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Centro de Estudios en Nutrición del Dr. T. Colin Campbell

Pregunta: ¿Cuál es tu respuesta a: “A role for milk proteins and their peptides in cancer prevention” (en español, El papel de las proteínas de la leche y sus péptidos en la prevención del cáncer), por PW Parodi (Current Pharmaceutical Design 13: 813-828, 2007)?

Respuesta: Este artículo es una ilustración clásica del reduccionismo científico que crea más confusión que claridad. Comienza afirmando que el “enfoque más confiable para establecer una relación causal (entre la alimentación y la enfermedad) (…) es (…) un ensayo controlado aleatorizado”. Mi opinión es exactamente contraria. Un diseño de estudio controlado aleatorizado se enfoca en un factor, un resultado y generalmente un mecanismo a la vez. Esto no es nutrición; es farmacología (¿es por eso que este artículo fue publicado en una revista farmacéutica?).

En la introducción al artículo, el autor también destroza el diseño de estudios ecológicos basados ​​en correlaciones, afirmando que “las correlaciones no dicen nada acerca de (las asociaciones entre alimentación y cáncer)”. Es cierto que nada concluyente sobre la causalidad puede establecerse por la forma en que se realizan estos estudios, pero esta crítica depende de la suposición de que los investigadores están tratando de identificar la causalidad de un solo factor, desafiando nuevamente lo que es la nutrición. La falla en estos estudios es la formulación de hipótesis. Si estas hipótesis se formulan para reflejar verdaderamente la característica “holística” (wholistic en inglés) de la nutrición, donde múltiples nutrientes, biomarcadores y resultados se miden simultáneamente, entonces evaluar la causalidad es mucho más razonable.

Después de leer estas primeras suposiciones básicas en este artículo, el resto del documento acumuló una enorme lista de observaciones extraídas de estudios reduccionistas de enfoque estrecho que son triviales, muchas veces contrastantes y muy confusos. Entre las muchas observaciones citadas en este artículo, es posible seleccionar algunas para hacer casi cualquier hipótesis. En este mismo punto, también es posible crear estudios que muestren cualquier resultado que se desee, especialmente cuando estos estudios están muy alejados del contexto del cuerpo completo y de todo el entorno. En nuestra investigación, por ejemplo, pudimos demostrar que, bajo condiciones seleccionadas, un carcinógeno era un anticarcinógeno.

No me opongo a hacer experimentos reduccionistas. De hecho, hicimos muchos de estos experimentos y publicamos los resultados en las mejores revistas científicas. Trabajamos en los detalles del metabolismo de carcinógenos, usamos nutrientes individuales (caseína, antioxidantes seleccionados, etc.) en los estudios de intervención (similares a ensayos clínicos aleatorizados) y, a menudo, nos concentramos en un solo resultado (cáncer de hígado primario). La diferencia es que intentamos no hacer conclusiones globales que hicieran caso omiso del contexto mucho más amplio. A medida que pasábamos de estudio a estudio en nuestra investigación, buscamos un contexto cada vez más amplio y tratamos de definir principios nutricionales que fueran consistentes dentro de este contexto más amplio. Estos principios surgieron de una variedad de estudios que involucraron múltiples nutrientes, múltiples mecanismos y resultados múltiples. También utilizamos más de una especie (ratas, ratones, seres humanos) y buscamos la consistencia entre los diferentes tipos de diseños de estudios experimentales. Solo al hacer esto pudimos establecer principios confiables que tuvieran amplitud y profundidad.

Respecto a otras preocupaciones con este artículo, el escritor omite completamente las decenas de trabajos de investigación sobre la proteína y el cáncer de nuestro laboratorio que fueron financiados por los Institutos Nacionales de Salud, publicados en las mejores revistas y utilizados para ilustrar el contexto más amplio. No es sorprendente que el autor omitiera amplios hallazgos sobre la caseína que muestran efectos que se oponen sustancialmente a los supuestos beneficios de la caseína citados en su artículo (nótese bien: el escritor trabaja dentro de la industria láctea). El autor tampoco menciona la conclusión de un informe sobre la alimentación, la nutrición y el cáncer de 1982 de la Academia Nacional de Ciencias —el primer informe importante de su tipo— de que el aumento de la proteína en los alimentos, del 10 % al 20 % de la energía total, se asocia con el aumento del riesgo de cáncer, otra observación que se opone a las opiniones del escritor.

En resumen, creo firmemente que este documento ilustra muy bien lo que está mal con la investigación biomédica. Elige una asociación aislada de proteína y cáncer, selecciona evidencia de apoyo —toda reduccionista— e ignora tanto la evidencia específica contraria como la amplia evidencia relacionada con otros resultados de enfermedad. Es decir, reúne hallazgos altamente reduccionistas para apoyar una hipótesis sobre la caseína (por ende, lácteos) que omite una gran cantidad de evidencia que da contexto.

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