Permíteme empezar con algunas “malas noticias”. El 8 de noviembre de 2010, a la edad madura de 36 años, me diagnosticaron una forma rara de cáncer. Después de que el choque inicial pasó, y después de agotar mis opciones de tratamiento convencionales, me puse a investigar la conexión entre el cáncer y los factores del estilo de vida. Esto me llevó principalmente por el camino de la nutrición, y lo que aprendí cambiaría mi vida, y la vida de toda mi familia, para siempre.
“La verdad es que sabemos tan poco acerca de la vida, que realmente no sabemos cuáles son las buenas noticias y cuáles son las malas noticias. Y si me muero —Dios no lo quiera—, me gustaría ir al cielo y preguntarle a alguien que esté a cargo allá arriba: ‘Oye, ¿cuáles fueron las buenas noticias y cuáles fueron las malas noticias?’”.
—Kurt Vonnegut (1922-2007)
En mi familia, la comida siempre había sido una parte muy importante de nuestra cultura e identidad. Yo era un amante de la comida y el vino, y las aventuras de mi vida involucraron casi siempre viajar a los mejores restaurantes del mundo y explorar nuevas cocinas y delicias gastronómicas. Y así fue que con cierto temor (y sin duda alguna, parcialidad) que comencé a investigar la conexión entre la nutrición y el cáncer. Rápidamente descubrí que no tenía ninguna base para mis creencias más arraigadas, que en mi mente se habían convertido en verdades obvias. Pero este no fue un proceso fácil, ya que puedes encontrar libros, artículos, sitios en internet, videos de YouTube, o lo que se te ocurra que te diga exactamente lo que quieres escuchar. ¿Quieres oír que comer huevos y tocino para el desayuno, un bistec de carne para el almuerzo, y pollo relleno de jamón y queso para la cena (que, por cierto, no está tan alejado de la forma en que solía comer) es saludable para ti? ¡No hay problema! Encontrarás muchos recursos para confirmar tus “verdades obvias”, sin fundamento.
Mi investigación y la Fundación T. Colin Campbell (ahora conocida como el Centro de Estudios en Nutrición de T. Colin Campbell)
Cuando comencé la investigación, me di cuenta de que estaba gravitando hacia lo que quería oír, hacia recursos que confirmaban mis “verdades obvias”. Me di cuenta de esto con suficiente antelación en el proceso y le prometí a mi esposa que llevaría a cabo mi investigación de la manera más objetiva posible, haciendo cambios en mi vida según mis conclusiones objetivas y no mis ideas subjetivas. Pero, ¿cómo iba a distinguir la verdad de la de la ficción en un área en la que no tenía formación? ¿Quién sería mi guía? ¿Cómo iba a saber qué investigación era fiable y qué investigación era tendenciosa, en el mejor de los casos, y francamente deshonesta, en el peor de los casos?
Diseñar, coordinar y ejecutar proyectos de investigación son componentes críticos de mi profesión. Por lo tanto, utilizando las habilidades y conocimientos que tenía a mi disposición, traté de diseñar un plan de investigación para maximizar la objetividad y minimizar el sesgo. Lanzaría una amplia red, y luego trabajaría los recursos utilizando tres filtros básicos: (1) calificaciones y experiencia de los autores e investigadores; (2) conexiones entre los autores e investigadores y las industrias que pueden beneficiarse de un mensaje en particular y (3) verificaciones aleatorias de citación de fuentes por parte de los autores e investigadores a estudios científicos. Por supuesto, estoy simplificando demasiado un proceso que de otra manera sería complejo y que indudablemente involucra alguna subjetividad (por ejemplo, finalmente, a medida que la investigación se reducía, también tenía que hacer juicios acerca de qué argumentos tenían más sentido a la luz de todo lo que había leído antes), pero he puesto mi mayor empeño para ser imparcial. Los recursos que salieron de ese proceso de filtración contenían un mensaje similar: la alimentación basada en plantas, compuesta por alimentos enteros sin procesar, tiene mayor potencial para prevenir, y a veces revertir, muchas de nuestras principales enfermedades crónicas. Hay muchas variaciones en este tema, sin duda, pero el mensaje básico es el mismo. De los cientos de recursos que revisé, un libro, junto con su asombrosa cantidad de apoyo científico, se destacó del mar (a menudo abrumador) de investigación. Ese libro era El Estudio de China. Lo leí una vez, dos veces y luego tres veces, y decidí que también debía tomar los cursos de nutrición basada en plantas de la Fundación, los cuales terminé a finales de febrero de 2011. Estos cursos, y los cambios que provocaron, serían un punto de inflexión importante en mi vida y la vida de mi familia.
