La revista Science, en la opinión de muchos científicos como yo, durante mucho tiempo ha sido considerada la principal publicación de la comunidad científica profesional. Es publicada por la American Association for Advancement of Science (AAAS) (Asociación estadounidense para el avance de la ciencia, en español) y cubre una amplia variedad de especialidades en las comunidades de ciencias físicas, biológicas y sociales, excepto, debo agregar, la ciencia de la nutrición. Durante el último par de años, le ha prestado una atención inusual a los temas que están a la vanguardia de la investigación del cáncer, especialmente la genética molecular del cáncer, a menudo con la mención de la inmunoterapia como una frontera muy prometedora para el tratamiento del cáncer. La edición más reciente (23 de marzo de 2018) ofrece un “número especial” sobre “Inmunoterapia contra el cáncer”, un protocolo diseñado para impulsar al sistema inmunológico a que use sus propias herramientas para matar las células cancerígenas. Dentro de las portadas de la revista, la introducción a una serie de artículos originales sobre este tema comienza con el título “The Cancer Immunotherapy REVOLUTION”[1] (La revolución de la inmunoterapia contra el cáncer, en español). Para ser completamente sincero, esto es sumamente preocupante y me impulsó a escribir algunas reflexiones sobre el increíble alboroto, que ahora se está extendiendo por los medios de comunicación en esta supuesta frontera del cáncer. Tal hiperpromoción ignora el papel de la nutrición en la prevención y el tratamiento del cáncer[2] y cuando Science y las revistas relacionadas con el cáncer ignoran las ciencias de la alimentación y la nutrición en la causa y el posible tratamiento de esta enfermedad, todos perdemos.
Existe poca o nula evidencia de que la famosa Guerra contra el cáncer, que fue declarada con gran publicidad en 1971 por el presidente Nixon, haya tenido éxito.
Se han hecho muchas promesas de encontrar una cura para el cáncer por parte de organismos oficiales durante el último medio siglo, coincidiendo con mi carrera en este campo. Ha habido algunos avances en el control de esta enfermedad, pero ni tan siquiera cercanos al tipo que la mayoría hubiera esperado. Probablemente lo más importante —y esto aplica a la prevención, no a la cura— es la postura agresiva adoptada por las autoridades contra el consumo de tabaco porque causa cáncer de pulmón (y enfermedad cardíaca). A medida que las tasas de tabaquismo comenzaron a disminuir después del informe del Cirujano General de 1964, las tasas correspondientes de cáncer de pulmón también comenzaron a disminuir unos 20 – 25 años más tarde, lo que indica una relación de causa y efecto razonablemente convincente. Además, las muertes por cáncer de seno se han estancado durante los últimos 3 – 4 años, pero la razón para que esto sea así no está del todo clara. Una dieta rica en comidas de origen animal y deficiente en alimentos basados en plantas ha sido asociada con el cáncer de seno, casi hasta la saciedad, pero la dieta recomendada por las sociedades profesionales del cáncer para los sobrevivientes de cáncer de seno es casi opuesta a la evidencia sobre la prevención[3]. Por ejemplo, a los sobrevivientes de cáncer de seno se les dice que coman comidas pequeñas, pero también que se “aseguren” de incluir algunas proteínas como los huevos y el yogur griego y, al mismo tiempo, que se enfoquen en los alimentos “que realmente les gustan”. También se dice que los pacientes con cáncer deberían tener cuidado al consumir demasiada fibra, que es proporcionada exclusivamente por las plantas. Aunque la mortalidad total por cáncer ha disminuido en un 20 % durante las últimas dos a tres décadas, probablemente debido a la prevención del cáncer, no creo que se haya avanzado mucho en materia de cura, ciertamente no de la manera inferida por las muchas promesas que se han hecho desde hace muchas décadas.
Existe poca o nula evidencia de que la famosa Guerra contra el cáncer, que fue declarada con gran publicidad en 1971 por el presidente Nixon haya tenido éxito. Cuando comenzó esta “guerra”, se estaba manifestando la idea de que los virus podrían ser causas importantes de cáncer, y esto prometía ser una nueva dirección. Esto se sumó a la discusión permanente, que comenzó en la década de 1950, de que los productos químicos ambientales eran causas importantes de cáncer y que todo lo que necesitábamos hacer era duplicar los esfuerzos para descubrirlos y luego regularlos para que no existieran. Esto fue considerado como importante porque se demostró que muchos de estos químicos causan mutaciones genéticas que eran capaces de iniciar el cáncer.
