Estoy escribiendo en respuesta al artículo de George Johnson en el New York Times: An Apple a Day, and Other Myths (una manzana al día y otros mitos, en español) con fecha del 21 de abril de 2014. Con este título, estoy imaginando que el New York Times está proponiendo ser nuestro cazador de mitos. Ellos deben saber del tema porque, al informar sobre la alimentación, son bastante hábiles para perpetuar sus propios mitos.
El autor comienza por lamentar que “una fuente tras otra promueva los poderes protectores de los “superalimentos”, ricos en antioxidantes y otros fitoquímicos, o aconseja a los lectores que imiten la dieta de los campesinos chinos o de los habitantes del Paleolítico”. Él entonces nos recuerda la “división entre este folclor nutricional y la ciencia”.
No sé muy bien cuáles son los mitos que lamenta. ¿Se trata de la noción de superalimentos y supernutrientes? ¿O se trata de su mitología percibida de comer frutas y vegetales? ¿O tal vez es su preocupación por ambos temas, en cuyo caso decide llamar a todo el lío “folclor”?
Para empezar, ¿su queja acerca de “las dietas de campesinos chinos” se refiere a nuestro propio proyecto nacional en la China rural (porque no conozco ninguna otra investigación que haya sido citada tan ampliamente y, debo decir, extremadamente mal citada)? ¿Es su preocupación por los alimentos basados en plantas, los cuales no le importan particularmente? De todos modos, ¿quién está diciendo que debemos usar las dietas de los campesinos chinos? Estoy realmente confundido en cuanto a cuál es su punto. ¿O, quizás es su creación de confusión el punto principal?
Sobre su preocupación por convertir alimentos y nutrientes en “superalimentos”, probablemente él se sorprenderá al saber que desde hace mucho tiempo he alertado en contra de hacer exactamente eso, es decir, usar nuestras conclusiones de la China rural, por ejemplo, para concluir que hay los llamados superalimentos o nutrientes específicos en aquellos superalimentos que prevengan el cáncer. Los estudios epidemiológicos en poblaciones humanas no permiten sacar conclusiones de simples correlaciones y, además, los alimentos individuales y sus nutrientes, en general, no funcionan biológicamente de esta manera a largo plazo. Es decir, llegué a conocer esto bien cuando, durante la década de los ochenta, pasé tres años (a petición de la Academia Nacional de Ciencias) testificando contra esas afirmaciones del mercado sobre suplementos nutricionales en las audiencias de la Comisión Federal de Comercio de los Estados Unidos. Son los patrones de alimentos y nutrientes los que nos informan mucho más que estas sustancias que actúan aisladamente.
El periodista Johnson luego sigue a discutir una reciente charla del epidemiólogo de Harvard, el Dr. Walter Willett, quien dirige el conocido Nurses’ Health Study (Estudio de salud en las enfermeras, en español) y quien recientemente resumió en una charla plenaria de una “gigantesca” reunión sobre el cáncer que “había poca evidencia de que las frutas y vegetales son protectoras o que los alimentos grasos son malos”. Ahora, creo que estoy teniendo una mejor idea de su principal preocupación: las arenas movedizas (como diría él) de la recomendación, una vez aceptable, de comer más alimentos basados en plantas.
Tengo dos reacciones muy inquietantes. He conocido bien el Nurses ‘Health Study desde su inicio (principios de los ochenta), así como las conclusiones del profesor Willett de esta investigación. Este estudio ha producido una gran cantidad de evidencia ocasionalmente útil sobre las prácticas alimentarias, la salud humana y la enfermedad, especialmente el cáncer. Sin embargo, este mismo estudio —y prácticamente todos los demás estudios epidemiológicos— investiga los efectos alimentarios hipotéticos sobre la salud solo dentro de un rango de exposición nutricional que limita severamente la detección de los verdaderos beneficios para la salud de los alimentos basados en plantas sin procesar y los verdaderos riesgos para la salud de las comidas procesadas y de origen animal. Tanto la dieta estadounidense estándar como la mayoría de las dietas vegetarianas y veganas representan rangos de exposición a nutrientes en donde casi todos son ricos en grasa, sal, carbohidratos refinados y proteínas. Ninguno realmente explora los efectos en la salud de la alimentación basada en plantas sin procesar. Los rangos de exposición a nutrientes proporcionados por estos alimentos están excluidos de estos estudios.
