En este artículo exploro el aspecto actual de la investigación preclínica de vanguardia sobre el cáncer y lo que podemos aprender de ella a través de los lentes de la investigación del Dr. Campbell sobre el cáncer.
Está claro que muchas cosas han cambiado en los casi cincuenta años transcurridos desde que el Congreso aprobó la Ley Nacional del Cáncer de 1971. Pero lo que más me preocupa son las cosas que no han cambiado. El cáncer sigue siendo una de las principales causas de muerte. Los avances en todas las ciencias biomédicas siguen asombrando y han contribuido en gran medida a aumentar “el estado actual de nuestra comprensión”, pero ¿qué beneficios hemos cosechado de esa comprensión? Nuestra capacidad para tratar el cáncer no ha mejorado, a pesar de la extraordinaria cantidad de recursos dedicados a esta misión. Por último, y lo más importante, la nutrición sigue estando tan infravalorada e infrautilizada ahora como entonces.
T. Colin Campbell, The Future of Nutrition, p. 27
En 2020, EE. UU. gastó más de 200,000 millones de dólares en atención oncológica, y se espera que los costes aumenten hasta 245,000 millones de dólares en 2030.[1] Esta asombrosa cifra no incluye las enormes sumas que se gastan en investigación. Se calcula que los presupuestos de investigación oncológica de las empresas farmacéuticas estadounidenses superaron los 46,000 millones de dólares en 2021,[2] además del presupuesto anual de 7,300 millones de dólares asignado por el Congreso al Instituto Nacional del Cáncer (NCI). Grandes cantidades de fondos filantrópicos también apoyan la investigación del cáncer; según un artículo reciente en The Lancet, más de 14 mil millones de dólares de fondos filantrópicos estadounidenses fluyeron hacia la investigación del cáncer entre 2016 y 2020.[3]
Hay varias razones posibles por las que la investigación del cáncer puede costar tanto. En primer lugar, dado que la medicina moderna se basa en la teoría local de la enfermedad, la mayor parte de la investigación se centra en identificar y sacar al mercado las denominadas soluciones dirigidas, como fármacos específicos para formas específicas de cáncer.[4] En relación con esto, la investigación médica ha adoptado plenamente la creencia de que el ensayo aleatorizado controlado con placebo es la única forma de llegar a la verdad. Este enfoque, inventado para probar fármacos, hace que el diseño de los estudios sea muy costoso. En segundo lugar, dado que el cáncer se produce en diferentes partes del cuerpo, se han desarrollado especialidades de investigación separadas en torno a cada “tipo” de cáncer. Cada especialidad tiene sus propios laboratorios, hardware y software, equipos de expertos, revistas médicas y fuentes de financiación. En tercer lugar, la investigación médica se centra, en gran medida, en el tratamiento de los síntomas de la enfermedad y no en sus causas profundas. Como ocurre con todas las enfermedades crónicas, los síntomas del cáncer no aparecen de la noche a la mañana, sino que se desarrollan lentamente a lo largo de varios años. Una vez que el cuerpo humano, posiblemente el sistema más complejo del planeta, ha entrado en un estado de enfermedad, es mucho más difícil y, por tanto, más costoso, restablecer la salud limitándose a tratar los síntomas. En cuarto lugar, debido a la creencia de que los avances en la investigación médica moderna se derivan de una especialización cada vez mayor, hemos perdido de vista el panorama general y no estamos abordando el problema de una manera coordinada y estratégica, que incorpore todo lo que se sabe sobre el cáncer.
Si estás familiarizado con los argumentos presentados por el Dr. Campbell en Integral (Whole): un nuevo enfoque sobre la ciencia de la nutrición, te habrás dado cuenta de que todas estas razones están relacionadas con el hecho de que la inmensa mayoría de las investigaciones sobre el cáncer se llevan a cabo dentro de un paradigma reduccionista. Los investigadores de un paradigma reduccionista intentan comprender mejor los sistemas biológicos descomponiendo los procesos celulares complejos en sus partes y remediar la enfermedad actuando sobre elementos específicos de estos sistemas con un enfoque muy estrecho.