De una manera extraña, productos químicos con propiedades mutagénicas similares se están utilizando como medicamentos para tratar el cáncer al matar las células cancerígenas, ¡pero desde entonces se han presentado pruebas para demostrar que pueden causar nuevos cánceres! La esperanza de tener éxito en encontrar una cura para el cáncer desde que comenzó la guerra contra el cáncer ha sido desalentadora. Estos medicamentos no solo pueden causar nuevos cánceres, ¡un análisis muy grande de su eficacia en 2004 (que involucra 22 tipos de cáncer) demostró que aumentan la supervivencia a cinco años del cáncer en solo 2,1 %![4] Peor aún, el costo promedio de desarrollar ese tipo de droga es la asombrosa cantidad de 1,3 a 1,8 mil millones de dólares (2,5 mil millones de dólares, si se hubiera invertido en otra parte el dinero de “oportunidad” perdido). Mientras tanto, el dinero gastado en la investigación para encontrar una cura y tratar a las víctimas de cáncer ha sido desconcertante. Un informe de 2011 estimó que el costo del tratamiento contra el cáncer en 2020 podría ser tan alto como 200 mil millones de dólares[5], más que los presupuestos de cada estado (a partir de 2018).
La oportunidad más prometedora desde 1970 parece haber sido el interés en identificar genes específicos, que son la causa fundamental de cánceres específicos. Esto ayudó a estimular el desarrollo del The Human Genome Project (Proyecto del genoma humano, en español) que comenzó a mediados de los años ochenta. Más tarde, en 2001, se publicó el 90 % de la secuencia completa de los tres mil millones de pares de bases del genoma humano[5]. Desde entonces, el intenso interés en estos genes sospechosos que causan cáncer ha conducido a una cantidad explosiva de investigación de información, ahora denominada BIG DATA (macrodatos, datos masivos, inteligencia de datos o datos a gran escala, en español) por algunos, una fuente de información para BIG PHARMA (grande industria farmacéutica, en español). Muchos, si no la mayoría de los investigadores del cáncer, confían en que este enorme cuerpo de información eventualmente llevará a una comprensión más completa y útil de las causas y tratamientos de las muchas formas de cáncer.
Pero aquí es donde yo estoy recorriendo un camino diferente. Tengo serias dudas de que el BIG DATA, el BIG PHARMA y el BIG MONEY (grandes cantidades de dinero, en español) hagan mucho para resolver el problema del cáncer. Ciertamente espero que esta nueva información sea útil, pero tengo serias reservas, por dos motivos.
En primer lugar, prácticamente todas las investigaciones sobre el tratamiento del cáncer se basan en un concepto fundamental de que el cáncer es una enfermedad genética —numerosas autoridades lo han declarado así muchas veces—. El Instituto Nacional del Cáncer de EE. UU., de los Institutos Nacionales de Salud, lo afirma en su sitio web: “(…) El cáncer es una enfermedad genética”. Casi todos, incluyéndome, estamos de acuerdo en que el cáncer es iniciado por un gen dañado que, si no se repara, produce una mutación cuando las células se dividen en las células hijas de la siguiente generación. Además, estas mutaciones pueden ser causadas por productos químicos ambientales, radiación solar y moléculas de oxígeno reactivas, producidas en exceso en el cuerpo. Aparte de las mutaciones que inician el cáncer, ahora tenemos información de que una gran cantidad de mutaciones adicionales (quizás decenas de miles o más por célula) aparecen en las células a medida que se convierten en cáncer maduro. Se cree que estas mutaciones permiten a estas células abandonar su sitio de origen y “propagarse” a otros tejidos del cuerpo (es decir, hacer metástasis), así como desarrollar resistencia a los medicamentos que podrían usarse para el tratamiento. Es comprensible cómo las autoridades del cáncer creen que el cáncer es una “enfermedad genética”.
Sin embargo, el concepto de que el cáncer es una enfermedad genética también infiere que el desarrollo del cáncer es irreversible porque la reversión de las mutaciones a una célula normal es extremadamente rara. La probabilidad de mutar una célula normal a una célula cancerígena durante la división celular es aproximadamente de una en un millón, aproximadamente (10 – 6). Si asumimos la misma probabilidad de una mutación inversa (10 – 6), la probabilidad de que una célula se vuelva cancerígena y luego revierta su curso es excepcionalmente baja (la probabilidad es de aproximadamente 10 – 12, o una posibilidad en un billón). Por lo tanto, la única forma práctica de revertir (es decir, tratar o curar) el cáncer es matar las células cancerígenas, como ocurre con la quimioterapia, la radioterapia o la cirugía.
