Sabemos desde hace mucho tiempo que la agricultura contribuye, en gran medida, a la contaminación atmosférica, pero solo recientemente se ha intentado determinar el impacto relativo de ciertos alimentos o dietas.
Según un informe reciente, la producción agrícola es responsable de unas 17,900 muertes en Estados Unidos sólo por contaminacióncatmosférica.[1] De ellas, 15,900 están relacionadas directamente con la producción de alimentos y el 80 % de ellas son atribuibles a comidas de origen animal, ya sea por la cría de ganado o por el cultivo de sus comidas o piensos. Los autores concluyen: “Los cambios hacia una alimentación más basada en plantas que mantenga la ingesta de proteínas y otras necesidades nutricionales podría reducir la mortalidad asociada a la calidad del aire agrícola entre un 68 % y un 83 %”.
Las explotaciones ganaderas contribuyen a la contaminación atmosférica principalmente por la producción excesiva de residuos en las operaciones concentradas de alimentación animal (CAFO, por sus siglas en inglés). Los residuos de las CAFO emiten más de 168 gases, entre ellos sustancias químicas peligrosas como el amoníaco, el ácido sulfhídrico y el metano.
El ganado es ineficiente a la hora de convertir los piensos en productos animales: entre el 50 % y el 80 % del exceso de nitrógeno se excreta en forma de residuos. Se calcula que los 1600 millones de animales criados en las 25,000 granjas industriales de Estados Unidos producen anualmente 885,000 millones de libras de estiércol[2], que se almacenan y eliminan en lagunas anaeróbicas antes de esparcirse, sin tratar, por los campos de cultivo. Y como este material rico en nitrógeno — potencialmente repleto de compuestos nocivos — se considera como una fuente no puntual de contaminación, no requiere de ningún permiso, lo cual hace que el seguimiento de estos flujos de residuos sea casi imposible.[3]
A medida que los microbios descomponen el exceso de residuos bajo condiciones anaeróbicas, el amoniaco se libera en la atmósfera. Según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, las actividades agrícolas son el principal contribuyente a las emisiones de amoniaco. Una vez emitido a la atmósfera, el amoniaco suele depositarse en la lluvia cerca de su punto de origen, creando desequilibrios de nutrientes perjudiciales para los cultivos y los sistemas acuáticos, lo cual conduce a la acidificación y la eutrofización. Este fenómeno es visible en las condiciones ácidas de las Montañas Rocosas y la proliferación de algas tóxicas en el lago Erie.
El amoníaco también suele unirse a otros contaminantes atmosféricos, formando aerosoles potencialmente dañinos. Por ejemplo, suele interactuar con los ácidos nítrico y sulfúrico para formar aerosoles. Estos aerosoles nocivos representan el 47 % de las partículas finas (PM2,5) [4] y pueden provocar la formación de condiciones de niebla que afectan la visibilidad atmosférica. Cuando se unen en condiciones más estables, estos aerosoles pueden persistir hasta 15 días en la atmósfera antes de depositarse a mayor distancia, causando problemas respiratorios a personas y animales.[5]
Los productos de desecho de las CAFO están regulados a nivel estatal, lo cual suele traducirse a una regulación mínima. Al servicio de la industria, los estados suelen instituir regímenes reguladores laxos en materia de calidad del agua y del aire. Esto es especialmente notable en Iowa, Carolina del Norte y California — los estados con más CAFO —, donde las leyes eximen a las operaciones de alimentación animal de varias normas que rigen la industria, como la gestión de residuos municipales, la gestión de residuos sólidos y las normas de fabricación.
Desgraciadamente, las conexiones entre la producción ganadera y la contaminación atmosférica han sido en gran medida invisibles, lo cual dificulta la comprensión del alcance total del impacto de la producción ganadera sobre el medio ambiente. Pero no nos equivoquemos: la falta de regímenes reguladores repercute directamente en las comunidades cercanas a estas instalaciones y en el medio ambiente en general. Evaluar y contabilizar con precisión estas repercusiones será fundamental para eliminar el sufrimiento innecesario y las muertes causadas por la contaminación atmosférica en Estados Unidos y en todo el mundo.
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