Mi experiencia—si se pudiera llamar así—deriva de la experiencia clínica que he tenido tratando pacientes con cáncer y el descubrimiento por mí mismo de la extraordinaria relación que existe entre la proteína de origen animal y el cáncer. Por lo tanto, mi objetivo es presentar ejemplos de lo que puede suceder cuando ignoramos la necesidad de una alimentación basada en plantas sin procesar (WFPB, por sus siglas en inglés) y los beneficios que se obtienen cuando los pacientes adoptan una alimentación libre de proteína animal.
Hace diez años no hubiera pensado siquiera en la posibilidad de que una alimentación de cualquier clase pudiera tener un papel importante en la cura del cáncer. En esa época había estado ejerciendo la medicina como médico de familia, un médico general en Dublín, Irlanda, por más de cuarenta años. Al igual que la mayoría de mis colegas médicos, habría sido muy escéptico a las diversas curas alimenticias que se ofrecían, todas más bien basadas en anécdotas.
Entonces, un día, todo cambió. Un amigo cercano murió de cáncer. En su funeral me encontré con el único y verdadero ídolo icónico de la ciencia irlandesa que he conocido. Nos habíamos conocido durante nuestros días universitarios—incluso entonces, él se consideraba como uno de los estudiantes más brillantes del campus. De hecho, se había convertido en catedrático universitario de genética.
En el funeral mencioné el tema de la muerte de nuestro amigo. Le pregunté si había alguna cura valiosa para el cáncer que viniera del campo de la genética. Su respuesta fue sorprendente. Una sonrisa irónica le llegó a la cara y sacó una tarjeta de presentación de su bolsillo. En la parte de atrás escribió el nombre de un libro y el nombre del autor, T. Colin Campbell. Luego dijo: “Si quieres saber más sobre el cáncer, lee El Estudio de China”. De modo desconcertante, después de eso no hablamos sobre el tema.
Ser expuesto a la labor de T. Colin Campbell, PhD, representa un gran día en la vida de cualquier persona, pero cuando un médico lee El Estudio de China solo puede reaccionar de manera limitada. La mayoría reconocerá inmediatamente que el contenido del libro no es exactamente enseñanza ortodoxa y muchos de ellos lo descartarán después de las primeras páginas. Como es bien sabido, esta fue la reacción de un médico amigo mío a quien le di el libro como un regalo. Lo botó. Pero me alegro de decir que lo recogió de nuevo algunos años más tarde. Mi propia reacción fue leer el libro una y otra vez hasta que quedé absolutamente convencido de que había mucha verdad en lo que Colin Campbell decía.
Lo que más llama la atención sobre El Estudio de China es la cantidad de evidencia sólida que presenta. El libro contiene relatos detallados de los experimentos del profesor Campbell en ratas de laboratorio en los que mostró cómo era completamente posible prender y apagar el crecimiento del cáncer, simplemente al variar la cantidad de proteína animal en la alimentación. Esto representó un descubrimiento enorme y el hecho de que los resultados pudieron ser replicados hizo las conclusiones científicamente irrefutables.
El mensaje que recibí del libro ciertamente picó mi conciencia. Desde la primera lectura salí con la convicción de que debería aplicar los hallazgos a mis propios pacientes con cáncer. Parecía razonable presumir que lo que había sucedido en las ratas podría muy bien suceder de igual manera en los seres humanos, y sin ningún peligro para los pacientes. Hablé acerca de las posibilidades con colegas pero, como era de esperarse, todo el mundo pensó que sería mejor dejar el asunto en manos de los especialistas en cáncer. No recibí absolutamente ningún apoyo ni aliento de este sector y entonces fue que decidí llevar a cabo una prueba simple por mi cuenta.
A partir de ese momento hablé de la alimentación con cada paciente de cáncer que entraba por la puerta de mi oficina. Algunos de ellos habían estado enfermos durante muchos años y sus cánceres estaban muy avanzados, mientras que a otros se les acababa de diagnosticar. En total, participaron en mi ensayo casi setenta pacientes. Sugerí a todos ellos que deberían obtener una copia de El Estudio de China y que tendrían que consumir una alimentación libre de proteína animal indefinidamente. Lo que pasó superó con creces todo lo que podía haber esperado. Casi todos los pacientes comenzaron a sentirse mejor en pocas semanas. Era como si sus cánceres realmente hubieran dejado de crecer. Asombrosamente, mi simple experimento parecía estar funcionando. En mi libro Stop Feeding Your Cancer describo algunos de los casos más radicales que he visto en los últimos diez años. Se podría decir que todos ellos se comportaron de la manera en que Colin Campbell hubiera predicho. Aquellos pacientes que se comprometieron fielmente a la alimentación se mantuvieron en buen estado de salud, mientras que aquellos que no cumplieron respondieron tal como las ratas en sus experimentos. Cuando había proteína animal en la dieta, sus cánceres se disparaban, solo para volver a estar de nuevo bajo control tan pronto como se reanudaba una alimentación basada en plantas sin procesar.
¿Qué significa esto para el futuro? Es difícil predecir cuánto tiempo tomará antes de que la asociación entre la proteína animal y el cáncer sea plenamente reconocida por el sistema médico. Sin embargo, parece que las cosas finalmente están por cambiar. Si yo, un miembro de la comunidad médica ortodoxa, puedo estar tan impresionado por la evidencia, entonces uno puede estar seguro de que hay muchos otros en la profesión que piensan como yo. Al menos, creo que ahora hay suficiente evidencia científica para justificar el tipo de investigación clínica a gran escala que podría responder de manera concluyente a todas las preguntas que están pendientes.
Nadie culpa a la profesión médica por ser cuidadosa en adoptar nuevas decisiones, pero en este asunto puede haber poca justificación para seguir retrasándolas por más tiempo. Durante mucho tiempo, el tema de la nutrición ha ocupado un papel secundario en la medicina y esto necesita ser abordado de manera urgente. El costo no debe ser un problema muy grande, ya que la mayor parte de la investigación que debe realizarse probablemente consistirá en poco más que ensayos clínicos adicionales. No hay duda de que tenemos que llegar al fondo del papel de la nutrición, no solo en el cáncer, sino en todas las enfermedades. Todos podremos dar un gran suspiro de alivio cuando esto se logre. La medicina se ha alejado de la nutrición en los años recientes. Como ha señalado el profesor universitario Campbell, será necesario un cierto desplazamiento de las lealtades, alejarnos de las relaciones confusas que la profesión médica tiene con la industria farmacéutica y algunos sectores de la industria alimentaria. La profesión médica no tiene nada que perder y todo que ganar al hacer esto.
Lo que ahora está claro es que más personas—dentro y fuera de la medicina—se están involucrando en el intento de lograr los cambios que hemos estado discutiendo. En los últimos años han aparecido muchos libros nuevos en las estanterías que tratan estos temas y se están preparando más. Si se tratara de una carrera, diría que ahora nos estamos acercando al final y que solo se requeriría un esfuerzo grande por todos nosotros para cruzar la línea. Muchas personas todavía están luchando por ser escuchadas, pero creo que está a punto de ocurrir un cambio. La última conversación que tuve con un oncólogo de alto nivel fue hace algunos meses y fue considerablemente menos conflictiva que de costumbre. En respuesta a mis consultas habituales esta vez me dio una pequeña sonrisa y me dijo: “Sin detalles… pero puedo decirte que ahora estamos todos en la misma página”. Estuve tentado a decir: “Ya era hora”, pero no lo hice. Me conformé con dar una pequeña sonrisa a cambio.
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