No hace mucho tiempo, me senté a comer con un grupo de amigos. Todos los comensales tenían ante sí un plato de comida vegana saludable —provista, de forma generosa, por el robusto bufet en los laterales de la sala—. Antes de tener la oportunidad de probar el primer bocado, una de las personas sentadas en nuestra mesa devoró su comida en un frenesí —no muy diferente a la ferocidad de un león en su primera comida después de una semana—. Engulló bocado tras bocado —mucho antes de que el anterior siquiera hubiera pasado los labios—. Yo estaba sorprendida por la intensidad de esta demostración. Pude notar, por las miradas de los demás en la mesa que mi reacción no fue la única.
Mi respuesta instintiva fue una completa pérdida del apetito. Como tiendo a ser reflexiva por naturaleza, presté atención hacia mi interior para obtener una valoración honesta sobre la experiencia interna. Con una larga —aunque ahora distante— historia de luchas con la comida y mi peso, pues intenté un régimen alimenticio tras otro para deshacerme del problema, la situación hizo resucitar algunas de las cicatrices profundamente arraigadas de mi pasado. Pude recordar que ingería comidas de la misma forma frenética. Eso estuvo siempre, siempre relacionado con un periodo de consumo restringido, donde las cantidades o los tipos de comida —incluso comiendo con mis guías veganas— construyeron un muro de tensión creado por privación y una obsesión con la lista de los “alimentos libres de” —alimentos que no permitirían que engordaras—. Y siempre, siempre acompañado de una ansiedad dolorosa —pues comparaba mi plato contra mi ideal alimentario, preocupada por los “resultados” que deseaba conseguir, oscureciendo por completo el placer de comer en ese momento. Así que, tal vez esta persona no había podido consumir nada decente en algunos días, ¿y estaba muy hambrienta? Notando un impulso de juzgar, decidí reservar mi juicio a favor de evaluar los estilos de alimentación por mí misma.
Resultó ser que el escenario se repitió en otra comida, con la misma persona, al día siguiente. La introspección que esta experiencia inspiró dio origen a percepciones sobre nuestra búsqueda colectiva de una alimentación saludable —algo sobre lo que no había podido dar en el clavo hasta ese día.
Parecemos estar constantemente mirando hacia adelante en nuestra cruzada por una salud superior, un mejor cuerpo y longevidad: la siguiente libra perdida, planear la siguiente carrera de milla, la siguiente comida “de acuerdo con las normas”. Aun así, con todo el esfuerzo por no morir, por vivir por siempre —o al menos vivir hasta los 100 años— nos estamos perdiendo el “espíritu de las zonas azules” (las zonas azules son lugares en el mundo donde las personas son más longevas y llegan a superar los 100 años): la presencia, la conexión, la alegría, el amor y una amplitud de placer alrededor de ello. Cuando se trata de verdadera salud, la ausencia de nuestra presencia real al caminar, en una comida, con otros y nosotros mismos, nos alejan de experimentar realmente la gran satisfacción y felicidad que buscamos. Es como si las comidas se hubieran convertido en un ensamblaje de productos en nuestra lista para vivir saludablemente, a medida que remamos hacia un destino de “perfección en la historia médica”.
Sin embargo, si estamos perpetuamente en el camino hacia un futuro de salud perfecta, ¿cuándo vamos a disfrutarla? Si continuamos conectando directamente cada experiencia de alimentación con una mentalidad de que “la comida es medicina”, tratando a nuestro plato como a una especie de frasco de pastillas, surge la pregunta: ¿por qué estamos tan enfocados en un futuro? Y, ¿hay una mejor manera de conseguir resultados saludables sin vender nuestra alma a la hora de la cena?
Al igual que la investigación de la nutrición se ha vuelto reduccionista —como lo enfatiza de forma brillante Whole, del Dr. T. Colin Campbell—, hemos hecho lo mismo con la salud. Nos hemos vuelto obsesivos con los detalles de la alimentación, prestando una atención sin fin a los detalles de la nutrición: sin procesar versus procesados, orgánicos versus no orgánicos, bajos en grasas versus grasos, supercomidas y supernutrientes, caminar versus correr. Nos imaginamos que, si podemos obtener la combinación correcta de los elementos, tendremos el cuerpo, la energía y la salud que deseamos profundamente.
Una alimentación óptima y la actividad física no se están cuestionando. Más bien, la actitud y la perspectiva son los elementos que necesitamos analizar en detalle. Una montaña creciente de información nos dice que no solamente es lo que está en nuestro plato y nuestro plan de ejercicio lo que hace la diferencia en la salud, el bienestar e incluso la longevidad. También es la atmósfera en la cual interactuamos con estas herramientas críticas de una vida saludable. Cuando estamos presentes conscientemente y disfrutando nuestras comidas, cultivando la conexión y el amor en el ambiente de alimentación y en el panorama general de nuestras vidas, somos mucho más propensos a experimentar el futuro saludable y feliz por el que siempre parecemos estar esforzándonos. La necesidad humana de conexión, amor y las recompensas de alivio del estrés por estar mentalmente presentes son tan fuertes como nuestra necesidad de nutrición y ejercicio sanos.
Tal vez esto no es novedoso para ti. No es como si nuestra necesidad por una reducción del estrés, apoyo y las relaciones fuese algo de lo que no se hubiera hablado antes. Pero tal vez ahora es un buen momento para abrir tu corazón y prestar atención a cómo estos están, de hecho, desarrollándose en el contexto de tu vida —aquí, ahora, hoy—. ¿Cuántas de tus comidas estás consumiendo con la expectativa de algún resultado saludable más adelante (pero causándote perder totalmente la experiencia completa y el placer de comer)? ¿Qué tan a menudo, a lo largo del día, estás haciendo algo solo para obtener algo más —“Cuando finalice mi ejercicio, puedo… cuando lave los platos, entonces podré… después de almuerzo puedo…”—?
La salud no es algo en el futuro, un estado por alcanzar, un lugar al cual llegar. La salud es un estado de actitud y de mente que invita naturalmente a tomar decisiones hábiles en el momento y a conectarnos con el presente. No te pierdas ni de un minuto de la deliciosa comida en frente de ti. Practica ser saludable y feliz, justo aquí, para esta comida y para la siguiente.
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