En 1982, fui coautor (junto con otros 12 miembros del Comité de la Academia Nacional de Ciencias [NAS, por sus siglas en inglés] de Estados Unidos) de un informe de 482 páginas sobre “Alimentación, nutrición y cáncer”. Fue el primer informe institucional que sugería que la alimentación y la nutrición estaban impresionantemente conectadas con el cáncer humano. Se hicieron recomendaciones para disminuir la grasa en la alimentación y aumentar el consumo de vegetales, cereales de grano entero, frutas y legumbres para la prevención del cáncer, lo que finalmente lleva a una alimentación basada en plantas sin procesar, por así decirlo.
Se dice que este es el informe de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos más buscado en su historia. La industria rápidamente lo rechazó, publicando en dos semanas (¡!) su propio “informe” de 80 páginas compuesto por 56 testimonios de científicos industriales y académicos que cuestionaron nuestra “sabiduría”. Brindó una copia para cada miembro del Congreso de los Estados Unidos. Fui uno de los miembros más públicamente visibles de ese comité NAS, testificando ante los comités del Congreso, participando en programas nacionales de televisión, etc., convirtiéndome en un objetivo de la industria y sus muchos académicos, que son apologistas de la industria. Esto incluyó, entre otros incidentes profesionales serios, una petición para que me investigaran y me expulsaran de mi sociedad profesional, el American Institute of Nutrition (Instituto Estadounidense de Nutrición), a pesar de que nuestro consejo ejecutivo acababa de nominarme como su elección para ser presidente.
De acuerdo con el razonamiento de los peticionarios, había traicionado (¡!) a nuestra sociedad al apoyar el informe NAS, como si yo fuera miembro de un culto. Cualquier cosa que infiriera una disminución en la grasa total y las comidas de origen animal, la columna vertebral de la alimentación estadounidense tocaba un nervio muy sensible. En retrospectiva, ese informe sí se convirtió en un evento histórico en la historia de la investigación de la alimentación y el cáncer, incluyendo el aumento de fondos para la investigación sobre la alimentación y el cáncer en los NIH (National Institutes of Health, Institutos Nacionales de Salud en español), que desafortunadamente se utilizó para ayudar a construir la industria de suplementos vitamínicos.
Poco después (1985-1986), tomé un año de licencia sabática en la Universidad de Oxford para trabajar con mis colegas en los datos que habíamos recopilado recientemente de nuestro proyecto en la zona rural de China. A pesar de que fue un momento intelectual y personalmente emocionante para mí y para mi familia, los problemas y las acusaciones respecto a las conexiones entre la alimentación y el cáncer en el país solo empeoraron. No podía entender la extraordinaria hostilidad y rechazo que este informe NAS de 1982 había suscitado (¡un resultado de ser ridículamente ingenuo, como comprendí después!). Quienes formamos parte del comité pensamos que habíamos hecho algo importante. En particular, nuestras conclusiones sobre la alimentación y el cáncer fueron casi las mismas que las de un informe anterior de McGovern de 1977 sobre la alimentación y la enfermedad cardíaca (el Senado de Estados Unidos proporcionó fondos específicos a ambos informes). Pero, a diferencia de la enfermedad cardíaca, el cáncer era un tema candente, especialmente cuando cuestionamos el consumo de carne (también conocida como proteína de origen animal).
Pasé gran parte de ese año en Oxford tratando de comprender la historia de la alimentación y el cáncer en busca de pistas para saber de dónde había surgido esta hostilidad, al menos en el mundo de habla inglesa. Nuestro comité NAS de 1982 había dado por sentado que esta supuesta conexión de la alimentación y la nutrición con cáncer era bastante nueva, incluyendo la literatura científica revisada por colegas desde 1931. Por lo tanto, pasé gran parte de mi año en Oxford yendo a través de cuatro bibliotecas (las bibliotecas Bodleian y Wellcome Trust en Oxford, y en las bibliotecas de la Royal Academy of Physician [Real Academia de Médicos, en español] y la Royal Academy of Surgery [Real Academia de Cirugía, en español] en Londres) simplemente para investigar la literatura anterior. Tenía dos intereses principales: aprender si esta extraña idea tenía raíces anteriores y tratar de entender qué significan realmente las palabras “nutrición” y “cáncer”; ambas son inusualmente polémicas.
La conexión entre la alimentación y la nutrición con el cáncer tiene una historia mucho más rica de la que había imaginado, remontándonos al siglo XVIII y siguiendo el rastro dejado por Hipócrates y sus contemporáneos más de 2000 años atrás. La discusión sobre la causalidad del cáncer se volvió especialmente activa y polémica durante el siglo XIX, estableciendo gradualmente una posición a principios del siglo XX, para lo que habría de convertirse en las instituciones de las que ahora dependemos.
Escribí un artículo bastante importante (unas 60 páginas) y, excepto por hacer una presentación ese año en una conferencia sobre historia de la ciencia en Sheffield, Inglaterra (¡hace 30 años ya!), dejé a un lado mi trabajo y nunca lo publiqué, hasta hace poco. Con más de tres décadas para reflexionar sobre ello, ahora estoy convencido de que esa historia tiene mucho qué decir sobre nuestra alimentación actual y nuestro sistema de atención médica. Empezamos a deambular hace al menos 200 años y, en lugar de trazar un curso para siempre, creo que es justo decir que nos desviamos por caminos —tanto para la nutrición como para el cáncer— que han hecho que sea más, no menos, difícil el comprender su relación.
Después de mostrarle mi manuscrito a un viejo amigo de investigación sobre el cáncer, que ahora es jefe de redacción de una revista líder, revisada por expertos, sobre la alimentación y la disciplina del cáncer, tomé su consejo de dividirlo en partes más pequeñas para su publicación. Las dos primeras partes han sido aceptadas y la primera acaba de publicarse en la edición de junio de Nutrition and Cancer (acceso abierto, en inglés) y la segunda será publicada justo después.
Ofrezco esto como un adelanto que conduce a una discusión mucho más amplia, no solo sobre por qué la asociación de la nutrición con el cáncer ha sido tan difícil de entender, sino también sobre cómo nuestro futuro será sombrío si continuamos en el camino actual. Desde los años 1700 hasta aproximadamente la época de la Segunda Guerra Mundial, creamos una comprensión tortuosa de las dos disciplinas, la nutrición y el cáncer, que también se refleja en nuestro sistema de salud actual y en el debate erróneo que estamos experimentando. En mi opinión, fue entonces cuando se habilitó una inyección de capital para explotar un sistema de atención médica ya cuestionable —sin nutrición— y convertirlo en la máquina médica generadora de dinero que ahora está a punto de romper nuestro banco, destruir nuestro ambiente y dejar a muchas personas sin la atención médica adecuada.
Haré un seguimiento con documentos adicionales, a medida que estén disponibles.
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