Un ejemplo de investigación oncológica preclínica de vanguardia es un estudio reciente del laboratorio del Dr. Jing Chen en la Universidad de Chicago.[5] Este estudio, publicado en la prestigiosa revista Nature, recibió financiación de los Institutos Nacionales de Salud y de donantes filantrópicos. En el Centro de Estudios de Nutrición nos llamó la atención porque parece relacionar el cáncer con la nutrición. De hecho, los autores introducen su estudio reconociendo que la alimentación ha sido un factor ambiental importante durante la evolución humana, que ha dado forma a adaptaciones tanto fisiológicas como patológicas, y aludiendo a “amplios estudios sobre los vínculos entre la alimentación y la salud y la enfermedad humanas”.
Antes de sumergirnos en el estudio, necesito presentarles a su héroe, un ácido graso trans llamado ácido transvaccénico. Representado de dos formas a continuación, el TVA es uno de los tres ácidos grasos trans (AGT, también denominados coloquialmente grasas trans) de origen natural. Para los curiosos de la química, se trata de un ácido graso insaturado con un doble enlace trans. (En un doble enlace trans, los dos átomos de carbono que participan en el doble enlace están unidos a grupos diferentes, y estos grupos están situados en lados opuestos del doble enlace). Con 18 átomos de carbono, el TVA se clasifica como un ácido graso de cadena larga (AGCL). Su fórmula química es C18H34O2.
18H34O2.
PubChem Identifier: CID 5281127
2D structure & 3D Conformer[6]
Los ácidos grasos trans naturales sólo se encuentran en los animales. La carne de rumiante es la fuente más rica de TVA porque los ácidos grasos trans se producen por fermentación microbiana en el rumen, una cámara especializada del estómago de vacas, ovejas y cabras. De hecho, la parte vaccénica del nombre proviene del latín vacca ,que significa vaca. En las vacas lecheras, los AGT producidos en el rumen se incorporan a la grasa de la leche durante la lactancia. En consecuencia, los AGT se encuentran en los productos lácteos y en la grasa de la carne de rumiantes. El queso, la leche, el yogur, las hamburguesas, la grasa de pollo, la carne de pavo, la mortadela y los perros calientes contienen alrededor de un 1-5 % de grasas trans, la mayoría de las cuales son TVA.[7] La leche materna humana también suele contener TVA como resultado de la ingesta alimenticia.
Se cree que los AGT en general contribuyen al desarrollo de ciertas enfermedades. Se ha demostrado que una ingesta elevada de AGT producidos industrialmente, que se encuentran en el aceite vegetal parcialmente hidrogenado, afecta negativamente a la salud humana; se asocian a un aumento del nivel de lipoproteínas de baja densidad (colesterol LDL, «colesterol malo») y a una disminución del nivel de lipoproteínas de alta densidad (colesterol HDL, «colesterol bueno»), lo que conlleva un mayor riesgo de enfermedad cardiaca.[8] El reconocimiento de estos daños llevó a la obligación de etiquetarlos y a restringir su uso. No está tan claro si las grasas trans naturales como el TVA están relacionadas con los mismos problemas de salud, pero algunos investigadores sostienen que existe una relación causal entre la ingesta total de AGT (industriales más naturales) y el aumento del riesgo de enfermedad cardiaca, diabetes y cáncer.[8]
Jing Chen es un conocido investigador académico en metabolismo del cáncer, un área de investigación de biología molecular que investiga a un nivel muy granular las alteraciones metabólicas que se producen en las células cancerosas y su papel en la formación de tumores y la progresión del cáncer. El trabajo de su laboratorio se centra en “dilucidar los vínculos de señalización entre el metabolismo y el cáncer para comprender mejor el metabolismo del cáncer y mejorar los resultados clínicos.”[9] En otras palabras, investigan las vías de comunicación que conectan los procesos metabólicos con la progresión del cáncer; la esperanza es que puedan aplicar esta comprensión mejorada para desarrollar una base para nuevos tratamientos clínicos que controlen el crecimiento tumoral y eliminen la invasión tumoral y la metástasis.
En lo que inicialmente podría parecer un guiño a la importancia de la alimentación en el tratamiento del cáncer, la investigación de Chen se ha centrado recientemente en comprender cómo las sustancias químicas circulantes en la sangre, incluidos los nutrientes derivados de los alimentos, afectan a la respuesta del sistema inmunitario al desarrollo, crecimiento y metástasis del cáncer. Sin embargo, si se examina más de cerca, queda claro que su enfoque de la investigación se adhiere estrechamente al manual farmacéutico (y, me atrevería a decir, también parece compartir su afán de lucro).
