¿Has escuchado sobre que los masáis e inuit tienen tasas muy bajas de enfermedad crónica en dietas enteramente de origen animal? Si lo has hecho, lo más probable es que no hayas escuchado la historia completa. Ha existido alguna información importante que falta en el mantra frecuentemente repetido sobre la salud excepcional de los inuit y los masáis, y vale la pena revisar la evidencia.
La cultura tradicional masai es conocida como una en la que los hombres consumen carnes, leche y sangre exclusivamente por décadas de sus vidas y aun así no tienen enfermedad cardiaca. El presunto patrón de alimentación no podría estar más opuesto a las poblaciones de Papúa Nueva Guinea, las regiones rurales de China y de Okinawa. Esta cultura tribal es casi siempre referida como prueba de que la dieta baja en carbohidratos y alta en comidas de origen animal puede ser la más saludable —o por lo menos que no es dañina para el corazón—.
¿Deberíamos reevaluar nuestra observación al vincular la alimentación rica en plantas con la prevención de enfermedad cardiaca?
En 1964, George Mann e investigadores aliados publicaron un artículo en la Revista de Investigación de Aterosclerosis (Journal of Atherosclerosis Research),[1] en el que documentaron una falta de enfermedad cardiaca en los hombres masai, por lo menos cuando era evaluada por factores de riesgo, exámenes físicos y electrocardiogramas. Los niveles de colesterol estaban bajos (un colesterol total promedio de 130 en hombres de 25 a 55 años de edad), la presión arterial alta era infrecuente, y ellos eran muy delgados. El índice de masa corporal promedio era cerca de 20, el cual es el límite inferior del “rango saludable” en los estándares norteamericanos actuales.
La población que ellos estudiaron estaba limitada por edad. Cerca del 60 % de los hombres tenían menos de 44 años y solo tres de los 400 hombres tenían más de 55 años. Ellos estuvieron más limitados por su capacidad de detectar enfermedad cardiovascular mediante el solo uso del examen físico y el electrocardiograma. Como cualquier médico podría testificar: un paciente puede tener un electrocardiograma y un examen físico normal y todavía morir una semana más tarde, debido a un infarto cardiaco relacionado con una aterosclerosis que ha estado progresando durante décadas. Pero aun con estos métodos básicos, se encontró que un pequeño porcentaje de personas tenía una enfermedad cardíaca detectable en una población estadounidense comparable, por lo que el hecho de que ni siquiera hubiera cuatro o cinco hombres con signos detectables fue impresionante.
Muchas indicaciones soportaron la noción que estos hombres eran una población con enfermedad cardiaca prematura muy baja a inexistente. No había síntomas clínicos de enfermedad cardiaca en estos hombres de edad joven a mediana edad y sus factores de riesgo eran excelentes.
¿Cuál era su alimentación? Esto no fue medido. Los investigadores escribieron:
“La medida exacta de la ingesta de alimentos de estas personas fue extraordinariamente difícil. Pudimos realizar solo mediciones limitadas. Esta dificultad se debe a la ingesta errática de alimentos, ya que no hay patrones de comida fijos en las familias porque no hay unidades de medida uniformes o utensilios y debido a la interrupción de sus comportamientos habituales en presencia de un observador.”
En su lugar, los investigadores midieron el nitrógeno y la creatinina en la orina de los hombres para inferir cuál era la ingesta de proteína. Este método sugirió que los hombres consumían mucha leche, pero dio solo una indicación indirecta, más superficial de la ingesta de alimentos.
Probablemente, la mejor encuesta sobre alimentación hecha a las personas masai, data de comienzos de los años ochenta por el Centro Internacional de Ganadería de África[2]. Esta se realizó en un momento donde ya había ocurrido una transición alimentaria entre los masáis. Sin embargo, se encontró que las mujeres y niños masáis consumían grandes cantidades de leche de sus animales de rebaño. De manera interesante, ellos solo consumían carnes cerca de 1 a 5 veces por mes. Otra vez, la ingesta de los hombres fue muy difícil de rastrear con exactitud, pero parecía que ellos tenían más acceso a las carnes.
Adicionalmente, en esta población pastoral la actividad física es una forma importante de vida. Si los estadounidenses inactivos quisieran obtener la misma cantidad de ejercicio, tendrían que caminar 19 kilómetros adicionales (casi 12 millas) por día[3]. Gracias a la cantidad enorme de gasto energético y a las relativas limitaciones de recursos, la encuesta de los años 1982-83 estimó que las mujeres y los niños estaban consumiendo del 50 a 70 % de sus “requerimientos de energía promedio estimados”[2]. Este es un gran déficit de calorías, lo que explica la delgadez de la población.
Así que la alimentación, cuando fue medida, no era tan carnívora ni sanguinolenta como dictaban las creencias populares, aunque era muy rica en leche. Ellos consumían maíz a comienzos de los años ochenta, pero esta pudo haber sido una adición reciente a su alimentación. Más a fondo, había una actividad física extrema y una insuficiencia de calorías relativas. ¿Es posible que estos factores contribuyeran a la salud de los masáis?
