El 28 de junio de 2005, el Comité de Médicos por una Medicina Responsable (PCRM, por sus siglas en inglés) me invitó a presentar mis puntos de vista sobre los productos lácteos y la salud en su conferencia de prensa anunciando su demanda contra varias industrias lecheras líderes que estaban haciendo afirmaciones falsas sobre la supuesta capacidad del consumo de leche de vaca para reducir la obesidad en niños.
El personal de Comité de Médicos por una Medicina Responsable presentó su documento de toma de posiciones y la Dra. Amy Lanou, Directora de Nutrición, resumió las principales evidencias científicas que apoyaban su demanda. Debido a que el resumen del Dr. Lanou estaba bien establecido, opté por presentar dos ideas adicionales, incluyendo (1) los efectos más amplios de los productos lácteos sobre otros resultados de salud y (2) la aterradora influencia de la industria láctea en las comunidades de investigación y políticas sobre alimentación y salud.
Preparé los siguientes comentarios solo para guiar mi propio pensamiento; esto no fue distribuido a nadie más en la conferencia. Aunque el Comité de Médicos por una Medicina Responsable hizo un trabajo excelente en la organización de la conferencia y la presentación de sus pruebas, me recordó (una vez más) la superficialidad del interés de los medios de comunicación sobre los asuntos de la alimentación y la salud. La mayoría de las preguntas formuladas por los reporteros se referían a cuestiones que no consideré relevantes: la forma en que el Comité obtuvo su información, quién lo financió, etc. Me decepcionó que prácticamente no se hicieron preguntas sobre la evidencia existente de los efectos de los productos lácteos en la salud, ya fuera en obesidad o en otros resultados de salud. Así que, aquí están mis “comentarios de fondo” (comprimidos, improvisados, en unos cinco minutos).
Hay pocos o ningún tema de salud que sea más polémico y personalmente sensible que la pregunta sobre los beneficios y riesgos para la salud de la leche de vaca y sus productos. El diseño objetivo de los estudios de investigación y la interpretación racional de las pruebas son secundarios a las agendas personales, los sesgos profesionales y las fuerzas del mercado. Por lo tanto, tengo que explicar mis propios antecedentes.
Me crie en una granja lechera y ordeñé vacas lecheras hasta mis días como estudiante graduado en Nutrición de la Universidad de Cornell. Para mi investigación doctoral exploré, en efecto, cómo hacer más eficiente la producción de leche, carne y, especialmente, proteína animal. Más tarde, estuve en el Departamento de Bioquímica y Nutrición de Virginia Tech y coordiné un proyecto financiado por el Departamento de Estado, diseñado para organizar un programa nacional para mejorar la salud de los niños con desnutrición en Filipinas, especialmente para asegurar una buena fuente de proteína, preferiblemente proteínas “de alta calidad” de origen animal.
Pero me recibieron con una sorpresa. Las pocas personas que consumían dietas ricas en proteínas eran más susceptibles al cáncer de hígado primario. Casi al mismo tiempo, un estudio experimental de animales (ratas) de la India mostró el mismo efecto. Mis colaboradores y yo nos embarcamos en un programa de investigación básica para investigar este sorprendente efecto de la alimentación con proteínas en el desarrollo del cáncer. Apoyados enteramente por el dinero público —en su mayoría de los Institutos Nacionales de Salud— exploramos a profundidad durante los siguientes 27 años varias características de esta asociación. Necesitábamos confirmar esta observación y luego determinar cómo funcionó. Hicimos las dos. Los resultados fueron profundamente convincentes y, a lo largo del camino, ilustraron varios principios fundamentales de nutrición y cáncer.
Sin embargo, cuestiono los estudios que se centran en los agentes individuales y eventos individuales, pues suelen perder el contexto más amplio. Por lo tanto, buscamos ese contexto más amplio dentro del cual la caseína, tal vez la proteína animal en general, se relaciona con la salud humana. Surgió una oportunidad para llevar a cabo un estudio de este tipo entre seres humanos en la China rural, donde varios cánceres fueron localizados geográficamente y donde la alimentación contenía cantidades relativamente pequeñas pero variadas de comidas de origen animal. Al buscar ese contexto más amplio en este estudio a nivel nacional, aprendimos —desde múltiples perspectivas— que cantidades relativamente pequeñas de comidas de origen animal (y la falta de alimentos basados en plantas sin procesar) conspiran nutricionalmente para causar enfermedades degenerativas como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y otras comúnmente encontradas en los Estados Unidos y otros países altamente industrializados.