En lugar de examinar el impacto de los distintos patrones alimenticios en la capacidad del sistema inmune para disuadir y combatir el cáncer, el laboratorio de Chen analiza sustancias químicas aisladas de la sangre para determinar su capacidad para combatir tumores, del mismo modo que las grandes farmacéuticas prueban fármacos candidatos. El objetivo es identificar sustancias químicas que puedan aislarse y venderse como suplementos capaces de aumentar la eficacia de las inmunoterapias existentes (terapias que tratan de aprovechar el poder del sistema inmune para combatir el cáncer).
En noviembre de 2023, el laboratorio de Jing Chen publicó un estudio de una complejidad técnica asombrosa en colaboración con otros diez equipos de investigación de cuatro universidades e institutos de investigación.[5] En este se identificaba que, de 255 sustancias químicas sanguíneas diferentes analizadas, el TVA podría mejorar potencialmente la “inmunidad antitumoral” y aumentar la eficacia de varias inmunoterapias existentes. Los investigadores demostraron que:
Los investigadores también pudieron descubrir parcialmente cómo el TVA potencia la inmunidad antitumoral a nivel molecular. Concluyen su artículo señalando que se necesitan más estudios para dilucidar el proceso y, en particular, el papel del TVA en la inactivación de un receptor, el GPR43, que suele activarse por los ácidos grasos de cadena corta producidos por nuestra microbiota intestinal. La activación del GPR43 tiene un papel supresor en las células T CD8+; en un organismo sano, esta activación podría servir para limitar las respuestas inmunitarias excesivas. Sin embargo, si la máxima prioridad es potenciar la actividad de las células T CD8+ para combatir un tumor, se podría más bien socavar la función normal de GPR43. En efecto, al alterar el receptor GPR43, el TVA permite una respuesta exagerada de las células T CD8+.
El gráfico siguiente, extraído del artículo de Nature , ilustra que durante 20 días, los tumores de melanoma de los ratones alimentados con la dieta del 1 % de TVA crecieron la mitad que los tumores de los ratones de control, un efecto rápido y potente; sin embargo, dado que los experimentos se interrumpieron a los 20 días, no está claro si este efecto prolongó la vida de los ratones portadores de tumores.
“Fig. 1(b): El TVA alimenticio mejora la inmunidad antitumoral a través de células T CD8+ efectoras” por Fan H et al. CC BY 4.0.
El estudio TVA fue enorme, con la participación de unos 43 autores, y presumiblemente muy costoso dada la metodología altamente técnica. Debido a la enorme inversión de recursos humanos e institucionales, no es de extrañar que existan planes para comercializar los resultados del estudio. La declaración de intereses al final del artículo revela que Jing Chen (JC) tiene patentes pendientes sobre el TVA y sus derivados. En vista de que el TVA se encuentra en la naturaleza, JC tendría que demostrar que lo ha aislado, purificado o modificado de forma que se obtenga una composición nueva y útil que no se puede conseguir en su estado natural. (Algunos otros investigadores que participaron en el estudio también revelaron intereses contrapuestos, aunque ninguno parece estar directamente relacionado con este estudio específico). Así pues, dentro de unos años podría haber ensayos clínicos para determinar si el aumento de la ingesta alimenticia de TVA en pacientes con cáncer aumenta la eficacia de la inmunoterapia.
¿Los suplementos de TVA mejorarán los resultados de la inmunoterapia? Es muy difícil saberlo por varias razones:
Una cosa parece segura: si los ensayos clínicos demuestran que el TVA puede mejorar la eficacia de la inmunoterapia y si los efectos secundarios son manejables, podemos esperar una explosión de la demanda de este tipo de suplementos. Esta demanda vendrá no sólo de su uso para tratar el cáncer, sino también del público en general, que probablemente llegará a la conclusión de que la suplementación con TVA puede prevenir el cáncer, en primer lugar. Dados algunos de los titulares generados por el estudio, también podríamos anticipar un aumento de la confusión de los consumidores sobre la salubridad de comer carne y productos lácteos.
