A menudo resulta útil dar un paso atrás y observar patrones o corrientes. Como indicadores de los criterios e intereses predominantes en una sociedad, ofrecen una instantánea convincente de las actitudes culturales generales en un momento dado. Al analizarlas, podemos hacernos una idea de la mentalidad y preferencias colectivas de una población, algo que las empresas también usan para adaptar sus productos y servicios a las demandas actuales y predecir demandas futuras.
A medida que nos acercamos a fin de año, ahora es el momento ideal para reflexionar sobre las tendencias más significativas de este año pasado. ¿Qué revelan sobre nuestra relación actual con la nutrición y las selecciones alimenticias en general? ¿Qué pueden decirnos sobre el futuro?
La popularidad de las dietas sostenibles es una tendencia del 2023—desde hace varios años se viene produciendo un aumento constante del entusiasmo por este tipo de dietas—y merece ocupar el primer puesto de nuestra lista, ya que es probable que se haga aún más popular en los próximos años.
Cada persona entiende algo distinto cuando habla de alimentación sostenible, pero en este artículo nos centraremos en la mayor concientización y el deseo de afrontar los retos relacionados con el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, el aumento de la población humana y el agotamiento de los recursos naturales. Hay al menos tres lentes a través de los cuales podríamos mirar la tendencia a la sostenibilidad:
1. Sostenibilidad ecológica
Esta es la más obvia. A medida que aumenta el número de consumidores que se preocupan por la huella de carbono de su alimentación, se popularizan las opciones de origen local, de temporada y de origen vegetal. También existe una tendencia a reducir los residuos o, al menos, a indicar a los consumidores que la reducción de residuos es una prioridad. Que la reducción de residuos sea una auténtica prioridad, es otra cosa. Parece que cuando a una empresa le conviene ofrecer envases reutilizables o compostables, los vemos por todas partes. Sin embargo, formas más atroces de residuos —como el uso ineficiente de los recursos necesarios para criar ganado—a menudo pasan desapercibidas. En todo caso, lo que está claro es que la sostenibilidad es algo que preocupa a un grupo de consumidores cada vez más amplio y diverso. A medida que esta tendencia continúe, es probable que las opciones que anuncian sostenibilidad se conviertan en algo habitual.
2. Sostenibilidad social
La popularidad de las dietas sostenibles también se ha visto impulsada por un sentido de responsabilidad social y el deseo de apoyar sistemas alimentarios éticos y transparentes. Los consumidores buscan cada vez más transparencia en la producción y el abastecimiento de sus alimentos, y prefieren marcas y productos que se adhieran a prácticas éticas y sostenibles. Este cambio en el comportamiento de los consumidores ha influido en las prácticas de la industria alimentaria, impulsando a algunas empresas a adoptar enfoques más sostenibles y socialmente responsables en sus cadenas de suministro. La popularidad de las dietas sostenibles refleja, por tanto, un cambio social más amplio hacia un consumo consciente e informado, en el que los individuos contribuyen activamente a crear un sistema alimentario más sostenible y equitativo.
3. Sostenibilidad personal (bienestar)
Muchas personas han señalado con certeza que una alimentación es sostenible sólo mientras podamos mantenerla de forma realista. Por eso no sólo debemos fijarnos en si nuestras selecciones alimentarias son socialmente responsables o beneficiosas para el medioambiente, sino que también favorezcan nuestra salud y bienestar. Afortunadamente, no es difícil acertar en todo lo anterior. Resulta que el diagrama de Venn dietético de “lo que es bueno para el planeta” y “lo que es bueno para ti” tiene un gran área en común. Ir más allá de una alimentación meramente vegana y adoptar un estilo de vida basado en plantas sin procesar (WFPB, por sus siglas en inglés) garantiza que tu alimentación sostenible no sólo mantenga la salud a tu alrededor, sino también la salud en tu interior. Una vez que las personas reconocen lo interconectada que está nuestra salud con objetivos de sostenibilidad más amplios, aprecian mejor el estilo de vida basado en plantas sin procesar como una solución ‘wholística’ viable y óptima.
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La nutrición personalizada, también conocida como “nutrición de precisión,” “genómica nutricional”, “nutrición individualizada” o alguna parecida, es un enfoque de la alimentación y la salud que pretende adaptar las recomendaciones alimenticias a las características individuales, especialmente las observadas en el genoma, el epigenoma y el microbioma intestinal[1]. La teoría es que este enfoque personalizado, basado en pruebas genéticas y análisis de datos, puede tomar en cuenta las necesidades individuales de forma más eficaz que las recomendaciones tradicionales generalistas.
Aunque esto puede parecer utópico (o distópico, según se mire), no hay duda de que es una mega-corriente. Las predicciones estiman que el mercado mundial de productos de nutrición personalizada aumentará a 37,000 millones de dólares en el 2030, lo cual representa un incremento del 164 % sólo en esta década[2]. Muchos consumidores, en particular jóvenes, están interesados en este enfoque. Mientras que las generaciones mayores de edad expresan reservas, casi la mitad de los millennials tienen “una preferencia marcada por los productos, servicios o aplicaciones que aprovechan los datos personales para personalizar la experiencia del consumidor [énfasis añadido]”.
