Aunque hay muchos argumentos que favorecen la explicación del desequilibrio nutricional del cáncer, unos de los más sorprendentes para mí fueron los estudios experimentales con animales discutidos en el capítulo 3 de mi libro, El Estudio de China. En concreto, la aflatoxina es un carcinógeno muy potente para la rata. Sin embargo, después de que los investigadores indios demostraron que la disminución de la ingesta de proteína (caseína) del nivel habitual de consumo del 20 % al 5 % impidió completamente que este carcinógeno muy potente causara cáncer, en ese momento comenzamos nuestro trabajo (referencias en nuestro libro). Exploramos este hallazgo con gran profundidad y finalmente confirmamos su observación inicial. Es decir, el ajuste simple de la proteína en los alimentos (caseína) dentro de rangos muy normales de ingesta de proteína controlaba el desarrollo del cáncer y no funcionaba por uno sino por una gran variedad de mecanismos. En otras palabras, hemos probado esta asociación más allá de cualquier duda.
Además, a lo largo de los años, esta investigación requirió una gran cantidad de fondos y nuestras solicitudes de financiación fueron revisadas por otros investigadores altamente experimentados en este campo. Todas las veces obtuvimos altas calificaciones por la calidad de la investigación. Luego, cuando presentamos los resultados para su publicación, fueron revisados nuevamente por colegas expertos y estos artículos fueron publicados en las mejores revistas de investigación sobre el cáncer. Entre la gente que más sabe sobre el cáncer, nuestro trabajo fue totalmente convincente.
De manera muy sencilla, el ajuste normal de la ingesta de proteínas fue capaz de influir enormemente en la capacidad de un químico carcinógeno para promover el cáncer. La proteína en los alimentos triunfó sobre un carcinógeno muy potente en una especie que era excepcionalmente sensible a este carcinógeno.
Entonces hicimos algo muy parecido con un cáncer causado por un virus, el virus de la hepatitis B.
Si seguimos el criterio para determinar qué es un carcinógeno y qué no lo es, estos hallazgos deberían sacudir al mundo entero de la investigación y la educación sobre el cáncer porque así es como funcionan también otros carcinógenos (Alar, dioxina, dicloro difenil tricloroetano, etc.), ¡excepto que la evidencia que favorece su carcinogenicidad es mucho menor que para la aflatoxina!
Pero no me sentía cómodo al tomar la vía habitual de declarar que la caseína es un carcinógeno mucho más poderoso que la aflatoxina (“el carcinógeno más potente jamás descubierto” según las personas que favorecen la hipótesis del carcinógeno químico). En su lugar, estaba más interesado en hacer preguntas más amplias, involucrando el papel de las comidas basadas en proteínas de origen animal en su asociación con el cáncer humano, así como estudiar las asociaciones comparativas del consumo de aflatoxina y el consumo de proteínas en humanos —esto fue El Estudio de China—.
He contado esta historia a muchas de las mejores y más críticas audiencias que he podido encontrar (Harvard, Berkeley, Cornell, Emory, Yale, Duke, Institutos Nacionales de Salud, etc.) y no recibo ninguna crítica seria. El único comentario que parece surgir más de unas cuantas veces es: “Estoy enfrentandome a algunos intereses muy poderosos y ellos no escucharán —independientemente de la veracidad de la evidencia—”, o palabras para este efecto. En otras palabras, esta cuestión —primero, definida de forma estrecha, pero más tarde ampliada a un problema mucho más grande— es sobre todo política, economía, prejuicios personales, etc., y no sobre ciencia racional. Muy honestamente, me deprime porque hay tanto en juego para la salud humana. El mundo empresarial estadounidense, que controla la agenda en este negocio de investigación de salud, ¡está más interesado en su propia salud que en la salud del público!
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