¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es nuestro propósito? Estas son las preguntas con las que la humanidad ha luchado desde el origen de los tiempos. No soy un filósofo ilustrado, pero el consenso común es que, simplemente, la vida es la búsqueda de la felicidad. La palabra clave es la búsqueda, que significa la acción de seguir o perseguir algo para continuar por un camino. En otras palabras, “la vida es acerca del viaje, no del destino”. Así que la pregunta realmente se convierte en, ¿qué podemos hacer cada momento que estamos despiertos para darnos la felicidad que tanto deseamos? Vivir la vida al máximo.
Esto significa cosas diferentes para diferentes personas. Para mí, significa despertar con energía, invertir en mi salud, luchar por el crecimiento y la mejora constantes, aceptar el cambio, hacer las cosas que disfruto y pasar tiempo con la gente que amo. Esas son las cosas que me dan propósito, que proporcionan un sentido de plenitud y me hacen sentir vivo. En mi viaje personal he encontrado que hay un factor subyacente que impacta significativamente todo lo demás: mi salud. Es irónico que la única cosa que es tan fundamental para nuestra supervivencia es algo de lo que la mayoría de nosotros sabemos tan poco.
Hay tantos mensajes contradictorios sobre cómo vivir y comer sano. Cada nuevo año trae otra dieta de moda, tendencia de acondicionamiento físico, o suplemento recién descubierto que pretende ser el secreto para verse y sentirse bien. La verdad es que no hay una solución mágica y las modas continuarán yendo y viniendo con consecuencias dudosas. La única manera de lograr resultados duraderos es vivir con un conjunto de principios que guían el comportamiento para inculcar hábitos saludables, lo que en última instancia forma quiénes somos. Es imposible seguir cada consejo de la salud que ronda por ahí y hacerlo puede, de hecho, ser poco saludable.
Mi experiencia viviendo en Italia abrió mis ojos al contraste severo entre nuestras culturas y algunas de las razones por las que, a pesar de que Estados Unidos es uno de los países más ricos del mundo, es uno de los más enfermos. Mis observaciones personales llevaron a preguntas tales como: ¿Cómo podría un país como Italia, que se identifica con la pizza, la pasta, el gelato y el fumar sin parar, realmente ser más saludable como población que los Estados Unidos? Me di cuenta de que la gente en general caminaba más, la comida era simple y de mayor calidad, el tamaño de las porciones era más pequeño, comían una alimentación basada en plantas, no había comida rápida en cada rincón, tenían grupos muy unidos, un sentido de la comunidad, y la gente tomaba el tiempo de gozar de la vida, de estar presente, y de ir más lento. No es de extrañar que por comparación los EE. UU. tengan una población de algo así como dos tercios de sobrepeso, un tercio de los cuales se consideran obesos. En Italia, menos de la mitad de la población tiene sobrepeso y menos del diez por ciento son obesos.
Poco después de regresar de Italia en 2006, empecé a trabajar para una compañía nutracéutica en el campo de la medicina de la obesidad y cirugía para la pérdida de peso. La epidemia de obesidad en los Estados Unidos estuvo en un máximo histórico sin signos de desaceleración. Además, la diabetes, la hipertensión, la apnea del sueño y otras enfermedades crónicas también se dispararon. A pesar de los avances en la medicina occidental, nuestra salud se estaba deteriorando a un ritmo alarmante. Entonces, ¿qué era lo que nos estaba enfermando tanto? La respuesta: nuestra comida.
Si uno está de acuerdo con la declaración profética “eres lo que comes”, entonces, como uno de los países líderes en el consumo de carne per cápita en el mundo, literalmente nos hemos convertido en una sociedad de cerdos y vacas. Además de la disminución de la salud, la cría industrial de ganado para la alimentación y la tala de los bosques para apoyar esta creciente demanda es el segundo mayor contribuyente a los gases de efecto invernadero, lo que resulta en más emisiones perjudiciales que las de todo el sector de transporte combinado. La forma en que decidimos abordar este tema determinará el futuro de nuestro planeta y la vida tal como la conocemos. Cambiar nuestra alimentación es lo primero que cada uno de nosotros puede hacer para restaurar nuestra salud y salvar el planeta.
Como atleta de toda la vida, siempre había considerado que tenía buena salud. Sin embargo, no fue sino hasta después de que mi carrera profesional como jugador de fútbol terminó, que comencé realmente a comprender el impacto de la alimentación en la salud y el rendimiento. Haber acumulado unas considerables 240 libras para ser competitivo me obligó a consumir una cantidad extraordinaria de calorías cada día. El enfoque en la calidad de los alimentos era mucho menor que la cantidad. A pesar de alcanzar mi peso meta, comer de esta manera era agotador. Tenía acidez constante, me sentía cansado y lento después de las comidas, y tenía dolor e inflamación en todo mi cuerpo. La receta común para tratar con estos síntomas eran los medicamentos farmacéuticos y medicamentos para el dolor, lo que hizo poco a nada para abordar la causa fundamental. Comencé a preguntarme si en realidad estaba “sano”. Infeliz por la forma en que me veía y me sentía con ese tamaño, decidí hacer algunos cambios.
Comencé a estudiar varias teorías de la alimentación y del entrenamiento para educarme en el tema. Fue un proceso gradual; traté de todo, desde la dieta zona hasta la paleo, pasando por la lenta y baja en carbohidratos, baja en grasa, pescatariana, vegetariana, flexitariana, la dieta de la sopa de repollo, la dieta South Beach, la dieta espartana, la dieta del guerrero, la que se te ocurra, todo con el propósito de ganar una comprensión mejor de cómo cada dieta afectaba la manera en que me veía y me sentía. Lo que encontré fue que, a pesar de los diferentes puntos de vista, había un tema fundamental en el que la mayoría de los expertos parecían estar de acuerdo. ¿El consenso? Comer una alimentación basada en plantas es lo más importante que puedes hacer por tu salud.
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