sin duda, también permanecen sin ser expresadas en la mente de algunos de mis colegas. Estoy profundamente preocupado, tanto por la evidencia científica superficial utilizada para justificar el programa, como por el marco político del mismo.
Ante la considerable evidencia que indica el deterioro de la salud de nuestros niños, ¿por qué el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos quiere alimentarlos de esta manera? ¿Por qué los escasos y absurdos cambios en la alimentación sugeridos por las Guías Alimentarias solían evaluar la calidad nutricional del programa? Sería una artimaña sugerir que un programa que cumpla estas guías es más saludable, especialmente con los métodos utilizados ahora para evaluar la calidad de la alimentación y la consiguiente salud nutricional de los niños.
¿Por qué se le ha dado al Departamento de Agricultura de los Estados Unidos la responsabilidad de estas guías cuando es bien sabido que están más interesados en proteger la salud de la industria ganadera que la salud de nuestros hijos? Y por cierto, ¿por qué el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos ejecuta incluso el programa de almuerzos escolares? ¿Es porque quieren estar seguros de que su enorme excedente de subsidios de alimentos poco saludables (especialmente leche, carne y aceite) esté distribuido adecuadamente?
¿Por qué el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos alienta (¿coacciona?) la opción de productos lácteos cuando hay evidencia científica creciente de efectos adversos graves para la salud por cuenta de este producto, especialmente en los niños? ¿Cuántas personas conocen realmente esta evidencia? ¿Cuántas personas saben acerca de los conflictos de interés potencialmente graves y relativamente desconocidos asociados con la mayoría de los miembros que tienen vínculos con la industria de productos lácteos?
Si el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos y su Comité de Guías Alimentarias realmente quieren mejorar la salud de nuestros niños, ¿por qué se oponen tanto a proyectos que demuestran que los niños pequeños pueden adoptar con éxito una alimentación mucho más saludable dentro del entorno escolar? Tengo en mente un programa premiado de la Dra. Antonia Demas revisado en otra parte de esta edición. Examina detalladamente esta documentación. Estoy seguro de que el programa de Demas, el plan de estudios Food is Elementary, tan convincente en su importancia y sus hallazgos que está obligado a ser escuchado en el futuro.
¿No podemos dejar de alimentar a nuestros hijos como si estuviéramos vertiendo comida a los cerdos? ¿No podemos tener un diálogo serio sobre este programa y dejar que el público conozca unos pocos y bien guardados secretos científicos y políticos? Necesitamos exponer el efecto excepcionalmente corrosivo de la riqueza y el poder de la industria en las comunidades de investigación científica y educación, especialmente cuando se trata de educar a los futuros ciudadanos de nuestro país sobre la salud. ¡Ha llegado el momento!
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