Lo que aprendí en el Certificado de Nutrición Basada en Plantas no se limita a la nutrición y a la salud. Los cursos me dieron una perspectiva diferente sobre mi lugar en la infinitamente compleja y hermosa red de vida que está a nuestro alrededor y en nuestro interior. Mi cambio en la alimentación se convirtió en más que simplemente cambiar los contenidos en mi plato. Se convirtió en una nueva forma de vida. Como si eso no fuera suficiente, la Fundación también sirvió como un recurso invaluable que abrió nuevas puertas en muchas otras maneras para mi familia y para mí. Mi instructora, la increíble Anne Ledbetter (ahora merecidamente directora de educación de la Fundación), me llevó a recursos adicionales que tendrían un profundo impacto en el desarrollo de nuestro nuevo estilo de vida y alimentación. Por ejemplo, sabiendo que vivía en San Francisco, Anne me recomendó asistir a uno de los Advanced Study Weekends (“ASW” por sus siglas en inglés o fines de semana de estudio avanzado) del Dr. John McDougall en Santa Rosa, California. Tuve el gran placer de conocer al Dr. Campbell y a Anne en persona en ese evento, donde ella me dijo algo que nunca olvidaré: “Estabas destinado a estar aquí”. Nunca he creído en el destino (sigo sin hacerlo), pero algo me dijo que yo estaba, de hecho, destinado a estar allí.
No solo mi esposa y yo continuamos refinando nuestro conocimiento sobre nutrición en ese fin de semana, sino que también conocimos a la dietista registrada Brenda Davis, una persona profesional increíblemente cariñosa y maravillosa que sería absolutamente crucial en guiar nuestro nuevo camino. Después de toda esta investigación, sentí que tenía una mejor comprensión de la conexión entre la nutrición y la salud, pero no fue sino hasta que la Fundación recomendó al Dr. Michael Klaper en el Centro de Salud True North en Santa Rosa, California, que las piezas realmente comenzaron a juntarse. Ahora teníamos a nuestro lado un médico de primera categoría y un ser humano increíblemente generoso con más de tres décadas de experiencia en intervenciones nutricionales basadas en plantas para ayudarnos a discriminar aún más entre la realidad y la ficción en el (aparentemente) mundo confuso de la nutrición y salud. Mi conocimiento recién descubierto también me incitó a solicitar información adicional a mi médico de confianza de atención primaria de la Universidad de California en San Francisco, el Dr. Daniel Null, sobre temas de estilo de vida y cáncer. El Dr. Null me llevó a mi brillante y profundamente compasivo oncólogo, el Dr. Donald Abrams, uno de los principales expertos mundiales en el campo de la oncología integradora, y que utiliza la nutrición como la intervención más significativa en su protocolo.
En cualquier caso, con todos estos recursos, muchos de los cuales estaban conectados de algún modo con mi participación en los cursos de Nutrición Basada en Plantas, cambiamos nuestra alimentación y, en consecuencia, la dirección de nuestras vidas. La voz cantante la llevaba mi espectacular esposa, Lily, quien limpió nuestra cocina de un día para otro y decidió, junto a mí, empezar una alimentación estricta basada en plantas sin procesar. Sin su apoyo e inagotable energía, nadie en nuestra familia podría haberlo hecho. Y los beneficios para la salud que hemos cosechado al hacer el cambio son innumerables y profundos. Entre muchas historias asombrosas que hemos presenciado, creo que la de mi padre es particularmente convincente.
