Parece que mi historia siempre empieza con “he estado sobrepeso toda mi vida”, pero la verdad es que la percepción de lo que significaba tener sobrepeso era diferente en los años 60 y 70, cuando yo me criaba. Las porciones eran más pequeñas. Apenas empezábamos a ver un montón de comidas procesadas convencionales. La mayoría de las familias cocinaban y comían en casa.
Cuando empecé a aumentar de peso, mi madre (siempre extremadamente consciente de su peso, era menuda y había hecho dietas durante toda su vida) estaba muy preocupada por mi tamaño y mi apariencia. Me puso a dieta por primera vez cuando estaba en quinto grado y en sexto grado me recetaron un medicamento para la tiroides. Ella y el médico pensaron que me ayudaría a perder peso, a pesar de que no tenía un problema de tiroides. Este enfoque en mi apariencia se convirtió en un problema para mí en mi adolescencia. Como vivía en un pueblo pequeño y mi madre cocinaba, no teníamos mucha comida rápida en aquel entonces, pero yo tenía una relación poco saludable con los alimentos. Recuerdo que comía a escondidas y detrás de los arbustos del patio trasero. En octavo grado, mi almuerzo diario consistía de Cheetos y una Coca-Cola de cereza de la fuente de soda de una farmacia local. Mirando ahora las fotos, no estaba tan delgada como la mayoría de mi clase, pero tampoco estaba realmente gorda. Sin embargo, me sentía gorda debido a las expectativas de aquella época y a la historia de mi familia con las dietas.
A medida que fui creciendo, seguí aumentando de peso. Comía mucho fuera porque no me gustaba cocinar. A menudo, elegía comprar en restaurantes de comida rápida tres veces al día. También pasé muchos años siendo adicta al trabajo, y me encontré lo más bajo que he estado después de varias malas decisiones en mi vida. Sin embargo, poco después de cumplir los 50 años, las cosas empezaron a cambiar para mí. No necesariamente mi alimentación, pero sí mi peso y, con el tiempo, indicadores más importantes de salud. Por supuesto, probé varias dietas hasta que me cansé de ellas; seguían siendo dietas estándar americanas, o bien alguna de moda (dieta Atkins, etc.); intenté las cenas procesadas de Lean Cuisine o Healthy Choice— durante muchos años, el patrón fue perder mucho peso y luego recuperarlo.
Una experiencia que realmente me dió una lección de humildad fue cuando una asistente de vuelo me dijo que iba a tener que comprar un boleto adicional porque no cabía en el asiento de la aerolínea, y me avergoncé cuando tuve que pedir una extensión para el cinturón de seguridad. Me sentí mortificada cuando uno de los soportes de mi coche se rompió y el asiento cayó al suelo a través del coche debido a mi peso —hubo que soldar una placa de acero para reparar el vehículo. La gente me miraba mucho, sobre todo los niños. Sin embargo, aún cuando me enfrentaba a la vergüenza de romper una silla en una reunión familiar y aterrizar en el césped, rara vez me enfermaba, nunca había estado en el hospital, ni había tomado ningún medicamento recetado de forma rutinaria.
Por supuesto, eso pronto cambió. Hacía años sufría de psoriasis, pero no creía que eso era un problema de salud, así que la apnea del sueño fue el primer gran diagnóstico. Unos meses más tarde, cuando llegué a tener el mayor peso de mi vida – 371 libras (168.2 kg), me diagnosticaron diabetes tipo 2 y colesterol alto. Ya tenía varios problemas de la piel, así como ansiedad y fascitis plantar. Mi atención se centró inmediatamente en mi salud. Empecé a tomar tres tipos de medicamentos; seguí las órdenes de mi médico y fui a las clases de educación sobre diabetes en un intento de revertir mi condición. El nutricionista me recomendó una dieta sin azúcar, baja en carbohidratos y alta en proteínas, y perdí algo de peso, pero no pude dejar de tomar los medicamentos. Cada seis meses en mis citas, el médico me decía que estaba “muy bien”, y que debía seguir tomando la medicina, pero yo no quería estar más enferma, no quería seguir tomando la medicina. No quería tener diabetes, y punto. Pero él me dijo que siempre tendría diabetes.
CCuando mi peso empezó a fluctuar y luego de escuchar lo que decía mi médico, sentí que mi búsqueda para revertir mi diabetes era inútil y finalmente volví a una dieta americana estándar. Me sentía frustrada. A mi madre le habían diagnosticado la enfermedad de Alzhéimer unos años antes y su salud estaba empeorando. En ese momento, me detuve y evalué mi vida. Me di cuenta de que mi abuelo había padecido de enfermedad de Alzhéimer, mi tía sufría actualmente de un Alzheimer avanzado y mi abuela también había muerto con esta enfermedad. Me pregunté: ¿qué significa esto para mí?. Me asusté, así que me senté frente al ordenador y escribí en la barra de búsqueda de Google “¿Cómo puedo prevenir la enfermedad de Alzhéimer?”.
Esta simple pregunta me llevó a una búsqueda de seis meses: un artículo me llevó a un médico, que me llevó a otro y así sucesivamente. Encontré múltiples estudios médicos y científicos, documentales, libros y artículos. Todos ellos me llevaron a la conclusión de que una alimentación basada en plantas era mi mejor herramienta. El documental Forks Over Knives fue el catalizador de un gran cambio: el día de Navidad del 2012, literalmente saqué toda la comida de mi casa y compré todos los alimentos nuevos para empezar mi trayectoria basada en plantas. Aquel sigue siendo el mejor regalo de Navidad QUE ME HE HECHO JAMÁS.! Afiné mi alimentación después de un año para incorporar solo alimentos basados en plantas sin procesar en forma de cereales de grano entero, frijoles y legumbres, frutas, verduras y algunas semillas. No más aceite, azúcar o cualquier cosa que mi cuerpo tratara como aceite o azúcar; no aditivos alimentarios ni siquiera frutos secos.
Aunque mi peso, con el cual había luchado toda la vida, no fue la razón principal por la cual me comprometí con este estilo de vida, bajé de peso como un efecto secundario. Bajé un total de 236 libras (107 kilogramos). Y lo mejor de todo es que a los pocos meses de empezar a mantener una alimentación basada en plantas, dejé de tomar todos mis medicamentos. A los 55 años, fue maravilloso no tener que tomar medicamentos; ahora tengo 64 años, ¡y sigo sin medicamentos! Sé que aunque puede haber una predisposición genética al Alzhéimer, mi alimentación es el mayor contribuyente a mi salud.
No siento ninguna restricción. Tengo más energía ahora que la que tuve a los 20 años. No he tomado ningún medicamento recetado desde el 2013 e incluso me he librado de condiciones que no sabía que estaban relacionadas con la alimentación. Últimamente, me encanta salir a trotar. Me fascina estar activa. Tengo mucha más vida y camino por el mundo como una mejor persona.
Mi consejo para cualquiera que esté considerando este cambio es que no tenga miedo de nadar contra la corriente. Tienes que saber que lo que nos enseñaron de pequeños se puede volver a aprender. No hay nada más importante que tu salud, y tú eres digno de tener una salud óptima. No te preocupes por lo que estás “renunciando” al hacer el cambio. Ganarás mucho más de lo que puedes imaginar. Sin lugar a duda, fue la mejor decisión de mi vida. Ha sido como magia.
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