¡Hay una industria enorme que te dice que lo que comes no tiene ningún efecto sobre tu salud!
Comer es uno de nuestros impulsos más básicos y potentes. Y, mientras que el comer se ha tejido en muchas prácticas culturales y religiosas, esencialmente comemos para sobrevivir. Existen muchos requisitos básicos de la vida que solo podemos obtener a través de nuestra alimentación. Necesitamos una fuente de combustible o calorías, necesitamos proteínas, ácidos grasos esenciales, vitaminas, minerales, fibra y agua.
Hay una gran industria en este país que está tratando de convencernos de que no importa lo que comemos. Se nos dice que cualquier combinación de “comidas” calentadas, tratadas, procesadas y quimicalizadas, cubrirá nuestras necesidades nutricionales, siempre y cuando tomemos un montón de píldoras de vitaminas, medicinas para la acidez estomacal y remedios para el dolor de cabeza. Ahí hay otra gran industria que está tratando de convencernos de que lo que comemos no tiene ningún efecto sobre nuestra salud.
Si estas mismas fuerzas estuvieran vendiendo combustible para tu vehículo, tratarían de convencerte de que tu vehículo va a funcionar muy bien con cualquier líquido, siempre y cuando lo insertes en el tanque de gasolina. Entonces, cuando llevas de nuevo tu vehículo al individuo que dijo antes que funcionaría muy bien insertándole helado con sabor a café y te quejas ante él de los sonidos metálicos y del sistema desastroso de carburación, él te tendrá esperando por dos horas y después te dirá que probablemente “todo está en tu cabeza”, que deberías “aprender a vivir con ello”, o pregunta: “¿Qué esperas, con la edad que tiene tu vehículo?” y luego anuncia: “No hay nada que se pueda hacer”.
En el cambio de siglo las personas murieron antes de alcanzar su potencial genético debido a enfermedades agudas. La tuberculosis, la neumonía y las enfermedades gastrointestinales fueron las principales causas de muerte. Debido a cambios en las medidas de salud pública, mejora de la nutrición y tratamiento médico, la enfermedad aguda ya no es una causa principal de muerte. Hoy, la gente muere por enfermedades degenerativas crónicas.
La enfermedad vascular aterosclerótica es una acumulación de grasa en los vasos sanguíneos, y los ataques cardíacos y los accidentes cerebrovasculares asociados matan a la mitad de todas las personas que mueren cada año. Los cánceres de seno, colon, próstata, pulmón y otros órganos están asociados con el 25 por ciento de todas las personas que mueren cada año. La diabetes, la cirrosis del hígado y el enfisema también matan a muchas personas de manera prematura.
¿Qué tienen en común todas estas condiciones? Son causadas o influenciadas de manera masiva por las elecciones sobre los alimentos que hacemos: lo que ponemos o no en nuestras bocas.
De todas las cosas que los seres humanos colocan en sus bocas, el tabaco, el alcohol, la cafeína, las drogas recreativas y de prescripción son quizás las más perjudiciales. Los intentos variados y aparentemente interminables de las personas por modificar su química interna a través de poderosos agentes químicos es una tragedia que crece cada vez más. En mi práctica trato a más personas que están sufriendo y muriendo por las consecuencias de usar y abusar de sustancias químicas de lo que me gustaría pensar. Todos necesitamos recordar que los dolores de cabeza no son causados por una deficiencia de aspirina y que hay maneras más productivas de modificar nuestros estados de ánimo que con píldoras, pociones y elixires.
Tal vez el segundo hábito más destructivo que veo es el consumo de productos de origen animal. La carne, el pescado, las aves de corral, los huevos y los productos lácteos tienen mucho en común. Además de las razones de salud, que están bien documentadas, hay razones económicas, ambientales, humanitarias y, para muchos, espirituales que apoyan la adopción de una alimentación vegetariana.
De todos los animales que incluyen la carne en su alimentación, el hombre es el único que es incapaz de descomponer el ácido úrico en alantoína. Esto se debe al hecho de que el hombre no posee la enzima necesaria, la uricasa. Esta incapacidad para descomponer el ácido úrico conduce a una mayor posibilidad de que se acumule en el cuerpo cuando se consumen los productos de origen animal. El ácido úrico es un producto intermedio del metabolismo que está asociado con diversas condiciones patológicas, incluyendo la gota.
El hígado humano, a diferencia de los hígados de los carnívoros, solo puede procesar una cantidad limitada de colesterol. Si se consumen cantidades significativas de productos de origen animal, los niveles de colesterol aumentan, junto con un mayor riesgo de desarrollar aterosclerosis. Claramente, o no estamos diseñados para comer productos de origen animal o de alguna manera tenemos el tipo equivocado de hígado.
Los productos de origen animal, como la carne cruda o mal cocinada, el pescado, las aves de corral y los productos lácteos, son fuentes de parásitos y contaminación. Las triquinas, que se encuentran en la carne de cerdo y en la carne de res que ha sido contaminada por la carne de cerdo, pueden causar triquinosis. La salmonela, que se encuentra en el pollo, los huevos y otros productos de origen animal contaminados, puede causar salmonelosis.
Además de los problemas “naturales” con los productos de origen animal, una multitud de agentes químicos tales como los nitratos carcinógenos y otros se añaden a los productos animales para ralentizar su descomposición, mejorar su color y alterar su sabor.
Además de los parásitos, la infestación bacteriana, los venenos tóxicos, los agentes cancerígenos y los radicales libres, todos los productos de origen animal sufren el problema de la concentración biológica. Los animales consumen grandes cantidades de grano, hierba, etc., que están —en mayor o menor medida— contaminados con herbicidas, pesticidas y otros agentes. Además, a menudo a los animales se les suministran antibióticos y son tratados con otros fármacos y agentes tóxicos. Estos venenos se concentran en la grasa del animal y están presentes en su leche y su carne. Esta concentración biológica de venenos plantea amenazas significativas para la salud de los seres humanos que consumen productos de origen animal.
