Al crecer, las elecciones que hacía sobre los alimentos estuvieron basadas en mi creencia de que necesitaba consumir mucha proteína. Comí la “dieta americana estándar”, completamente llena de carne, productos lácteos y comidas procesadas. Como era atleta, siempre estaba en forma, así que ignoraba el daño que le estaba haciendo a mi cuerpo con las comidas que estaba consumiendo. Siempre fui animado a comer mucha proteína de origen animal, ya que era un “chico en crecimiento”. Todo cambió unos meses antes de mi cumpleaños 21.
Después de experimentar dolor en la espalda y el cuello durante algunas semanas, mi mamá finalmente me persuadió de ir al doctor y hacerme un chequeo. El primer doctor que vi estaba convencido de que era un nervio comprimido, pero una imagen por resonancia magnética de mi espalda no reveló nada. Después de pedir la opinión de cinco doctores adicionales, todavía no tenía respuestas a la pregunta ¿qué estaba sucediendo? El dolor no disminuía, pero cada doctor me decía que no había daño, que probablemente eran solo dolores musculares.
Justo cuando estaba listo para rendirme en encontrar la causa de mi dolor, el último doctor que vi me sugirió que hiciéramos una resonancia magnética de mi cuello, a lo que accedí. La mañana siguiente me llamó para informarme que ya tenía los resultados de la resonancia: “Bobby, tienes un tumor creciendo en tu cerebro”.
Nunca olvidaré esas palabras. Fue un sentimiento sobrecogedor. Después de hacerme un escáner cerebral completo, me informaron que el tumor en mi cerebro tenía el tamaño de una bola de golf. Me reuní con el equipo de doctores del Columbia Presbyterian Hospital. Dado que este era considerado como uno de los mejores hospitales del país, me sentí a salvo allí. Después de una condena rigurosa de dos semanas de ver doctores todos los días, en la que me extrajeron sangre y me hicieron múltiples exámenes físicos, me informaron que no solamente tenía un tumor en el cerebro, sino que también era maligno. Mis papás y yo decidimos que seguiríamos de forma estricta las recomendaciones del doctor. Él sugirió que debería hacerme una cirugía para remover tanto del tumor como fuese posible, seguido de radiación o quimioterapia para matar lo que fuera que quedara.
Después de unos días de intentar decidir qué hacer (incluyendo leer la larga lista de seis páginas de efectos secundarios de la quimioterapia, incluyendo otros cánceres), decidimos que tendría la operación en el cerebro y la radiación.
El 12 de febrero de 2012, 17 días después de descubrir mi tumor cerebral, estuve en una mesa de operación. Ir a cirugía de cerebro fue, de lejos, la experiencia más aterradora de mi vida. Entrar a cirugía sabiendo que cualquier pequeño error que se cometa podría resultar en muerte o en daño mental fue muy desgarrador. Después de una operación de ocho horas, sentía un gran aturdimiento; mi vista estaba reducida, apenas si podía escuchar y no podía hablar. Sentía que no podía exhalar por la boca (unos días después me di cuenta de que fue porque, durante la cirugía, mientras estaba boca abajo, mi lengua estaba colgando por fuera de mi boca, con mis dientes aprisionándola. Mi lengua estuvo cicatrizada e hinchada por dos meses). Después de cinco días escalofriantes y miserables en el hospital, pude ir a casa. Sin embargo, mi “batalla” contra el cáncer solamente estaba comenzando.
El mes siguiente a la cirugía fue nada menos que una pesadilla. Tenía dolores de cabeza intensos y persistentes, problemas con el balance, una inhabilidad para enfocar mis ojos en algo sin sentir mareo y un sentimiento abrumador de impotencia. Tomaba 10 medicamentos al día y no tenía apetito. Pasé la mayoría de mis días sentado en el sofá, mirando hacia la pared. Tuve la gran suerte de tener “una tonelada” de visitantes, quienes me ayudaron a salir de mi depresión. Justo cuando pensaba que las cosas no podrían ponerse peor, lo hicieron.
El 26 de marzo, empecé mi primer día de radiación. No sabía mucho al respecto, aparte de que se supondría que reduciría el remanente del tumor. Mi plan de radiación era de 33 tratamientos durante seis semanas y media. Me tatuaron tres pequeños puntos en mi cara, para que supieran dónde alinear la máquina y me colocaron una máscara muy apretada para que no pudiera moverme. La radiación en sí era una experiencia sin dolor, no tomaba más de 15 minutos el tratamiento. En la primera semana me sentí igual, a pesar de que los doctores me advirtieron que podría empezar a sentir algunos efectos secundarios pronto. Estaban en lo correcto. La semana siguiente, experimenté una nausea insoportable. Si tan solo levantaba mi cabeza, vomitaría. No tenía apetito ni deseo por nada. Empecé a perder pedazos de pelo y tenía cambios de ánimo y una gran ansiedad (que descubrí luego que fue causada por uno de los medicamentos esteroides que me habían medicado). Después de 33 días extenuantes, yo era un caparazón de mi yo original. Desde el comienzo de mi cirugía hasta el final de la radiación, perdí 70 libras (31,7 kg). Medía 1,82 m y solo pesaba 125 libras (56 kg). Sin embargo, estaba eufórico porque había terminado mi tratamiento.
