¿Alguna vez has escuchado a alguien decir: “¡No he tenido un resfriado en (inserta gran número) años desde que cambié mi dieta!” ¿Has dicho esto antes? Si viajas a eventos con grupos de personas que siguen alguna dieta en particular, es probable que conozcas la afirmación de que, desde que empezaron la dieta, no han vuelto a sentir a sentir ninguna de sus dolencias, anteriormente comunes. ¡No hay resfriados, no hay gripas, no hay casi nada! Sé que he escuchado esta muchas veces la descripción de esta experiencia por parte de personas que siguen una alimentación basada exclusivamente en plantas, y sospecho que no es una afirmación poco común entre otros grupos. ¿Quizás los grupos de dieta “primitivos” o paleos o los grupos de dietas bajas en carbohidratos también sienten la inmunidad mejorada? ¿Pero existe evidencia (más allá de las impresiones) de que cambiar tu dieta significa que no habrá más resfriados?
Por desgracia, en el transcurso de los últimos años, sigo experimentando un resfriado de vez en cuando y fiebres breves de manera excepcional. No obstante, no he estado viviendo exactamente una vida normal. He pasado la mayor parte de mi tiempo con personas con enfermedad respiratoria aguda que respiran y tosen sobre mí y cuando estuve en formación médica, mis patrones de sueño fueron, en ocasiones, completamente inapropiados. Pero, a pesar de mis buenas excusas, admito estar un poco envidioso de aquellos que nunca se enferman. ¿Necesito comer mejor?
De manera sorprendente, es difícil encontrar pruebas contundentes que demuestren que cualquier patrón alimenticio particular claramente previene o reduce la severidad de las infecciones respiratorias altas. No me refiero a descartar totalmente la evidencia anecdótica o sugerir que la dieta no tiene ningún efecto, simplemente parece que no ha habido mucha investigación llevada a cabo respecto a esta pregunta en particular.
Históricamente esta pregunta se hallaba dentro del ámbito de la nutrición internacional, cuando se encontró que la desnutrición (debido a recursos alimenticios limitados) aumentaba significativamente el riesgo de infección[1]. Durante ese tiempo, la atención se centró en las deficiencias de macronutrientes y micronutrientes junto con una grave deficiencia calórica y un saneamiento público deficiente, y así sigue siendo hoy. Muchos de los estudios y revisiones sobre el tema se han centrado en la vitamina A, el zinc y la vitamina C en el contexto de suplementos, al utilizar los nutrientes de una manera poco natural (esencialmente como medicamentos farmacéuticos), para afectar el estado de la salud.
Eso no significa que no haya habido algunos hallazgos interesantes junto con alguna evidencia indirecta de que la dieta importa. En 1966, un médico publicó una serie de casos[2] en la Revista de la Asociación Médica Estadounidense (Journal of American Medical Association) en la que documentó la sanación completa de un grupo de niños y sus familiares que habían sufrido de resfriados recurrentes crónicos, congestión y bronquitis. ¿Su intervención? La eliminación de la leche de vaca y los productos a base de leche. En un gran grupo de niños sudaneses, los investigadores descubrieron que aquellos con la mayor ingesta de vegetales frondosos y no frondosos tenían de un 25 % a un 45 % menos de riesgo de experimentar diarrea, tos con fiebre o sarampión[3]. Los resultados se ajustaron por los factores socioeconómicos y al estado nutricional en general. Como un comentario adicional, aquellos con una mayor ingesta de las vegetales en realidad eran más propensos a reportar solo tos (sin fiebre), un hallazgo en desacuerdo con el reporte diferente de tasas de infección más bajas.
Sabemos con certeza que el estilo de vida en general juega un papel importante en la función inmune. Las personas que tienen sobrepeso experimentan una reacción insuficiente a la vacuna contra la gripe[4] y son más propensas a tener complicaciones[5] de la gripe cuando la contraen. La obesidad también aumenta el riesgo de una variedad de infecciones de la piel[6]. Con respecto a los componentes específicos de la alimentación, se ha demostrado que las isoflavonas y los componentes químicos vegetales relacionados (comúnmente reconocidos como componentes de los alimentos de soya, pero presentes en otros alimentos vegetales) han mostrado la habilidad de combatir virus en una variedad de modelos diferentes, usando muchos virus diferentes[7]. Curiosamente, de acuerdo con los principios discutidos en la investigación de mi papá (el Dr. T. Colin Campbell) sobre la dieta y el cáncer, parece haber una multitud de mecanismos específicos por los cuales estos nutrientes luchan contra los virus[7].
Y, si lo juntamos todo, ¿qué obtenemos? Ciertamente siguen habiendo informes anecdóticos de menos infecciones virales a medida que se consume una alimentación sana y hay un poco de evidencia indirecta para sugerir que la dieta importa mucho. Además, a partir de estudios clínicos bien realizados, sabemos que el sueño[8] y el estrés[9] hacen una verdadera diferencia en la posibilidad de rechazar o no los virus. A medida que pasamos por el próximo Arctic Blast (la descripción del clima reciente en el noreste de los Estados Unidos), sigue las recomendaciones presentadas a continuación para luchar contra las posibilidades de ser vencido por un virus común:
Hay un mundo de suplementos nutricionales y productos a base de hierbas también, pero esos están más allá del alcance de esta revisión. Ciertamente no estoy al tanto de ninguna evidencia sólida de soluciones mágicas de enfoque antinatural que DEBAS conocer, no obstante las afirmaciones disparatadas en los medios de comunicación populares. Utiliza alimentos sin procesar y, en general, opciones de estilo de vida saludables como los pilares para cualquier enfoque que tomes. ¿Quién sabe? ¡Quizás tú también seas capaz de decir que has estado libre de resfriados durante años!
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