Johnson también se refiere al informe de 1997 del Fondo Mundial para la Investigación del Cáncer y el American Institute for Cancer Research (Instituto americano para la investigación del cáncer, en español), que recomendó a los consumidores consumir más vegetales, frutas y cereales de grano entero, un informe que copresidí (y Willett era un miembro del panel). Diez años más tarde, la misma organización (con un panel diferente) dio marcha atrás, según este periodista del New York Times, informando que “en ningún caso ahora (es decir, 2007) la evidencia de protección es considerada como convincente” (el primer informe de 1997 dijo que esta alimentación “podría reducir la incidencia global de cáncer en más del 20 por ciento”). ¿Cuál es la diferencia entre las conclusiones de estos informes (uno dice que “podría” haber un efecto mientras que el otro dice que no es “convincente”)? ¿Cómo lleva esto a la conclusión de que la evidencia se hizo más débil? La evidencia no se debilitó. La debilidad de los estudios epidemiológicos para detectar un efecto basado en plantas es la misma en 2007 que en 1997 (antes mencionada). Siempre ha sido así y diez años no hacen ninguna diferencia.
Sin embargo, veo un indicio de que el autor podría estar aprendiendo algo cuando dice que “tratar de sacar efectos débiles de una maraña de variables (muchas de ellas desconocidas) conduce inevitablemente a un tira y afloja de informes contradictorios”. Sugiero que esta es una práctica fundamental del reduccionismo en la investigación médica que no desaparecerá, especialmente cuando las poblaciones de estudio consumen comidas y producen enfermedades que maximizan la respuesta, limitando así la detección de causas por un agente individual y efectos con resultado individual.
No es de extrañar que en la cena de recepción de la reunión anual de la American Association for Cancer Research (Asociación americana para la investigación del cáncer, en español), los periodistas “participaron de un suntuoso bufet que incluía, entre otros, gruesas porciones de carne asada, una variedad de suculentos quesos y generosas porciones de vino”. Desafortunadamente, ya he concluido que tenemos un sistema muy enfermo para crear y aplicar la investigación médica, hecho aún más por los medios de comunicación. No veo que esto mejore hasta que adaptemos nuestro pensamiento tal como se describe en El Estudio de China (2005) y Whole (2013).
Y, finalmente, algunos lectores pueden pensar que usé los hallazgos del Proyecto de China-Cornell-Oxford para sacar conclusiones sobre los efectos productores de enfermedad de nutrientes o alimentos individuales. Ten la seguridad de que no fue así; eso es lo que otros hacen con nuestras estadísticas. El proyecto en China fue solo un capítulo de nuestro libro de 18 capítulos, El Estudio de China. Aunque tenía otras razones para hacer nuestro proyecto en China, mi objetivo principal fue considerar si la evidencia general en una población humana respaldaba nuestros hallazgos anteriores en el laboratorio, así como los hallazgos publicados por otros.
Así que, sigo confundido, sin saber qué mitos este periodista desea deconstruir. Puede ser una sorpresa para muchos que nunca haya habido un estudio aceptablemente completo de la amplitud y la profundidad de los efectos de una alimentación basada en plantas sin procesar. Las conclusiones del libro El Estudio de China representaron nuestro mejor intento de resumir datos estadísticos de muchas fuentes, especialmente nuestros propios hallazgos experimentales. En efecto, esto se afirmó. Es decir, al lector simplemente se le pidió que lo probara y los resultados que los lectores han obtenido desde entonces han sido bastante asombrosos y de respaldo. Por lo tanto, la necesidad de hacer un estudio formal puede ser menos indispensable, excepto para demostrarles claramente a aquellos que deseen utilizar detalles fuera de contexto para hacer una historia o vender un producto o servicio. Un consejo final para el reportero: ¿Qué tal si lo intentas y ves lo que estoy diciendo aquí?
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