Los doctores me habían informado que cerca del 5 % del tumor permanecía; una última parte que solo apenas se veía en la resonancia magnética o la tomografía computarizada. Me dijeron que había un 25 % de posibilidades de que el tumor creciera y no había mucho que yo pudiera hacer para mejorar mis posibilidades. Esto no me parecía, pero cuando doctores prestigiosos te dicen algo, usualmente están en lo cierto. Al menos eso era lo que pensaba.
No mucho cambió en los dos años que siguieron después de mi tratamiento. Aún experimentaba dolores de cabeza, mareos, náuseas, problemas de balance y pérdida de la audición en mi oído derecho (lo que los doctores nunca admitirían, a pesar de que escuchaba perfectamente hasta la cirugía). Mi alimentación no había cambiado, ni siquiera hubo un pensamiento de cambiarla. Entonces, un día estaba navegando en Instagram y vi una publicación sobre un documental llamado Forks Over Knives. Estaba afirmando que la mayoría de las enfermedades eran prevenibles e incluso reversibles con una alimentación basada en plantas sin procesar. Yo era extremadamente escéptico, pero decidí que no perdería nada con verlo.
Nunca en mi vida había visto nada con tanta intriga, tanta concentración. Después de verlo, estaba hambriento de más información. Leí artículos y vi cualquier documental o cápsula en YouTube concerniente a las dietas basadas en plantas que pudiera encontrar. Descubrí una cantidad convincente de evidencia científica de que las enfermedades eran, de hecho, prevenibles y curables con una alimentación basada en plantas. Tenía una gran mezcla de sentimientos, que variaban de la rabia a la emoción, de la tristeza a la traición. ¿Por qué no estaba al tanto de esta información? ¿Por qué ninguno de los doctores me habló de esto? Decidí entonces que debía tomar las cosas por mi cuenta.
Dejé de trabajar en la charcutería en la que había trabajado durante los últimos 10 años y empecé a trabajar en un bar de comidas y jugos orgánicos. Durante los siguientes tres meses, eliminé todos los productos de origen animal de mi alimentación y comí alimentos sin procesar tanto como pude. La transición lejos de los productos de origen animal fue mucho más fácil de lo esperado. Tener tanto conocimiento sobre su efecto en el cuerpo humano también ayudó. De igual forma lo hizo el ver los documentales Earthlings (Terrícolas, en español) y Cowspiracy, y el impacto sobre la salud y el medioambiente y, de forma más importante para mí, sus efectos sobre los animales.
Cuando fue el momento de mi siguiente chequeo, no podía esperar a decirle a mi doctor sobre el cambio en mi alimentación y la nueva y emocionante información que había descubierto. Después de obtener la resonancia magnética, el doctor estaba muy sorprendido de decirme que la pequeña parte del tumor ya no era visible. Fue una validación instantánea para mí. Entonces le dije que había cambiado mi alimentación, alejándome de los productos de origen animal. Él inmediatamente perdió interés y dijo, literalmente: “Bueno, yo seguiré comiendo bistec después de esto”. Nunca volví a tener consulta con él.
Han sido casi dos años desde que eliminé todos los productos de origen animal de mi alimentación. Además de que mi tumor desapareció, mi piel se volvió muy limpia y tersa. Tengo más energía ahora de la que nunca he tenido. Ni siquiera he estado enfermo, no más que una faringitis estreptocócica o un resfriado, desde que cambié mi alimentación.
Lo que es más importante, finalmente hice la conexión: lo que pongo en mi cuerpo va a afectar directamente a mi salud, la salud del planeta y las vidas de animales hermosos. Hay tanta desinformación circulando, que puede ser muy difícil determinar qué tipo de alimentación es óptima para nuestra salud. Basado en mi investigación y la asombrosa transformación de mi salud, creo firmemente que una alimentación basada en plantas sin procesar es la respuesta.
Hasta el día de hoy, todavía tengo algunos efectos secundarios de mi tratamiento. La audición nunca volvió a mi oído derecho, todavía tengo un balance deficiente (¡pese a que ha mejorado gracias al yoga!). También, cada vez que paso de estar sentado a ponerme de pie, siento una ráfaga increíble en mi cabeza y de inmediato me siento mareado y desorientado por unos pocos segundos. Siempre me he preguntado cómo los únicos síntomas que experimenté antes del descubrimiento del tumor fueron dolor de cuello y de espalda y, una vez que empecé tratamientos, me enfermé más de lo que nunca había estado enfermo en mi vida, atrapado con efectos secundarios duraderos.
Pero ¿y qué sobre la gente que no es tan afortunada como yo lo fui? La gente que sufre más de lo que yo sufrí, la gente que muere por enfermedades que son prevenibles y reversibles. ¿Y qué si la respuesta a nuestros problemas de salud es tan simple como qué decidimos comer? Es tan inspirador saber, en gran medida, que puedes controlar tu propia salud. Mi única aspiración es que esta información esté disponible para todo el mundo.
La gente debería saber que envejecer y enfermar, o incluso ser joven y enfermar no es una cadena perpetua. Debemos continuar informando a la gente y dejarlos tomar sus propias decisiones.
Este es un testimonio autodeclarado relacionado con la experiencia del autor con una alimentación basada en plantas. No debe ser interpretado como consejo médico personal. Por favor consulta a tu médico para preguntas o dudas respecto a la salud personal o la enfermedad.
Copyright 2024 Centro de Estudios en Nutrición. Todos los derechos reservados.