El siguiente es un artículo de la serie “La comida es política” de Community Leads, “Food Is Political” series.
Yo pienso en un paisaje estéril carente de vida, vitalidad y abundancia. ¿Y qué hay del desierto alimentario? El término se utiliza ampliamente en Estados Unidos para describir lugares con escaso acceso a los alimentos. Según el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, los desiertos alimentarios son áreas caracterizadas por una gran proporción de hogares con bajos ingresos, un acceso inadecuado al transporte y un número limitado de tiendas que ofrecen comestibles saludables a precios asequibles.[1] En 2019, aproximadamente 23,5 millones de estadounidenses vivían en estos lugares,[1] con consecuencias nefastas. El limitado acceso a alimentos se ha asociado a un mayor riesgo de obesidad y enfermedades cardíacas.[2,3] La ubicación geográfica y el costo de los alimentos son entre las principales barreras para que los estadounidenses compren alimentos saludables.[4,5]
Sin embargo, el término desierto alimentario no describe con exactitud el panorama. El activista alimentario de Detroit, Malik Yakini, señala varias razones por las que el término es problemático.[6] En primer lugar, muchas personas que viven en estas zonas no se refieren a sus comunidades como desiertos alimentarios; es un término que se lo imponen los de afuera.[6] ¿Cómo te sentirías si un extraño, quizás un investigador de alto nivel, viniera a tu barrio y lo calificara de desierto alimentario? Me sentiría como si no supieran la historia, ni vieran la capacidad de recuperación y los éxitos de mi comunidad, sino solo sus penosas luchas. En segundo lugar, el término asume ignorantemente que el problema es la escasez de alimentos en general. Aunque los desiertos alimentarios carecen de supermercados y otras tiendas, a menudo abundan en bodegas y tiendas de conveniencia.[6] Estas tiendas venden bebidas azucaradas, refrigerios y otras comidas procesadas con alto contenido en grasas a precios asequibles.[7] Mientras tanto, hay escasez de productos frescos, cuyo precio es mucho más alto que en una tienda de mercado.[8] En tercer lugar, el término desierto alimentario implica que la falta de alimentos saludables en estas zonas es, de alguna manera, análoga a los ecosistemas naturales, pero esto no podría estar más lejos de la realidad.[6] Como dice Yakini, “las políticas públicas y las prácticas económicas han creado estas zonas con limitado acceso a los alimentos, y el desierto alimentario no dice nada de esa intencionalidad”.[6]
La palabra apartheid tiene un significado histórico para muchos de nosotros; representa los sistemas políticos y económicos creados por el hombre que han discriminado y segregado a Sudáfrica por motivos de raza.[9,10] Estos sistemas siguen perpetuando la desigualdad en el acceso a los recursos y a las redes, permitiendo que algunas comunidades crezcan y prosperen, mientras otras pasan hambre.[10] El término ‘apartheid’ alimentario describe con mayor precisión lo que significa no tener acceso a los alimentos en Estados Unidos. La activista Dara Cooper describe el apartheid alimentario como la “destrucción sistemática de la autodeterminación de los negros para controlar su alimentación, la hipersaturación de alimentos destructivos con marketing (mercadeo) depredador, y el sistema alimentario controlado por las empresas descaradamente discriminatorio que da lugar a que [las comunidades de color] sufran algunas de las tasas más altas de enfermedad cardíaca y diabetes de todos los tiempos”.[11] Y cuando Dara especifica la autodeterminación de los negros y las comunidades de color, es deliberada con sus palabras. Aunque muchos preferirían mantener la raza fuera de los debates sobre la alimentación y la desigualdad de acceso, ella entiende que ambos temas están indudablemente vinculados.
“La lucha por la justicia alimentaria tiene que estar ligada a la lucha por la justicia económica” – Malik Yakini
La disponibilidad de tiendas de mercado está asociada tanto a los ingresos como a la raza.[12] Además, la presencia de restaurantes de comida rápida depende más de la composición racial de una comunidad que del nivel de ingresos.[12,13] Y esta disparidad en el acceso a los alimentos no es el resultado de procesos naturales; es el resultado de fuerzas capitalistas maliciosas que siguieron a la huida de los blancos de los centros urbanos. Tras el movimiento por los derechos civiles en la década de 1960, muchas familias blancas se trasladaron a los suburbios, por miedo a que continuaran las revueltas[14] en los centros de las ciudades. Con ellos se fueron los negocios, muchas tiendas de mercado y grandes segmentos de los mercados de trabajo urbanos.[14,15] Muchas comunidades de color con bajos ingresos que viven en el interior de las ciudades siguen luchando contra las consecuencias de esa huida de los blancos. Luchan contra la falta de acceso a alimentos saludables y contra las limitadas oportunidades de empleo.[16]
El auge de las franquicias de comida rápida, que vieron la depreciación de la propiedad como una forma de introducir nuevos mercados, agravó aún más estos problemas. Tras la huida de los blancos, McDonald’s no sólo expandió sus restaurantes a los centros de las ciudades, sino que también proporcionó a los negros ser dueños de franquicias y utilizó un marketing orientado a la raza para aumentar la demanda entre las comunidades negras.[14,17] El efecto neto de estos esfuerzos es complicado. Si bien las franquicias crean puestos de trabajo y espacios para las reuniones comunitarias, también mantienen culturas en torno a comidas insalubres y adictivas, y no proporcionan sueldos dignos a su mano de obra, por lo que perpetúan las tasas de pobreza más elevadas.[14] Las consecuencias de estas condiciones para la salud, por otra parte, son definitivas; los individuos negros se enfrentan a las tasas más altas de obesidad y enfermedad cardíaca, enfermedades de estilo de vida vinculadas a la alimentación y acceso a alimentos,[19-21] de cualquier grupo racial o étnico en los Estados Unidos.[18]
Desgraciadamente, el acceso a alimentos en Estados Unidos es un juego económico , y ha sido alimentado por la discriminación racial y de clase. Una cantidad desproporcionada de negros, morenos y blancos pobres carecen de acceso a alimentos saludables.[6] No se trata de un desierto natural; se parece mucho más al apartheid. Como dice Yakini, “la lucha por la justicia alimentaria tiene que estar ligada a la lucha por la justicia económica”.[6] Por lo tanto, las soluciones deben abordar las injusticias económicas y una larga historia de discriminación. No podemos simplemente poner una tienda de mercado en una comunidad y esperar que todo mejore. La justicia para las comunidades a las que se les ha negado el acceso a alimentos sanos debe comenzar con la reinversión en educación y oportunidades de trabajo en los barrios históricamente discriminados. Entonces, ¿cómo podemos actuar como individuos para avanzar hacia un acceso más equitativo a los alimentos? Podemos empezar por llamar al problema por su nombre: no es un desierto alimentario, sino un apartheid alimentario. Las palabras importan, y cuando somos intencionales con nuestras voces, nuestras acciones y las de quienes nos rodean cambian.
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