¿Te has dado cuenta alguna vez de que cuando la investigación experimental con animales revela un supuesto beneficio de los nutrientes de la carne y los lácteos, la investigación recibe atención en los medios de comunicación y la gente parece dispuesta a creer que los hallazgos son relevantes para los humanos, a pesar de las diferencias entre roedores y humanos; sin embargo, cuando la investigación experimental con animales muestra los beneficios de la nutrición basada en plantas, la gente cuestiona su relevancia para los humanos y los medios de comunicación no la promueven?
Cuando se publicó el artículo del TVA, aparecieron en la literatura médica general titulares con ciberanzuelo, como el que se muestra en el anterior enlace, en los que se daba el enorme salto de afirmar que el consumo de carne roja y productos lácteos podía ayudar a prevenir el cáncer. Otros titulares eran “Un nutriente presente en la carne de vacuno y los lácteos mejora la respuesta inmunitaria al cáncer” y “Un estudio de la UChicago revela que un ácido graso presente en algunas carnes rojas puede ayudar a combatir el cáncer” Naturalmente, los defensores de los carnívoros se regodearon.
Informes como éste contribuyen a nuestra confusión colectiva sobre nutrición. Alimentan las creencias de quienes no quieren cambiar sus hábitos, de quienes insisten en el mantra de que todo está bien con moderación, o de quienes se encuentran en ambos bandos. No puedo evitar preguntarme quién escribe estos titulares. ¿Están tomando el poder los autómatas mediáticos amantes de la carne y los lácteos? Puede que sí. Los medios de comunicación recurren cada vez más a herramientas de IA generativa, creadas a partir de grandes modelos lingüísticos (entrenados a su vez a partir de fuentes de datos de internet) para redactar las noticias, por lo que quizá no debería sorprendernos que se malinterpreten de forma lamentable comunicados de prensa relativamente moderados, como el publicado por la Universidad de Chicago a raíz de este estudio del TVA.[10] Los propios investigadores reconocen explícitamente la relación entre el consumo de carne y el riesgo de múltiples formas de cáncer: “El consumo de carne roja puede proporcionar TVA para mejorar la inmunidad antitumoral, pero una ingesta elevada de carne roja se ha asociado positivamente con el riesgo de padecer muchos tipos de cáncer, como el de seno, colorrectal, colon y recto. Así pues, nuestros estudios apoyan la suplementación con TVA como una forma más específica y eficaz que los cambios alimenticios para beneficiar la inmunidad antitumoral.”[5]
Parece que quienquiera (o lo que sea) que escribiera estos artículos desconocía las pruebas que demuestran que una alimentación basada en plantas sin procesar (WFPB, por sus siglas en inglés) es la mejor para reducir el riesgo de cáncer.[11] Tampoco parecen haber considerado cuánta carne y lácteos necesitarían consumir los humanos para ingerir niveles similares de TVA a los que recibieron los ratones del estudio. La concentración de TVA en la carne de rumiantes varía en función de factores como el contenido graso del corte de carne y la dieta y raza del animal, pero las concentraciones típicas de TVA en la carne de rumiantes oscilan entre el 1 y el 5 % de los ácidos grasos totales. A su vez, los ácidos grasos totales representan sólo el 5-10 % en peso de los cortes magros de carne y el 15-20 % en peso de los cortes más grasos. Eso significa que los cortes magros contendrán un 0,05-0,10 % de TVA en peso, mientras que los cortes grasos contendrán un 0.75-1.00 % de TVA en peso. Una persona necesitaría consumir una alimentación que incluyera el 100 % de los cortes de carne más grasos para alcanzar una ingesta de TVA cercana al nivel (1 % en peso) suministrado a los ratones en este estudio.
Los datos publicados muestran que una dieta alta en proteína animal promueve el crecimiento de tumores.[11] La proteína animal aumenta los niveles de una hormona, IGF-1, que es un factor de riesgo para el cáncer, y las dietas altas en caseína (la proteína principal de la leche de vaca, pero que también se encuentra en otros tipos de leche de mamíferos) permiten que más carcinógenos entren en las células, lo que permite que más productos carcinógenos peligrosos se unan al ADN, lo que permite más reacciones mutagénicas que dan lugar a células cancerosas, lo que permite un crecimiento más rápido de los tumores una vez que se forman inicialmente. Esto es relevante porque todos los ratones experimentales del estudio TVA fueron alimentados con una fórmula dietética que contenía un 20 % de caseína. No está claro por qué una proteína láctea se considera adecuada para los ratones.
