Soy adicta a la comida. Estas palabras son fáciles de escribir, pero difíciles de leer. En mis casi treinta y dos años sobre la Tierra, he luchado más de la mitad de ellos para aprender la manera correcta de ver la comida. Cuando era joven, me consideraba “gruesa”. Sin embargo, era muy activa y, a pesar de estar sobrepeso cuando niña, pasaba mi tiempo jugando con los niños del barrio, haciendo excursionismo, patinaje sobre ruedas y montando en mi bicicleta. A medida que crecí en mi adolescencia, me encontré con ansias por la comida y, a medida que me entregué a esos antojos, rápidamente desarrollé una dependencia que resultaría ser desastrosa para mi salud a largo plazo. En un mundo que por años ha girado en torno al tema de las comidas preparadas, refinadas hasta el punto de poco o nulo valor nutricional, me encontré completamente aferrada a la que considero que es una de las sustancias más perjudiciales de la Tierra: el azúcar.
Mi batalla con la adicción por la comida va más allá del azúcar, pues también encontré dificultades en adherirme a un control apropiado de las porciones. Tuve la fortuna de crecer comiendo una amplia variedad de frutas y vegetales, y que mi madre me enseñara cómo leer las etiquetas de la comida y buscar comidas altas en fibra y bajas en número de ingredientes: alimentos sin procesar. Sin embargo, mi adicción por la selección de comida chatarra triunfaba sistemáticamente sobre las elecciones saludables, y con el tiempo seguí ganando peso. Intenté muchas dietas y regímenes de ejercicio, pero me privaba de comida hasta el punto del fracaso y luego comía exponencialmente más para compensar los días y semanas de privación de mis comidas favoritas. En mis años de adolescencia, sufrí de menstruación irregular y, tras ver a un endocrinólogo, fui diagnosticada con hipotiroidismo y síndrome de ovario poliquístico (PCOS, por sus siglas en inglés). Me recetaron medicamentos para la tiroides y pastillas anticonceptivas para ayudar a regular mis ciclos, lo que continué haciendo a diario desde mi diagnóstico. El año pasado pesé más de lo que nunca había pesado: 367 libras. Me sorprendió ver el número en la balanza. Ni siquiera me di cuenta de que la balanza pudiera leer ese número tan alto. Estaba devastada.
Mi peso provocó más que solo estrés emocional. Había estado sufriendo de hinchazón en mis pies, particularmente en la parte inferior de mi pierna izquierda. Mi entrenamiento y experiencia como enfermera, me indicaron que este era el comienzo de linfedema. Lo pude notar por el aspecto brillante de mi piel y el hecho de que no podía prevenir la hinchazón a menos que me pusiera medias de compresión todos los días. También encontré dificultad en estar activa, y me faltaba flexibilidad para amarrar los cordones de mis zapatos sin sentarme primero. Tenía treinta años. ¿Cómo me dejé salir tanto de control? ¿Cómo podría arreglar mi situación?
Sabía que mi transformación de salud necesitaba comenzar combatiendo mi adicción al azúcar. Había renunciado a esta bestia antes. Una vez estuve un total de tres semanas sin consumir azúcar y logré mantener el consumo de azúcar limitado durante los próximos meses. Sin embargo, encontré que después de esa privación el dulce sabor de mi adicción solo me hacía desearla más. Eventualmente regresé a mi situación infeliz: consumir azúcar a diario y en grandes cantidades. La ansiaba durante el día y podía sacar a hurtadillas dulce de chocolate, galletas y torta. Paraba en el camino del trabajo a la casa para obtener mi “satisfacción de la tarde”, pues la larga hora de camino a casa sin algo para satisfacer mi antojo era a veces mucho más de lo que podía manejar. Horneaba dulces en casa y comía porciones asquerosamente grandes, botando el resto para evitar la tentación. Sin embargo, la tentación volvería con más fuerza al día siguiente; era realmente un círculo vicioso. El 22 de junio de 2015 comí mi último bocado de azúcar en la forma de un postre dulce. No más chocolates, dulces, galletas, tortas. No más helados, sodas, jugos o bebidas azucaradas. No endulzantes artificiales, sirope de maple, o agave para hacer placeres “libres de azúcar”. Sabía que, si quería lograr este cambio, tendría que ser todo o nada. Escogí todo.
Las primeras semanas fueron las más duras. Satisfice mis antojos con frutas enteras, que fueron sorprendentemente satisfactorias. Fui afortunada al contar con el apoyo de mis amigos y familia durante el proceso. Mi esposo cumplió su promesa de no traer a casa placeres azucarados para que yo pudiera evitar la tentación tanto como fuese posible. Decidí sacar mi bicicleta estática del sótano, que para ese momento ya estaba acumulando polvo, y empecé a incorporar el ejercicio en mi vida. A pesar de que empecé con sesiones de solo veinte minutos, prendí Netflix y pedaleé. Fue durante este tiempo que vi algunos de los documentales que me ayudaron a dirigir mi viaje por un camino más saludable: Forks Over Knives y PlantPure Nation. En el momento, no estaba mentalmente preparada para hacer la transición a una nutrición basada en plantas exclusivamente. En las semanas y meses que siguieron, sin embargo, comencé a seguir prácticas de alimentación basada en plantas sin procesar. Encontré realmente sencillo renunciar a consumir productos lácteos y huevos, especialmente desde que dejé de comer azúcar y productos horneados que a menudo contienen estos ingredientes. Finalmente, completé mi transición y durante los últimos tres meses he estado siguiendo exclusivamente un plan nutricional de alimentos basados en plantas sin procesar.
Desde que comencé mi viaje en junio, he experimentado cambios significativos. Hasta la fecha he perdido 118 libras y he pasado de talla 26/28 de vestido a talla 16. ¡Actualmente peso 249 libras, y este es el peso más bajo que he tenido desde que era una adolescente! Ingresé a un gimnasio local y hago ejercicio al menos cuatro o cinco veces a la semana, típicamente por más de una hora por cada sesión. He descubierto el amor por correr y he completado dos carreras 5k, al igual que dos carreras 10k. Tengo más energía ahora de lo que nunca creí posible. Estoy más enfocada en mi carrera y también en mi vida familiar y, sobre todo, tengo un mayor sentido de la felicidad y satisfacción sobre la persona en la que me he convertido.
Mi salud en general ha mejorado notablemente. Ya no tengo hinchazón en mis pies o en mis piernas. Recientemente tomé la decisión de dejar de tomar las pastillas anticonceptivas para regular mis ciclos menstruales y he descubierto que mi cuerpo es capaz de regularlos por sí mismo. Aunque aún no he terminado mi trayectoria hacia una mejor salud, estoy entusiasmada de continuar mi meta de por vida de nutrirme con alimentos que provean todas las necesidades de mi cuerpo, y una rutina de acondicionamiento físico que tanto rete como satisfaga mi mente, cuerpo y espíritu. De igual manera, espero ampliar mi carrera de enfermería para incluir mi historia como un testimonio que la reversión de una mala nutrición es posible. Fui ingenua al no darme cuenta cuán importante es la nutrición para nuestra salud. Sueño que un día pueda ayudar a otros a hacer cambios positivos en su salud y nutrición, y reorientar mi práctica del tratamiento de enfermedades existentes para prevenir que progresen o, incluso, que ocurran desde un principio.
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