“Dado su perfil de salud, usted podría morir en cualquier momento”. Esa fue la respuesta que uno de los médicos de mi papá le dio después de los resultados de una angiografía hace varios años, cuando le preguntó cuánto tiempo tenía de vida. Mi papá tenía una enfermedad coronaria avanzada y ya había sufrido un ataque al corazón. Le habían diagnosticado diabetes tipo 2 hacía más de 20 años. Hasta hace poco, se le estaban inyectando entre 35 y 40 unidades de insulina por día. Durante esos 20 años o más de tener diabetes, también tomaba otros medicamentos para diabéticos (por ejemplo, DiaBeta y Metformina). Tenía presión arterial alta, colesterol alto, signos precoces de insuficiencia renal y enfermedad arterial periférica y retinopatía, entre otras dolencias. En total, estaba tomando 17 pastillas al día (incluyendo medicamentos con estatinas, medicamentos para la presión sanguínea, etc.). Él creía que sus condiciones eran irreversibles y progresivas. Con respecto a su enfermedad arterial coronaria y la diabetes en particular, basándonos en lo que sus médicos nos dijeron y en la literatura distribuida generalmente sobre el tema, todos “sabíamos” que eran condiciones irreversibles y progresivas.
Después de mi diagnóstico de cáncer, para apoyarnos a Lily y a mí, él y mi madre, junto con mi hermano, también cambiaron su alimentación. En ese momento, mi padre todavía confiaba en que necesitaba los medicamentos que estaba tomando (las 17 píldoras diarias y las 40 unidades de insulina) y que sus condiciones podrían ser manejadas hasta cierto punto, aunque no se revirtieran. Pero qué diablos (pensó), la alimentación podría ayudar un poco y estoy apoyando a mi hijo. Lo que pasó después de que cambió su alimentación fue (y sigue siendo) increíble para todos nosotros. En pocas semanas había reducido a la mitad su medicación, perdió peso, y comenzó a sentir un cambio fundamental en su cuerpo. Hoy, después de aproximadamente dos años con una alimentación basada en plantas sin procesar, él está tomando cero insulina y cero píldoras. Su glucosa en ayunas es ahora de 80-87 mg/dL a diario, y su A1c es normal (5.3). Una vez más sin pastillas, su presión arterial promedio es ahora de 115/70. Incluso con todos los medicamentos, su presión arterial era alta y nunca alcanzó un rango normal. Su proteína C reactiva (una medida de la inflamación general) disminuyó significativamente (a 0,8 mg/L). Sus arterias se están abriendo, y no necesita procedimientos ni cirugías. Como se confirmó en un ecocardiograma reciente, el tejido cicatricial resultante de su ataque al corazón se ha reducido, lo que indica una posible regeneración del tejido. Su función renal ha vuelto a la normalidad. Evitó (y posiblemente revirtió) la enfermedad arterial periférica y la retinopatía (¡recientemente tuvo que cambiar a una prescripción de gafas más baja!). En resumen, revirtió o está aplazando todas las condiciones que “sabíamos” que eran irreversibles y progresivas.
Todo esto puede sonar increíble, pero es verdad. La historia de mi papá está respaldada por exámenes médicos y registros que reflejan sus condiciones, tanto antes como después de cambiar su alimentación. En cuanto a mí, hasta ahora mi cáncer está a raya, pero lo más importante es que me siento mejor que nunca e, irónicamente, estoy mucho más saludable ahora que antes de mi diagnóstico (por ejemplo, perdí 40 libras y mi colesterol total bajó de 229 mg/dl a 135 mg/dl). En cuanto a nuestras cenas familiares con filete miñón y vino tinto y queso para el postre, ya son cosa del pasado. Y todos decimos, con entusiasmo y honestidad: ¡Adiós y hasta nunca!
Mi diagnóstico de cáncer, además de acercarnos como familia, nos llevó a nuevas amistades y personas increíblemente sabias y cariñosas (Anne, el Dr. Campbell, Brenda, el Dr. Klaper, el Dr. Abrams, entre otros), trayendo un nuevo sentido de conciencia y asombro sobre la forma en que vivimos nuestras vidas y, en general, la expansión de nuestra conciencia y espíritu, bien puede haber salvado a mi padre de una muerte temprana. ¿Mi diagnóstico de cáncer fue una buena o una mala noticia? Tal vez si morimos —Dios no lo permita— tendremos la oportunidad de hacer esta pregunta en relación con todos los eventos de nuestras vidas. Hasta entonces, parafraseando a Kung Fu Panda y Shakespeare, mi opinión es que no hay “buenas” noticias o “malas” noticias sino solo noticias, y solamente la etiqueta con la que elegimos calificarlas las hace así.
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