En nuestra clínica comunitaria del condado de San Bernardino, California, donde atendemos a personas y familias de bajos ingresos, los viernes por la mañana vemos llegar pacientes, cada vez más jóvenes, que sufren consecuencias devastadoras y permanentes de un accidente cerebrovascular.
Ocurre un accidente cerebrovascular cuando los vasos sanguíneos en el cerebro se rompen o quedan obstruidos por un coágulo de sangre, lo que provoca síntomas clínicos, como afasia (dificultad o incapacidad para hablar), hemiparesia (parálisis completa de un lado del cuerpo) o incluso la muerte. El cerebro tiene más de 87,000 millones de neuronas y casi un millón de millones de células de apoyo, como las células gliales, que requieren cientos de miles de millones de microvasos. De hecho, el cerebro es el órgano con mayor vascularidad y el que más trabaja en el cuerpo. Esto significa que sus microvasos son especialmente susceptibles a lesiones a lo largo de una vida de traumatismos metabólicos y físicos causados por una alimentación poco saludable, el sedentarismo, el tabaquismo y otros comportamientos nocivos.
Aunque los accidentes cerebrovasculares ocurren repentinamente, el daño se acumula durante años antes del evento. A menudo, solo identificamos ese daño cuando la persona llega a la sala de emergencias.
Las cifras generales son alarmantes. Cada año, en Estados Unidos ocurren cerca de 800,000 nuevos casos de accidente cerebrovascular, lo que sobrecarga nuestro ya saturado sistema de atención médica.[1] Cada cuarenta segundos alguien sufre un accidente cerebrovascular y alguien muere por esta causa cada tres minutos aproximadamente. Estas estadísticas son bajas en comparación con la gran cantidad de personas que no experimentan un accidente cerebrovascular completo, pero que padecen las consecuencias a largo plazo de una enfermedad microvascular acumulativa, como deterioro cognitivo y demencia.
En las últimas décadas se han gastado miles de millones de dólares en investigaciones para prevenir y tratar los accidentes cerebrovasculares y la demencia.[2] Sin embargo, los resultados no son alentadores. Si bien se ha reducido la mortalidad por accidente cerebrovascular y se ha avanzado en su tratamiento en salas de emergencias mediante el uso de trombolíticos (terapia que disuelve los coágulos cuando se administra en las primeras cuatro horas y media) y otras terapias de eliminación de coágulos (extracción del coágulo del vaso sanguíneo bloqueado), la carga de esta afección sigue siendo inmensa.[3] Durante años se han utilizado unidades móviles de tratamiento con tecnología avanzada e imágenes de alta calidad, pero los últimos datos muestran que posiblemente estas costosas herramientas (cada unidad cuesta cientos de miles de dólares o hasta más de un millón de dólares sin incluir los costos de mantenimiento) no mejoran significativamente los efectos más importantes del accidente cerebrovascular: eventos neurológicos y mortalidad hospitalaria.[4]
Si consideramos que los accidentes cerebrovasculares siguen siendo una de las principales causas de discapacidad en los Estados Unidos, no hemos puesto suficiente esfuerzo en fortalecer o proteger el cerebro para evitar esta enfermedad.[1] Lamentablemente, estudios recientes muestran que hemos avanzado poco en la reducción de los principales factores de riesgo modificables. En algunos casos, estamos peor hoy que hace años o décadas; por ejemplo, la prevalencia de la diabetes y la hipertensión han aumentado en los últimos años.[5][6]
Antes de darle de alta para recibir tratamiento con un agente antiplaquetario, como aspirina o Clopidogrel, y el medicamento correspondiente para reducir el colesterol, un paciente que llega a la sala de emergencias a causa de un accidente cerebrovascular suele terminar pagando miles de dólares, si no decenas de miles, por la tomografía computarizada, las imágenes por resonancia magnética, la ecografía carotídea y el ecocardiograma obligatorios, además de los costos de la sala de emergencias y la estancia en la UCI.[7]
Después de haber padecido un accidente cerebrovascular isquémico, nadie desea correr el riesgo de sufrir otros episodios (alrededor de un 20 % de probabilidad, según un estudio); la diabetes y la insuficiencia cardíaca congestiva son factores de riesgo significativos para la recurrencia.[8] Del mismo modo, las probabilidades de sufrir un accidente cerebrovascular hemorrágico (sangrado en el cerebro) aumentan sustancialmente después de un primer evento hemorrágico.[9] Otros estudios muestran que, después de cuatro décadas de descenso, las tasas de accidente cerebrovascular están aumentando en ciertas subpoblaciones.[10] Por ejemplo, en Florida, la tendencia de mortalidad por accidente cerebrovascular se revirtió entre 2013 y 2015, con un aumento significativo de un 10.8 % anual. En el caso de la población latina, tras un descenso promedio anual de un 3.6 % en la tasa de mortalidad por accidente cerebrovascular de 2000 a 2013, dicha tasa aumentó a 5.8 % anual entre 2013 y 2015.
Existen numerosos datos que demuestran que el estilo de vida puede tener un efecto profundo en la prevención primaria del accidente cerebrovascular. Ahora sabemos que el 80 % del riesgo de accidente cerebrovascular puede deberse a factores relacionados con el estilo de vida; el tabaquismo, una alimentación poco saludable con alta ingesta de sal y azúcar, y bajos niveles de actividad física contribuyen a aumentar el riesgo.[11] Naturalmente, estos mismos comportamientos también afectan la salud cerebral en general y aumentan el riesgo de demencia (además de muchas otras enfermedades crónicas que a veces ocurren junto con el accidente cerebrovascular, como la diabetes).
