Durante mi niñez sin darme cuenta, me hice adicta al azúcar y a las grasas. Vivía al lado de un mercado, así que tener acceso a los dulces nunca fue problema. En la escuela intermedia , llevé una caja de puros llena de caramelos de un centavo, para venderlos y duplicar mi dinero.
Excepto por las facturas dentales excesivas, nunca supe las consecuencias de salud como resultado de esta adicción hasta que asistí a mi tercer y último año de instituto. En esos dos años, mi peso aumentó de 140 a 160 libras (63,5 a 72,5 kilogramos). Culpé a la comida de la cafetería, no a mi adicción a los dulces.
Durante mis años 20 y 30, a medida que mi peso seguía aumentando, intenté controlarlo con toda dieta de moda que aparecía. Curiosamente, todas funcionaban, pero solo a corto plazo. Perdía peso, y engreída volvía a ganarlo todo, y más. Numerosas veces volví a empezar el proceso— hasta que finalmente mi peso llegó a los 282 libras (127,9 kilogramos).
En el 2016, cuando tenía 72 años y estaba de visita en Irlanda, un largo recorrido a pie me hizo caer de rodillas. No sabía qué hacer. No quería dejar de viajar, y tenía planeado otro viaje en septiembre de ese año. ¡Se suponía que iba a la China!
Ese fue el comienzo de un nuevo trayecto. Un amigo me dio el libro The McDougall Program for Maximum Weight Loss. Me confundió. “¿Sin animales, sin productos lácteos y sin aceite?”. En todos mis intentos anteriores de perder peso, nunca había probado una dieta como esta, pero estaba desesperada. No quería seguir tomando medicamentos para el dolor y me negaba a empezar a ponerme inyecciones en la rodilla. Aunque un reemplazo de rodilla podría haber sido una solución, no conseguía referido a un cirujano ortopédico hasta haber perdido 70 libras (31,7 kilogramos). Parecía imposible.
Devoré el libro del Dr. McDougall. Si funciona, me dije, le daré al Dr. McDougall todo el crédito..
Me comprometí a comer lo más limpio posible. Sabía que, si no seguía el programa al pie de la letra, no podría dar testimonio de que realmente el plan funcionaba. ¡Y sí que funcionó! Durante los siguientes tres años, perdí 130 libras (58,9 kilogramos). Mi dolor de rodilla desapareció, así como la necesidad de una prótesis de rodilla. Eliminé la enfermedad por reflujo gastroesofágico (ERGE), la diverticulitis, la presión arterial alta, el apnea del sueño, el insomnio, el dolor de espalda, la prediabetes, y el estreñimiento. Dejé de tomar todos los medicamentos que venía consumiendo incluyendo la levotiroxina y el litio que había estado tomando durante más de 30 años. Inesperadamente, mi visión también mejoró hasta el punto en que ya no necesitaba llevar lentes correctivos.
Y sí, pude seguir viajando mucho. Había encontrado un camino que valía la pena seguir por el resto de mi vida.
También experimenté una sanación espiritual. No solo superé los sentimientos de impotencia, sino que también aprendí a vivir sin ser adicta a las comidas tóxicas. ¡Qué experiencia tan liberadora! Ahora sé que no hay peligro de volver a ganar peso mientras siga consumiendo los alimentos que tanto me gustan: frutas, verduras, cereales de grano entero, y legumbres.
También son importantes el ejercicio, la meditación, y tener a quien amar. Pero hasta que aprendí cómo comer, mi adicción a la comida siempre llamaba a mi puerta, dispuesta a tomar el control una vez más. Cuando mi paladar cambió, me di cuenta de que la alimentación basada en plantas sin procesar (WFPB, por sus siglas en inglés) es deliciosa, y mantener mis selecciones simples hizo que cocinar fuera muy fácil. Aprendí a cocinar en cantidad para no tener que crear una nueva comida cada día. Tener muchos alimentos nutritivos en casa me ayudó, pero fue importante—quizás más importante— eliminar las comidas tóxicas de mi entorno.
(Esta alimentación) logró todo lo prometido ; y yo había encontrado el camino que seguiría el resto de mi vida. En tres años, perdí 58,9 kilogramos (130 libras).
Descubrí que disfrutar de la fruta, las verduras, los cereales de grano entero, y las legumbres—como Daniel en el Libro de Daniel—me daba la fuerza y el poder para resistir lo que no tenía cabida en mi cuerpo. Una buena nutrición asombrosamente aumenta energía y restaura la fe en la capacidad de uno para tomar buenas decisiones. Cuando ingerimos animales, junto con sus enfermedades, antibióticos, hormonas, miedos, y agonía, no es de extrañar que suframos. Somos lo que comemos—nutricional y espiritualmente.
Después de un año de seguir los consejos del libro de McDougall, un amigo me aconsejó que formara un grupo en Facebook como una forma de difundir mi verdad, para llegar a los demás, y devolver mi buena suerte. El hecho de que más de 11.100 personas hayan pedido unirse a ese grupo,Esther’s Nutritional Journey, demuestra la magnitud de la crisis de obesidad y salud y la necesidad urgente de combatirlas. Los costos de la atención médica siguen aumentando. Mientras tanto, el enfoque sigue siendo el manejo de la enfermedad, no su reversión.
El año pasado escribí mi primer libro, From Donuts to Potatoes: My 366 Day Journey On A Plant-Based Diet, en respuesta a las peticiones de los miembros de mi grupo. Quiero ofrecer inspiración a todo el mundo. A cualquier edad podemos revertir la enfermedad y obtener salud. Nuestros cuerpos se esfuerzan por ser saludables. Solo tenemos que hacernos a un lado.
Nunca es demasiado tarde para cambiar nuestra forma de pensar sobre la comida y manifestar un cuerpo y una mente sanos. Recomiendo a los lectores que aprendan a quererse a sí mismos justo donde están, que coman lo que la naturaleza ha proporcionado para una salud óptima, y que dejen que la pérdida de peso sea el efecto secundario.
Mi marido Ben también se ha unido a mí en este trayecto saludable.
Cuando mi esposa me presentó el plan del Dr. McDoughall, le dije: “¿Otra dieta? ¡No!”.
Esther y yo ambos sufríamos de gran sobrepeso y juntos disfrutábamos de la mala comida. Durante unos 20 años, fui propietario de tiendas de donas (donuts), y puedes adivinar los resultados. En un momento dado, ambos probamos la dieta Atkins y perdimos peso, pero regresó. Y lo que es peor, la dieta rica en grasas estuvo a punto de matar a Esther, pues le provocó una enfermedad de la vesícula biliar y, en dos ocasiones, pancreatitis.
Cuando Esther estaba empezando la alimentación basada en plantas sin procesar, veía y escuchaba muchos documentales y podcasts. Escuché muchos de ellos y una alimentación basada en plantas comenzó a tener sentido para ambos. Ella incluso estaba bajando de peso. Después de unos seis meses, le dije: “Cuando se acabe toda la carne del congelador, no compraré más”. Y después de la Semana Santa de ese año, tampoco compré más productos lácteos. Más o menos en esa misma época, dejé los aceites.
Sin siquiera intentar “hacer dieta”, perdí 70 libras (31,7 kilogramos) en un año, bajando de 230 a 160 libras (104,3 a 73 kilogramos). Desde entonces he mantenido ese peso. Ahora tengo 76 años. No tomo ningún medicamento y me siento muy bien. Creo que este estilo de vida es un gana, gana, gana. Es beneficioso para la salud, bueno para los animales, y estupendo para el medioambiente.
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