Pero esto no puede ser correcto. Hace más de treinta años, demostramos con animales de laboratorio en mi grupo de investigación que el desarrollo del cáncer podría encenderse o apagarse reiteradamente solo al cambiar el consumo de proteína de origen animal dentro de niveles muy razonables de ingesta[6-8]. Este y muchos estudios de seguimiento, que demostraron observaciones y perspectivas provocativas y similares sobre la nutrición y el cáncer, no pueden ser ignorados[9].
Mi segunda preocupación es con el concepto de farmacoterapia dirigida, que está destinada a la destrucción selectiva de células cancerígenas específicas en medio de una colección de células infinitamente complejas, normales y cancerígenas. Estos productos químicos de quimioterapia no solo son extraños para el cuerpo —por lo que requieren su desintoxicación— sino que también son, en gran medida, ineficaces[4].
Para ser justos, se está desarrollando un enfoque aparentemente más razonable para el uso de la farmacoterapia dirigida, que recluta al sistema inmunitario para que mate las células cancerígenas “naturalmente” (inmunoterapia)[1]. Se están investigando varias versiones de este protocolo[10], pero aún están comprometidas porque confían en la determinación selectiva de un blanco e ignoran la contribución de otros sistemas.
Estas dos preocupaciones —1) el supuesto de que el cáncer es una enfermedad genética y 2) la propuesta de una farmacoterapia dirigida— son fundamentales para toda la iniciativa sobre la investigación y atención del cáncer. Sin embargo, estas suposiciones deben ser seriamente cuestionadas. La evidencia en contra de estas hipótesis, tanto hipotética como empírica, es importante y la salud humana y los costos financieros que sufren los pacientes individuales con cáncer ya no pueden ser tolerados.
De forma alternativa, ahora hay pruebas sustanciales (algunas directas, algunas indirectas) que muestran que la prevención y la reversión de enfermedades crónicas (enfermedad cardíaca, diabetes, cáncer y otros padecimientos crónicos) gracias a la nutrición es una oportunidad muy prometedora. Esto se puede demostrar mejor si el efecto de la nutrición se observa a través de la lente de los alimentos sin procesar y NO a través de la lente tradicional de actividades específicas de nutrientes y drogas[9]. Múltiples nutrientes y múltiples mecanismos causales operan de forma simultánea y en sincronía. Así es fundamentalmente cómo funciona la naturaleza.
Se ha demostrado que este efecto, que es proporcionado por una alimentación basada en plantas sin procesar funciona bien para la enfermedad cardíaca, la diabetes y varias enfermedades autoinmunes, y debería hacerlo también para el cáncer, si los investigadores del cáncer abrieran sus ojos ante a creencia de que es una enfermedad dependiente de la mutación. Probablemente, la propiedad más importante de un protocolo basado en la nutrición para el manejo y el tratamiento del cáncer depende de la capacidad natural de la nutrición para atender todos los mecanismos posibles involucrados en la formación del cáncer[2]. Esto puede sonar extraño, pero la evidencia de esta hipótesis está documentada tanto en mis propios estudios como en estudios de otros[9].
Estas dos críticas cuestionan los pilares intelectuales fundamentales de la investigación y el cuidado del cáncer. Si se toma en serio y se usa en consecuencia, sugiero que este puede ser un ejemplo clásico de “tecnología destructiva” en el trabajo. Más contenido para esta argumentación se puede encontrar en otras partes[2]. Me doy cuenta de que muchos no estarán de acuerdo con mi opinión sobre este asunto, pero mi respuesta para ellos sería: “Demuéstrenme que estoy equivocado”. Al considerar ampliamente 1) los costos de la investigación y atención del cáncer, 2) la falta de progreso sustancial durante los últimos 35 – 40 años, 3) la evidencia que sugiere el uso de una estrategia alternativa centrada en la alimentación y la nutrición, y 4) la insoportable ausencia de educación en ciencia nutricional entre los investigadores y clínicos del cáncer, ¡desde hace tiempo se ha debido considerar algo más que la teoría reduccionista clásica como una forma de controlar el cáncer!
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