¿Y qué hay al respecto a esa evaluación previa e imperfecta de enfermedad cardiaca? El Dr. Mann, quien publicó partes de su investigación inicial, hizo una autopsia de 50 hombres masáis y encontró que tenían aterosclerosis extensiva. Ellos tenían enfermedad (grosor íntima-media coronario) a la par con hombres norteamericanos mayores. Más del 80 % de los hombres con más de 40 años de edad tenían fibrosis severa de la aorta, la principal arteria sanguínea que sale desde el corazón a suplir el resto del cuerpo con sangre. Sin embargo, no hubo infartos cardiacos mostrados en las autopsias y esos hombres todavía tenían vasos del corazón funcionales, sin bloqueos, debido a que sus vasos se habían vuelto más grandes. Los investigadores pensaron que esto podría estar relacionado con su actividad física diaria, más bien extrema.
Quedamos con un panorama un poco confuso, enturbiado por la falta de datos. No tenemos estadísticas de mortalidad o enfermedad, pero tenemos reportes clínicos y patológicos opuestos. No tenemos buenos datos sobre la alimentación. Impresiones sobre la ingesta alta de comidas de origen animal, primordialmente en la forma de ingesta de leches, han sido respaldadas, pero la ingesta de carne y sangre pueden haber sido malinterpretadas. Para hacer las cosas más complicadas, estas eran personas que pudieron haber estado en una deficiencia calórica relativa gracias a su actividad física extrema. Ellos pudieron haber experimentado ayunos intermitentes.
¿Qué preguntas podemos generar a partir de estas observaciones? ¿Es cualquier caloría una caloría saludable cuando estás operando con déficits energéticos importantes? ¿Puede la actividad diaria extrema sobrepasar una alimentación pobre? ¿El ayuno intermitente es un factor de salud? ¿Cómo es posible que tuvieran una enfermedad de vasos sanguíneos tan extensa sin síntomas clínicos? ¿Se debió a la falta relativa de participantes mayores en edad? ¿Fue nuestro sesgo promover una dieta alta en comidas de origen animal, simplemente no corroborada por los datos? ¿Es necesario cuestionar nuestro posible sesgo de culpar a las comidas de origen animal de la enfermedad cardiaca?
Consideremos ahora el otro caso aparte, un grupo frecuentemente mencionado en los medios populares para probar que las dietas altas en comidas de origen animal, o dietas bajas en carbohidratos, son saludables.
Bien conocidos por consumir cantidades importantes de ballena y carne de foca frecuentemente, los inuit se entienden comúnmente como libres de enfermedad cardiaca. ¿Es este otro caso diferente a la gran cantidad de investigaciones por observación que encuentran que los alimentos poco procesados, bajos en comidas de origen animal y la alimentación alta en plantas, están asociados a tasas bajas de enfermedad cardiaca?
Algunos estudios pequeños muestran que los inuit consumen una alimentación relativamente más baja en carbohidratos. Un estudio en Groenlandia en 1976[4] encontró que ellos consumían cerca de 37 % de calorías de los carbohidratos. Otras encuestas de poblaciones nativas encontraron que ellos consumían entre 8 % y 53 % de carbohidratos, el 53 % observado en las poblaciones a finales de los años treinta. Un 53 %, a propósito, es más de lo que se encontró que se consumió en Dinamarca en 1972[4]. Definitivamente, cantidades importantes de pan y azúcar se consumieron desde hace 40 a 50 años, por lo menos como está documentado en las actividades comerciales[4].
¿Qué pasa con su riesgo de enfermedad cardiaca? Resulta que es un mito tan frecuentemente repetido, que se convirtió en una verdad sin evidencia. Un artículo publicado en el 2003[5] hecho por un científico altamente experimentado, escrito con sus colegas de Canadá y publicado en el Instituto Nacional de Salud Pública de Groenlandia,, documenta muchos estudios en autopsias y observaciones clínicas y estudios que prueban que la enfermedad cardiaca existía entre los inuit. De hecho, en 1940, el “padre de la epidemiología” en Groenlandia, Bertelsen, notó que la enfermedad cardiaca era bastante común, de pronto mucho más interesante, dada la edad joven de la población. Él concluyó esto a partir de experiencia clínica e informes médicos de muchas décadas atrás[5]. En total, el artículo del 2003 encontró que “la hipótesis de que la mortalidad por cardiopatía isquémica es baja entre los inuit en comparación con las poblaciones occidentales, está insuficientemente fundada”. Es más, “…una afirmación general de que la mortalidad de enfermedad cardiovascular es alta entre los inuit parece ser más justificada que lo contrario”.[5]
Adicionalmente, se ha encontrado que la salud ósea entre los inuit era bastante mala. Un estudio de 1974[6] encontró, “la pérdida ósea con el envejecimiento, que ocurre en muchas poblaciones, tiene un comienzo más temprano e intensidad mayor en los esquimales. Los factores nutricionales como alta proteína, alto nitrógeno, algo fósforo, e ingestas disminuidas de calcio pueden estar implicadas”.
¿Qué piensas de estos casos diferentes? ¿Son casos diferentes en lo absoluto? Hay valiosas lecciones por aprender de estos grupos indígenas, pero ¿cuáles son las lecciones? ¿Cómo estas observaciones cambian tus creencias y suposiciones?
Personalmente encuentro que esta investigación, en el mejor de los casos, plantea más preguntas de las que responde. Es sorprendente para mí que la leyenda de salud coronaria de los inuit y los masais haya sido tan ampliamente repetida y aceptada como evidencia de que la dieta occidental todo-carnes es una buena idea. Una vez más, esto es una afirmación de que nos encanta escuchar buenas cosas de nuestros malos hábitos.
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