Soy un comedor emocional. Como porque estoy estresado, como porque estoy triste, como porque estoy aburrido, y a veces como porque estoy feliz. Mi alimentación emocional se manifiesta en la forma de comer compulsivamente, y para mí comer compulsivamente es el consumo de una cantidad anormalmente grande de comida en un corto período.
Cuando estoy en una “comilona” (como llamo a comer compulsivamente), como más allá de la saciedad hacia la enfermedad. He comido, más de una vez, una docena de donuts en menos de 10 minutos. También, más de una vez, he comido una pizza grande, una botella de dos litros de cola dietética, y un sánduche vegetariano en una sesión. Y muchas, muchas veces, he comido hasta que tengo problemas de estómago.
Ahora sé que mis patrones de alimentación están determinados emocionalmente, pero ese descubrimiento vino a mí solo en los últimos años.
Creo que me convertí en un comedor emocional cuando mis padres se divorciaron en 1967. Recuerdo un día del primer año escolar cuando mi abuela vino a mi escuela en su Cadillac negro, 1963 y me llevó a su casa, donde viví casi durante un año. Ella no dijo nada sobre el divorcio de mis padres —un día vivía con mis padres y mis hermanos, y al día siguiente vivía con mi madre, mis hermanos y mis abuelos—. Mirando hacia atrás, creo que mi comer como escape emocional comenzó mientras estaba viviendo en la casa de mi abuela. Sentado a la mesa una mañana comiendo huevos para desayunar, mi abuelo me gritó al pasar un gran bocado de huevo por mi garganta, y muchas comidas después de esa, me dijo que comiera más despacio. Un año más tarde, a la edad de ocho años, nuestro pediatra puso a mi hermano y a mí en nuestra primera dieta. Esa dieta restrictiva fue el comienzo de la forma de comer de manera compulsiva y de sentirme hambriento en la que participé durante los próximos 40 años o más, agravando mi comer emocional con hambre anormal. Probablemente puedas imaginar los cambios emocionales excesivos de un comedor emocional de ocho años, junto con la angustia mental simultánea de inanición y comer de manera compulsiva de una persona que está tratando de hacer dieta.
Después de más de 40 años viviendo de esta manera, y después de haber probado cada dieta en el planeta (una vez probé una versión vegana de la dieta de Atkins), y llegar a un lugar donde mi peso estaba fuera de control (500 libras), adopté una alimentación basada en plantas. Cambié mi relación con la comida, dejé de morirme de hambre, tomé decisiones más saludables, comencé a hacer ejercicio regularmente y perdí más de 200 libras. 200 libras que no volví a ganar por más de siete años. Pero llegué a un estancamiento. Dejé de perder peso. Y permítanme decir que, llegar al estancamiento no es como correr contra una pared que no vieron venir. Fue más como entrar en una congestión vehicular —de repente el tráfico se pone pesado, y se detiene—. Se mueve hacia delante en arranques y paradas. Te animas cuando alcanzas cierta velocidad (pensando que la congestión puede haber terminado), pero entonces para otra vez, y esperas. Y, por supuesto que el embotellamiento genera una reacción emocional, que, para alguien como yo, conduce a comer emocionalmente. El ciclo se vuelve muy autodestructivo en un embotellamiento interminable donde estás constantemente tratando de determinar si debes permanecer en la ruta, o bajar y encontrar otra manera de avanzar. En mi estancamiento con la alimentación, estaría bien por un corto período al perder de 40 a 50 libras (el tráfico se mueve hacia adelante un poco), luego llegaría a otro embotellamiento y ganaría todo el peso de vuelta.
Después de años de ganar y perder peso, y de intentar, fallar, y luego intentar de nuevo de perder peso, para mantenerme en el camino, sabía que necesitaba ayuda. Fue mi socio de negocios, el Dr. Pam Popper quien me sentó un día y me dijo: “Tienes que lidiar con el elefante en la habitación (mis palabras, no las suyas)”. Ella dijo lo que yo sabía, que yo era infeliz y que tenía que dejar de lidiar con mi infelicidad al ahogarla en comida. Era la primera vez que encontré la relación entre mi alimentación emocional y mi éxito o fracaso en la dieta. Pasé muchos años culpando a la dieta del yo-yo como un hecho de la naturaleza. Su consejo fue acertado y decidí hacer precisamente eso. También decidí quitarme la presión y dejar de pensar que tenía que resolverlo todo en un día. No llegué a donde estoy en un día, una semana o un mes, y no me di cuenta de todo eso tan rápido tampoco.
Quitar la presión de mí mismo, decidir que no puedo hacerlo todo hoy, ha sido liberador. Ha sido como decidir bajar de la autopista y tomar una vista más panorámica, relajarme y dejar que el sentido común tenga una oportunidad en mi vida. No es lo mismo que renunciar, que no intentarlo en absoluto. En su lugar, es la oportunidad que he necesitado para poner un plan real en acción. Para gestionar el resto de mi vida, y para encontrar una respuesta diferente a todos los golpes emocionales en el camino.
He hecho algunas cosas buenas para mí. He comenzado el trabajo duro de cambiar mi relación emocional con la comida. Y mientras hago eso, he puesto un plan en acción para ayudar a reducir mi compulsión a comer de manera compulsiva. Lo comparto aquí junto con mi historia como una forma de ayudar a otros que, como yo, saben cómo comer, que saben que una alimentación basada en plantas sin procesar es la alimentación adecuada para los seres humanos, pero que, al igual que yo, tienen una relación improductiva con los alimentos.
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