El domingo 24 de julio de 2011, viajé desde mi condominio en Sarasota, Florida, a la Institución Chautauqua en Chautauqua, Nueva York, para asistir a un programa de una semana sobre los derechos de la mujer y dar yo misma una charla sobre ese tema.
El viernes 29 de julio, el día antes de que volara de vuelta a casa, salí de mi hotel para caminar unas pocas cuadras a escuchar lo que parecía ser un muy interesante panel de discusión en el Salón de Filosofía. Acababa de recorrer unos pocos metros y estaba de pie en el anfiteatro de Chautauqua cuando, de repente, no pude recuperar el aliento y mis piernas no se movían. Levanté las manos y las ahuequé para traer aire a mi boca y pulmones, pero no funcionó. Miré hacia abajo a mis piernas para ver por qué no se movían, pero no veía nada diferente.
De alguna manera, pude dar la vuelta y regresar a mi habitación del hotel. Me di cuenta de que tenía tres opciones:
Elegí la tercera opción. Le pregunté a uno de los botones del hotel si podía llevarme a la sala en uno de los carritos de golf, ya que no estaba lista físicamente para caminar. Dijo que no se suponía que lo hiciera, pero que (tal vez conmovido por mi estado lamentable) lo haría.
Disfruté muchísimo el panel de una hora de duración. Cuando terminó, me levanté para regresar a mi hotel, pero de nuevo no pude respirar ni caminar. Me aferré a la parte superior de los asientos y de alguna manera salí del vestíbulo. Sin embargo, cuando empecé a caminar de regreso al hotel, me di cuenta de que no podía hacerlo. Busqué un lugar para sentarme.
Encontré un banquillo, me senté y busqué entre la multitud de personas que regresaban del panel de discusión a alguien que pudiera ayudarme. Sorprendentemente, vi a mi amiga Kay en esa multitud y le dije que necesitaba ayuda. Ella llamó una ambulancia. Una vez dentro, el técnico me puso una máscara de oxígeno en la cara e inmediatamente me sentí mejor. La ambulancia me llevó al Centro Médico Hamot (ahora conocido como UPMC Hamot) en Erie, Pensilvania, que más tarde supe que era uno de los cincuenta hospitales más importantes de los Estados Unidos.
Después de que llegué al hospital, me pusieron al cuidado de un cardiólogo de clase mundial. Me dijo que me habían diagnosticado síndrome coronario agudo, pero que no había tenido un ataque cardíaco. Dijo que podía regresar a Sarasota o quedarme y que me haría algunas pruebas, incluyendo un cateterismo.
No sabía qué hacer. Yo tenía 83 años; mi ropa, mi computadora, y todo lo que había empacado era para una estancia de una semana en Chautauqua; yo estaba en Erie, Pensilvania, donde no conocía a nadie y tenía compromisos de regreso a casa en Sarasota.
Tenía una cardióloga en Sarasota desde que me diagnosticaron un leve soplo cardíaco, por lo que la llamé. Ella dijo: “Sonia, te ves décadas más joven de lo que eres, y te he tratado de esa manera. No te he realizado muchos exámenes. Quédate ahí y háztelos”.
Decidí tomar su consejo. Más tarde me pregunté si eso era lo correcto, ya que me había sentido absolutamente bien desde la máscara de oxígeno que habían puesto en mi cara en la ambulancia.
Después de la cateterización, el cardiólogo me dijo que había revelado dos obstrucciones en las arterias de mi corazón y se alegró de que también hubiera hecho un ultrasonido, que mostraba dos bloqueos más, donde no los había esperado. Había implantado cuatro estents en tres arterias de mi corazón, que estaban bloqueadas del 75 al 85 %.
Después del procedimiento, me inscribí para el Programa de Rehabilitación Cardíaca en el Sarasota Memorial Health Care. El programa está diseñado para ayudar a aquellos que han experimentado un evento cardíaco para que vuelvan al nivel más alto de funcionamiento posible. El programa incluye ejercicios individualizados (con monitoreo de la presión arterial, la frecuencia cardíaca y los ritmos cardíacos) y conferencias educativas sobre el estilo de vida diseñadas para mantener a los participantes informados sobre estrategias importantes para proteger la salud cardíaca.
Una de esas conferencias, dictada por Jill Edwards (una fisióloga clínica del ejercicio, con una maestría en ciencias), fue sobre la nutrición —y cambió mi vida—. (Jill ahora es la gerente del Equipo de Instructores del Centro de Estudios en Nutrición de T. Colin Campbell).
No pensé que tuviera mucho que aprender en la conferencia, porque sentí que ya era bastante experta en el tema. Medía aproximadamente 1,47 cm de alto y pesaba 124 libras (56 kg), un poco de sobrepeso, pero nada horrible. Me había estado educando durante años en comer saludablemente. Miraba las calorías, el colesterol, la grasa y la sal y había evitado la carne roja durante años y comía pollo y pescado en su lugar.
Inicialmente, estaba totalmente desconcertada, con interminables preguntas zumbando en mi cerebro. ¿Cómo podría renunciar a tantos alimentos que disfruté? Como rara vez cocino, ¿qué tiendas de mercado tendrían esos alimentos ya preparados? Ya que frecuentemente comía afuera, ¿a qué restaurantes debía ir? ¿No debería consumir productos lácteos? ¿Qué haría para reemplazar la leche? Sin embargo, concluí que al seguir una alimentación basada en plantas valía la pena el tiempo, el esfuerzo y el dinero que implicaría, porque quería seguir viviendo.
Desde entonces, he descubierto la solución para mis opciones alimenticias y mi nueva alimentación funciona muy bien para mí. Busco alimentos orgánicos. Muchos tipos de leches no lácteas, quesos y yogures están disponibles en supermercados y tiendas de alimentos saludables. Cuando voy a una actividad dada por una organización en un restaurante o un club de campo, pido un plato vegano y una taza de fruta fresca de postre con antelación. No me preocupo por las calorías y la grasa, y me enfoco en comer bien. También, a través de una página en Facebook, me uní a un grupo vegano que se reúne localmente. Salgo a comer con ellos y estoy aprendiendo constantemente. Perdí alrededor de siete libras (3 kg) y no las he vuelto a ganar (que es algo muy grande cuando mides 1,47 cm).
Hipócrates, el icónico filósofo griego que nació alrededor del año 460 a. C., y que se considera como el primer médico en la historia humana, dijo: “Deja que el alimento sea tu medicina y la medicina sea tu alimento”. Fue verdad entonces y es verdad hoy.
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