Esta experiencia de investigación experimental de varios años —desde el laboratorio hasta los estudios en humanos— se combinó con mi coautoría de varios informes de expertos sobre temas importantes de alimentación y salud. Estas experiencias eventualmente me llevaron a una visión sobre estos temas que es sustancialmente diferente a la que tenía cuando inicié mi carrera de investigación, especialmente con respecto a mi amor personal y profesional con la leche de vaca y sus productos.
Sobre la pregunta de la asociación de la leche de vaca con la obesidad, estoy de acuerdo con la excelente revisión preparada por la Dra. Amy Lanou y la petición presentada por el Comité de Médicos por una Medicina Responsable. Tengo poco más por agregar.
Sin embargo, deseo plantear un problema relacionado, quizás aún más significativo. Incluso si tuviéramos que aceptar la hipótesis de que los productos lácteos reducen la obesidad (lo que no hago), sería un efecto que es inconsistente con los muchos otros efectos adversos promovidos por estos alimentos. Llego a esta conclusión, tanto por los hallazgos de mi propio laboratorio, como por las publicaciones de muchos otros investigadores, algunos de los cuales tienen evidencia con décadas de antigüedad.
Cada uno de estos efectos adversos se basa en estudios que representan una variedad de pruebas, algunas de las cuales muestran cómo los alimentos lácteos los producen. Estos efectos adversos incluyen consecuencias graves como el aumento del colesterol en la sangre y su compañero, la aterosclerosis, el aumento del desarrollo del cáncer, el aumento de la diabetes tipo 1 insulinodependiente, y un riesgo mayor de osteoporosis. Luego están los problemas menos peligrosos para la vida que, no obstante, sin irritantes como la intolerancia a la lactosa y dolor intestinal, acné en la adolescencia, dolores de cabeza tipo migraña, cálculos renales y cataratas.
Especialmente notables, a mi juicio, son los múltiples pero altamente integrados mecanismos bioquímicos que subyacen a la mayoría o incluso a todos estos efectos. Estos incluyen la actividad aumentada de los factores de crecimiento y la replicación celular compensatoria, la acidosis metabólica y su impacto en las reacciones enzimáticas clave, los desequilibrios hormonales y los efectos adversos sobre los componentes del sistema inmune. Muchas de estas reacciones son compartidas por otras comidas de origen animal, aunque algunas pueden ser más específicas para los productos lácteos en sí.
Sin embargo, lo más problemático es la forma en que la mayor parte de esta evidencia excepcionalmente convincente se ha ocultado a la vista del público y, además, la forma en que los hallazgos de investigaciones que favorecen el consumo de lácteos son a menudo financiados por la industria láctea. Hoy en día se ha vuelto más difícil saber cuáles científicos están con conflicto de intereses y cuáles no. Cuando se requieren procedimientos legales para revelar esos conflictos, hay algo trágicamente erróneo con nuestra iniciativa de investigación científica.
Aún más importante, cuestiono los supuestos básicos que se utilizan para construir los propios estudios de investigación. Con demasiada frecuencia, nos basamos en hipótesis de enfoque limitado que se ocupan de resultados específicos y eventos específicos. Estos hallazgos representan respuestas a corto plazo y sin soporte que ignoran el contexto más amplio. Esta investigación altamente reduccionista no es consistente con el concepto de nutrición; es más afín a la farmacología.
En gran medida, utilizando un razonamiento reduccionista y engañoso en la investigación, los intereses de la industria han corrompido, en mi opinión, la iniciativa de investigación científica en un nivel más fundamental. Durante mi carrera, he observado una tendencia hacia más, no menos de esta interferencia de la industria. Conocemos bien la motivación de la industria: deben hacer dinero para sus accionistas y esto es parte de nuestro sistema. Pero lo más preocupante es la actividad relativamente oculta de algunos charlatanes académicos con lazos con la industria que participan e incluso organizan actividades de desarrollo de políticas. Invitados a presidir estos comités de política, también ayudan a seleccionar miembros del comité y a establecer los programas de discusión. Esto se debe cambiar. Como mínimo, las personas que tienen vínculos tan estrechos con la industria —ya sea personal o profesionalmente— deberían ser excluidas de la presidencia y la organización de los llamados grupos de expertos. Sería preferible elegir a otros profesionales “incluso de fuera de las comunidades de los alimentos y la nutrición” para presidir estos paneles.
En conclusión, sugiero por ende que, aunque las afirmaciones de la industria láctea acerca de que el consumo de leche reduce la obesidad son excesivas e injustificadas, no debemos perder de vista el contexto aún mayor que rodea a este alimento. Ya era hora de discutir seriamente todos los efectos adversos —y biológicamente interconectados— de esta comida.
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