Además de evitar la hipertensión y la diabetes, reducir el colesterol en sangre es un objetivo común en la prevención de accidentes cerebrovasculares. Diversos ensayos clínicos han demostrado que reducir el colesterol LDL activamente con medicamentos puede ser eficaz tanto en la prevención primaria del accidente cerebrovascular isquémico como en la prevención secundaria.[12] Sin embargo, las recomendaciones para el uso de estos fármacos se basan en el hecho de que tener un nivel bajo de colesterol está asociado con un menor riesgo de accidente cerebrovascular y enfermedad cardíaca. Por supuesto, existen métodos no farmacológicos para reducir el colesterol, pero, como ocurre con muchos problemas de salud, la atención suele centrarse en la medicación independientemente de sus efectos (o la falta de estos) sobre las causas subyacentes. Así, cada año se gastan miles de millones de dólares en medicamentos contra el colesterol y la presión arterial, a pesar de que se conocen los factores relacionados con el estilo de vida que pueden reducir el riesgo de accidente cerebrovascular. La mayoría de estos medicamentos se administran después de un accidente cerebrovascular —es decir, después de manifestada la discapacidad—, cuando el tratamiento se centra más en controlar el daño que en promover una vida plena y saludable.
Estos medicamentos no son inocuos. Todos producen efectos secundarios significativos y, con frecuencia, requieren el uso de otros fármacos para mitigar dichos efectos. Sin embargo, existe amplia evidencia de que una alimentación rica en frutas, vegetales y cereales de grano entero está asociada con una reducción del riesgo de accidente cerebrovascular de forma proporcional a la cantidad consumida. El mantenimiento de la dieta mediterránea tradicional, ampliamente estudiada, está inversamente relacionado con el riesgo de accidente cerebrovascular. En el estudio PREDIMED, agregar una onza de frutos secos a la alimentación sin realizar ningún otro cambio redujo el riesgo de accidente cerebrovascular a casi la mitad.[13]
¿Pero qué tiene de saludable la dieta mediterránea? ¿El vino, el pescado y el queso? Decidimos investigar por nuestra cuenta y buscar la base de datos más sólida posible, una que incluyera cifras y un seguimiento adecuado para validar lo que sospechábamos sobre la relación entre el accidente cerebrovascular y los factores relacionados con el estilo de vida, incluidos los elementos y comportamientos que tienen el mayor efecto en el riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular. No existen muchos estudios poblacionales a gran escala y a largo plazo que hayan investigado el riesgo de accidente cerebrovascular junto con una intervención integral en el estilo de vida. Sin embargo, tuvimos la suerte de acceder al California Teachers Study, un estudio que ha seguido a más de 133,000 personas durante más de 20 años y que ofrece una perspectiva única sobre la relación entre las enfermedades y los factores del estilo de vida. Nos enfocamos específicamente en la dieta mediterránea para determinar qué tipos de alimentos de este patrón alimentario tienen la mayor influencia en el riesgo de accidente cerebrovascular.
Se evaluó la dieta según el grado de mantenimiento. Se otorgó una puntuación alta al consumo de alimentos de origen vegetal —como vegetales, cereales de grano entero, frutas, legumbres, frutos secos y semillas, y ácidos grasos omega-3—, y una puntuación baja al consumo de carne, aves, productos lácteos y azúcar procesada. Descubrimos que no solo las puntuaciones más altas se asociaban con un menor riesgo de accidente cerebrovascular, sino que el efecto beneficioso de la dieta mediterránea se presentaba de forma gradual. Cada paso hacia un mejor mantenimiento de una dieta mediterránea rica en alimentos vegetales se relacionó con una disminución del riesgo de accidente cerebrovascular. En otras palabras, cada pequeño cambio en el estilo de vida tuvo un efecto medible.
Este hallazgo resulta increíblemente alentador si se considera que uno de los principales obstáculos para implementar cambios en el estilo de vida en entornos clínicos es la percepción de que se trata de una decisión binaria. Tanto los médicos como los pacientes parecen estar convencidos de que los cambios en el estilo de vida son “todo o nada” y que la alimentación debe transformarse por completo para obtener resultados positivos. El hecho de que cada paso hacia el cambio contribuye a reducir el riesgo es una información que empodera y motiva.
Nuestro segundo hallazgo fue que los componentes más beneficiosos de la dieta mediterránea no eran el vino, el queso ni el aceite de oliva (como suele creerse), sino los alimentos vegetales sin procesar. Las personas que mejor mantuvieron un patrón alimentario a base de plantas sin procesar redujeron su riesgo de accidente cerebrovascular hasta en un 30 %.
Este es un gran descubrimiento, que instamos al sistema de atención médica a adoptar mientras luchamos por tratar —o mejor aún, prevenir—esta devastadora enfermedad. Si una alimentación basada en plantas sin procesar tiene un efecto tan profundo en la prevalencia de enfermedades vasculares como el accidente cerebrovascular, imaginemos su efecto en la enfermedad microvascular acumulativa que afecta a millones de personas y las pone en mayor riesgo de sufrir deterioro cognitivo y demencia. Las enfermedades vasculares del cerebro representan la gran mayoría de las afecciones neurológicas, tanto degenerativas como no degenerativas. Son debilitantes, difíciles de tratar, costosas de manejar, cada vez se desarrollan a más temprana edad y, en casi todos los casos, son prevenibles. Por eso es fundamental promover una alimentación basada en plantas sin procesar, el mejor y único método que tenemos para proteger el cerebro y reducir drásticamente nuestro riesgo de accidente cerebrovascular y demencia.
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