Yo prácticamente vi morir a mi mamá con las complicaciones de una artritis reumatoide severa e insuficiencia cardiaca por hipertensión crónica y a mi papá con demencia tipo Alzheimer después de una larga agonía de más de 6 años. Por lo tanto, mi mejor esperanza era que Dios se acordara de mí a los 60 años. Mi mamá era una enfermera con bastante experiencia en el cuidado de la salud en su comunidad, pero, antes de sus 55 años, la suya comenzó a deteriorarse paulatinamente. Con los años, presentó un dolor severo en las articulaciones de manos y rodillas, acompañadas de protuberancias que se quedaron grabadas en mi mente. Ella no era una persona que asistiera donde los médicos tradicionales, por lo que la llevaba a médicos naturistas y ellos le daban gotas, pero nunca nadie mencionó que la alimentación tuviera algo que ver con sus enfermedades. Ella consumía lo que todos los colombianos consumimos: carnes en cantidades abundantes, le encantaba el churrasco con la parte grasosa visible y cenaba siempre café con leche y queso.
Por mi parte, durante toda mi vida me gustaron mucho las salchichas rancheras, pero cuando las comía mi juanete se volvía más rojo y colorado, y me dolía. En en el año 2007, a mis 51 años, empecé a presentar síntomas. Ya no me podía arrodillar para rezar, porque al hacerlo sentía que se me enterraban 1000 agujas. Fui a uno de los reumatólogos más reconocidos en Bogotá, el cual me diagnosticó artritis reumatoide con síndrome de Sjögren (él me mencionó que este síndrome es primo del lupus) y me recetó medicamentos antiinflamatorios y antireumatoideos con la recomendación de que no me arrodillara para rezar. A pesar de los medicamentos no podía caminar porque los pies me dolían como si tuviera 100,000 alfileres y por esto me tocó comprar plantillas de gel. Subir y bajar escaleras siempre fue un proceso muy lento, ya que tenía que apoyarme en la baranda por el dolor. Sentía un calor impresionante encima de la cadera derecha, tanto, que parecía como si pudiera preparar un huevo frito encima de ella y en las noches me tocaba colocar una bolsa de hielo encima. La resequedad en los ojos era notoria, pero nunca fue tan molesta como los dolores articulares.
Ocho días luego de dejar de consumir productos lácteos, mi dolor comenzó a disminuir, y como el cambio en cómo me sentía era tan notable, hice el compromiso de cambiar mi dieta por completo.
Conté con tan buena suerte meses después porque mi hija, la Dra. Adriana Cortés de Waterman, empezó a conocer más acerca de la nutrición en Australia, con ayuda de quien se convertiría en su esposo, y se documentó sobre los beneficios de las dietas vegetarianas y veganas por medio de diferentes materiales disponibles en internet (en ese entonces, en inglés). Por medio de Skype empezó a comentarme sobre los testimonios exitosos que existían con estas dietas en pacientes con artritis. Toda esta información me fue muy difícil de aceptar, porque estaba renuente a dejar mi café con leche y queso por las noches —esa era mi cena diaria—. En ese momento ya no tomaba medicamentos porque había presentado muchos efectos adversos, como el empeoramiento de la gastritis, por lo cual me recetaron también omeprazol. Simplemente aguantaba el dolor. Recuerdo que un día fui con mi esposo a comprar muebles y cada tres pasos me tocaba buscar dónde sentarme por el dolor que tenía. Ya en ese entonces llevaba más de cuatro meses con dolores articulares. Un buen día me dio por comprar leche de soya, pero como soy bien tacaña, compré la más insípida y, por lo tanto, su sabor era desagradable. Le comenté a mi hija y ella me recomendó una leche que tenía mejor sabor. Comencé a tomar el café con esta leche acompañado de pan integral (para este entonces ya había dejado de consumir carnes, pues nunca fui aficionada a estas). Lo único que me faltaba era dejar los lácteos. Ocho días después de dejarlos, los dolores comenzaron a disminuir, y como el cambio fue tan notorio, me puse “intensa” y ahí sí cambié todo. No volví a comer ningún producto de origen animal y los dolores fueron pasando hasta que, con gran sorpresa, después de otra semana no volví a presentar dolor en ninguna articulación. Pude volver a mi vida normal, al consumir una alimentación vegana. De vez en cuando, por ahí dos a tres veces en el año, comía gallina o pescado por puro antojo. Más frecuentemente, bebía capuchino con leche deslactosada por fuera de casa, pero al siguiente día empezaban los dolores, lo suficiente como para darme cuenta de que no había tomado la mejor elección.
Tiempo después, en el año 2015, mi hija realizó el Certificado de Nutrición Basada en Plantas del Centro de Estudios en Nutrición de T. Colin Campbell, en el cual aprendió la diferencia entre una alimentación vegana y una alimentación basada en plantas sin procesar. Los cambios fueron simples, pero significativos, pues eliminamos el aceite y otras comidas procesadas de nuestra alimentación. Desde que realicé todos estos cambios me he sentido mucho mejor, o mejor aún, completamente sana. Desde el diagnóstico y los cambios en mi alimentación, mis hijos tuvieron a mis nietos y estar presente en sus nacimientos y crianzas (con toda la gasolina que he necesitado y toda mi salud completa para desempeñarme como una abuela estrella) ha sido la bendición y la motivación más grande. Durante un año, después del nacimiento de mi último nieto, viajé entre Australia y Colombia y viceversa seis veces sola.
Celebré mis 60 años junto a mi familia en un crucero por la costa este de Australia y buceando por primera vez en la Gran Barrera de Coral.
Mental y emocionalmente me encuentro muy bien, porque me puedo dar el lujo de ser la niñera de mis nietos. Nunca hubiera podido disfrutar de todo esto como lo estoy disfrutando con las complicaciones de una artritis, y mucho menos en la forma como estaría mi condición si no hubiera hecho un cambio hace 10 años. Cada vez que voy a mi revisión anual me anima mucho el hecho de que mis doctores siempre me pregunten qué hago para mantenerme tan bien, y se sientan curiosos por mi alimentación.
Y, como último testimonio de mi excelente nivel de calcio, recientemente tuve una caída contra el cemento en un parqueadero por descuido, y por no ver los topes para estacionamiento. Estas caídas en personas de mi edad (61 años) generalmente traen consecuencias graves para su salud. Caí sobre mi nariz, me raspé gran parte de la cara —trauma facial— mi mano izquierda y mi rodilla derecha. Después de varias radiografías, el ortopedista me felicitó por mi salud ósea, porque no hubo ni una fisura. Recomiendo a las personas que estén leyendo este testimonio y que estén sufriendo de esta dolorosa enfermedad que se quieran a sí mismas, que cambien los hábitos de forma urgente, sin pensarlo dos veces. Los resultados son excelentes. Todo lo que viene de las plantas, no hace daño. Por el contrario, lo que viene de los animales, por todo lo que les colocan: medicamentos, hormonas, y el gran estrés que sufren por el hacinamiento, no es bueno para tu salud. Te motivo para que consultes en internet sobre lo que les hacen a los animales, y te des cuenta de que muy probablemente, lo que estás consumiendo no es nada bueno. Y, en consecuencia, no le ayuda a tu cuerpo a estar sano.
Copyright 2024 Centro de Estudios en Nutrición. Todos los derechos reservados.