Como si esto no fuera suficiente, los productos de origen animal están completamente desprovistos de fibra y son extremadamente ricos en proteínas —y a pesar de lo que millones de dólares de publicidad de la carne y los productos lácteos te harían creer—, es el exceso, no la proteína inadecuada, lo que es una amenaza para la salud. El exceso de proteínas, especialmente los aminoácidos de alto contenido de azufre que se encuentran en los productos de origen animal, ha sido fuertemente implicado como agente causal en muchos procesos de la enfermedad, incluyendo la renal, varias formas de cáncer, un montón de procesos de enfermedades autoinmunes y de hipersensibilidad y osteoporosis.
La osteoporosis es una condición común en las mujeres posmenopáusicas. Los huesos se debilitan y se fracturan fácilmente. La osteoporosis no es causada por una deficiencia de calcio, y suplementar con calcio no la previene. En la osteoporosis hay una pérdida de la matriz ósea que contiene el calcio.
Una dieta rica en proteínas de origen animal puede ayudar a causar la osteoporosis mediante la creación de residuos nitrogenados tóxicos que deben ser neutralizados por el calcio extraído de las reservas del cuerpo, creando un balance negativo de calcio donde se pierde más calcio en la orina del que se ingiere. No importa cuánto calcio sea suministrado, si el individuo está en una dieta alta en proteínas de origen animal, el balance de calcio permanece negativo. Para prevenir la osteoporosis, una alimentación baja en proteínas de origen animal y la práctica regular de ejercicios en los que se carga con el peso del cuerpo son esenciales.
Es irónico que el principal argumento utilizado para promover el uso de productos de origen animal —la supuesta necesidad de grandes cantidades de proteínas— sea una de las mayores razones para evitarlos. Si los productos de origen animal se incluyen en la dieta en cantidades significativas, es prácticamente imposible diseñar una alimentación saludable que sea consistente con el volumen abrumador de evidencia en la literatura científica relacionada con la nutrición.
Debido a que los productos de origen animal son tan altos en grasa, segmentos de la industria de “alimentos” están promocionando sus productos como “bajos” en grasa. Debido a esta publicidad, algunas personas quieren creer que si cambian el color de su carne de rojo a blanco o si eliminan la piel del animal antes de comerla, pueden evitar la grasa tóxica.
Hay muy poca diferencia en la cantidad de grasa por caloría en el pescado frente a las aves de corral y de estas frente a la carne de res. Si deseas ver grandes cambios en tu salud, debes hacer grandes cambios en tu vida. Los cambios simbólicos no funcionan. Solo la reducción drástica o la eliminación de todos los productos de origen animal merecen tu consideración.
Una mujer me fue remitida recientemente para asesoramiento nutricional por parte de su ginecólogo. Revisé su historia, realicé un examen físico y le expliqué las recomendaciones de alimentación que había preparado para ella. Me interrumpió y me dijo: “Mire, doctor, sabía que venía a buscar consejo nutricional, pero no sabía que tendría que comer de otra manera”.
Muchas veces los pacientes me preguntan: “Si tengo que evitar las drogas como el alcohol, el café, la gaseosa y el chocolate; los productos de origen animal, incluyendo la carne, el pescado, las aves de corral, los huevos y los productos lácteos; y el aceite y los carbohidratos refinados, ¿qué queda?”.
La respuesta es: una alimentación derivada exclusivamente de alimentos naturales sin procesar —frutas frescas, vegetales, cereales de grano entero, y la adición variable de nueces, semillas y legumbres—.
¿Por qué nos resulta tan difícil comer lo que debemos comer y evitar lo que no debemos comer?
Parte de esto está en la genética: estamos programados para comer alimentos concentrados cuando están disponibles. Ese es un rasgo importante de la supervivencia. En un entorno natural, no hay árboles de galletas de chocolate, viñas de dulces o arbustos de hamburguesas. Pero hoy, rodeados por el acceso ilimitado a los alimentos concentrados, debemos superar nuestros instintos con nuestro intelecto.
Para comer bien, tenemos que entender los factores que nos impulsan a seguir comiendo mal. Muy a menudo comemos por las razones equivocadas. Podemos comer porque estamos emocionalmente consternados. Podemos sentirnos fatigados y comer para estimularnos. Pero cuando estamos cansados, debemos dormir.
El miedo a ser diferente es otro factor que nos impulsa a tomar malas elecciones sobre los alimentos. “Los amigos” pueden crear una gran cantidad de disonancia cognitiva. “¡Ya no eres divertido!” “¡No es saludable ser un fanático!” “¡Estás tan delgado!” “¿No crees que llevas esto demasiado lejos?” “¡Cociné esto solo para ti!” y “¡Un poco no te va a hacer daño!”.
En una conferencia que di alguna vez, una mujer de unos 80 años se puso de pie y le dijo al grupo que cuando tenía 40 años estaba muy enferma. Debido a que los tratamientos convencionales le fallaron, probó ayunar y cambiar su alimentación como último recurso. ¡Y funcionó! Pero algunos de sus amigos eran tan críticos con su nuevo estilo de vida que finalmente dejó de verlos. Le pregunté si sentía que era una gran pérdida, pero ella dijo: “Oh, no, querido. Todos murieron hace años”.
Disfruta de tu comida. Pero recuerda: la comida es combustible. En la vida hay mucho más que la comida. No vivas para comer. Come para vivir.
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