Resulta bastante instructivo contemplar esta vertiente del estudio a través de los lentes de la investigación del Dr. Campbell sobre el impacto de las proteínas alimentarias en el desarrollo del cáncer en ratas (descrito con detalle en el capítulo 3 de El estudio de China). Los siguientes gráficos se han extraído del libro e ilustran los resultados de experimentos con ratas a las que se les administró una dosis inicial de carcinógeno y luego fueron alimentadas con las diferentes fórmulas dietéticas indicadas en los ejes horizontales. A menos que se indique lo contrario, la proteína de la fórmula dietética es la caseína. Los gráficos muestran claramente una relación dosis-respuesta entre el desarrollo del cáncer y el nivel de caseína en la alimentación.
Las ratas y los ratones comparten una ascendencia común como miembros del orden Rodentia y, por tanto, tienen muchas similitudes en términos de genética e historia evolutiva. Es de suponer que los investigadores nunca conocieron el trabajo del Dr. Campbell; de lo contrario, habrían sabido que la fórmula dietética que eligieron había demostrado previamente que fomentaba el crecimiento del cáncer en ratas a las que se había administrado una dosis de carcinógenos como la aflatoxina y también en ratones propensos al cáncer de hígado. No puedo evitar preguntarme cuáles habrían sido los resultados del estudio TVA si los ratones hubieran sido alimentados con una fórmula dietética diferente. Tal vez se podría haber conseguido el mismo o mayor efecto simplemente haciendo cualquiera de los cambios que el Dr. Campbell ha demostrado que detienen el crecimiento del cáncer en animales de experimentación: (1) reduciendo el porcentaje de caseína en la fórmula de la dieta del 20 % al 5-6 % o (2) sustituyendo la caseína por una proteína derivada de plantas (gluten o soya). Nunca lo sabremos a menos que se repita el experimento del TVA utilizando condiciones idénticas excepto por la proteína en el pienso.
Como enfoque predominante en la investigación médica moderna, el reduccionismo ha ayudado a mejorar significativamente nuestra comprensión de la enfermedad.[12] Sin embargo, como el Dr. Campbell articuló elocuentemente en Integral Whole, la búsqueda incontrolada de la investigación reduccionista tiene importantes desventajas. A medida que la investigación se vuelve más compleja y las disciplinas científicas se especializan tanto que los expertos apenas pueden entenderse entre sí, por no hablar de dar un paso atrás y asimilar todo como un conjunto, se pierde de vista el panorama general. Los síntomas se confunden con las causas profundas y, en consecuencia, no conseguimos atacarlas. Mientras tanto, se ignoran o descartan hallazgos provocativos y atípicos, como los del Dr. Campbell, que no encajan en los paradigmas existentes de la investigación médica, con un enorme coste para la salud pública.
Los autores del estudio afirman que “se sabe poco sobre cómo los nutrientes circulantes derivados de la alimentación afectan a procesos fisiológicos y patológicos humanos específicos” e insinúan que esta falta de comprensión a nivel molecular está frenando el progreso en el desciframiento de los vínculos entre la alimentación y la salud y la enfermedad humanas. Por las razones expuestas en este artículo, esta afirmación me parece arrogante y revela el punto ciego del reduccionismo. La falta de una comprensión a nivel molecular no está frenando el progreso en el desciframiento de los vínculos entre la alimentación y la salud y la enfermedad humanas. Lo que está frenando el progreso es la resistencia del estamento médico a liberarse del paradigma reduccionista y tomarse en serio el creciente conjunto de pruebas integrales (wholistic en inglés) que demuestran el impacto beneficioso de la nutrición basada en plantas y el efecto perjudicial para la salud humana de las dietas centradas en la proteína animal. Como diría el Dr. Campbell, lo que de verdad importa es que la alimentación basada en plantas sin procesar funciona, no cómo funciona a nivel molecular.
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