¿Acaso los beneficios de la nutrición personalizada justifican esta algarabía? A mí no me convencen. Por supuesto, en el sentido más general, personalizar las recomendaciones alimenticias tiene su lógica. Los beneficios de adaptar el estilo de vida alimenticio a las necesidades y condiciones del propio estilo de vida — ejercicio, hábitos de sueño, niveles de estrés y objetivos de salud, por nombrar algunos — son evidentes. (Se podría decir que llevamos personalizando la nutrición desde los albores de la humanidad, siendo el paladar y las fosas nasales los instrumentos primordiales de este proceso). También parece plausible que los individuos que esperan optimizar su rendimiento al más alto nivel, como los atletas profesionales, puedan beneficiarse de un enfoque tan granular. En teoría, tres genotipos podrían responder de manera diferente a ciertos estímulos nutricionales, y comprender esta variedad de efectos podría darle ventaja a los nutricionistas deportivos.[3]
Pero para la gran mayoría de la población que no analiza ya cada alimento y bebida que consume a un nivel granular, ¿no nos estaremos distrayendo de los méritos del consejo obvio? El hecho es que nos da trabajo hacer bien las cosas más básicas. Ante la epidemia de enfermedades y condiciones relacionadas con la nutrición, y teniendo en cuenta que la mayoría de la gente no sigue una alimentación saludable, ¿no deberíamos aprovechar los consejos más generales, para los que ya existe una base sólida de pruebas, como aumentar la ingesta de alimentos vegetales mínimamente procesados?
Comprendo el atractivo del enfoque tecnológico; tiene su encanto. Sería estupendo que, como máquinas precisamente afinadas, pudiéramos ingerir la mezcla perfectamente equilibrada de nutrientes adecuada a nuestras necesidades. Pero, si dejamos de lado el mercadeo, ¿hasta qué punto se ajusta esa visión a nuestra realidad?
Según se señaló en un artículo publicado el año pasado en Frontiers In Nutrition, el concepto de alimentos funcionales es nebuloso.[4] y, al igual que el de “superalimentos,” el término no siempre ha estado bien definido, generando confusión entre los consumidores. “En muchos casos, el término incluye alimentos saludables”, en cuyo caso, ¿por qué llamarlos alimentos funcionales? ¿En qué momento un alimento saludable se convierte en “funcional”? ¿A quién le sirve esta confusión y redundancia?
La respuesta es similar a lo que vimos con la nutrición personalizada: los fabricantes, tecnólogos y comercializadores de alimentos son los que más se benefician de conceptos como este.
Para disminuir la confusión, lo lógico es que se deben eliminar los alimentos naturales de la categoría de alimentos funcionales. Así es como el artículo anterior propone que redefinamos el término:
“Alimentos novedosos que han sido formulados de manera que contengan sustancias o microorganismos vivos que tengan un posible valor para mejorar la salud o prevenir enfermedades, y en una concentración que sea a la vez segura y suficientemente alta para lograr el beneficio pretendido. Los ingredientes añadidos pueden incluir nutrientes, fibra dietética, fitoquímicos, otras sustancias o probióticos”.
Dicho esto, no se trata de un concepto radical: en Estados Unidos, al menos, llevamos un siglo consumiendo alimentos fortificados, empezando por la sal, la leche y la harina enriquecida.[5] Así que, de nuevo, ¿por qué necesitamos el término alimentos funcionales? El Instituto de Tecnólogos Alimentarios subraya la importancia de que los alimentos funcionales sean novedosos, lo cual “excluye, por tanto, alimentos como el yogur y los cereales refinados con vitaminas del grupo B añadidas”[4] Vale, de acuerdo. Pero, ¿cuáles son esos alimentos novedosos? Los ejemplos que ofrece el artículo incluyen zumo de naranja con calcio añadido, alimentos elaborados con antocianinas (que se encuentran de forma natural en las bayas) y alimentos con prebióticos añadidos como los betaglucanos (que se encuentran de forma natural en la avena). ¿Están tan lejos de los yogures enriquecidos y los cereales refinados? Mi ejemplo favorito — porque ignora flagrantemente lo que en apariencia apoyan los alimentos funcionales, es decir, una mejor salud — es la margarina fabricada para contener esteroles y estanoles vegetales que, según se informa, reducen el colesterol en sangre.
Me parece que la supuesta característica de “novedad”, es en realidad una cortina de humo. En numerosos ejemplos, no vemos novedad, sino alimentos conocidos reforzados con nutrientes conocidos o sustancias similares, alterados lo suficientemente como para ser patentados legalmente y comercializados por sus beneficios para la salud. Los fabricantes de alimentos sólo se apropian de lo que existe en la naturaleza, lo mercantilizan y afirman descaradamente que es en beneficio de nuestra salud.
Incluso si fuera posible crear alimentos realmente novedosos que sean saludables — en contraposición a la margarina, con la que es más fácil engañar a los consumidores para que la compren — ¿deberíamos suponer que son más prometedores que los alimentos saludables que ya están disponibles en la sección de frutas y verduras? Como en el caso de la nutrición personalizada, creo que es importante recordar dónde nos encontramos la mayoría de nosotros. No somos máquinas bien afinadas. No hemos alcanzado un nivel básico decente. No estamos a unos pocos alimentos funcionales de conquistar la enfermedad cardiaca. Más bien, somos una nación, y cada vez más un mundo, plagado de enfermedades prevenibles. Desde el punto de vista de la salud pública, no estamos consumiendo los alimentos saludables que podemos y debemos consumir. ¿Es este el mejor momento para dirigir nuestra atención hacia la invención de nuevos alimentos?
Aún así, los alimentos funcionales están de moda. El tamaño del mercado de estos productos sigue creciendo. Según un informe, la demanda de alimentos funcionales ha aumentado especialmente junto con el interés de los consumidores por reforzar su inmunidad durante la pandemia del COVID-19.[6] Lo que es notable, pero no sorprendente, es cuáles segmentos de la industria alimentaria se están beneficiando más: lácteos, carne, huevos, panadería y cereales. Mientras tanto, los segmentos de la industria alimentaria de los que toman prestado para fabricar sus productos, no se benefician de la misma manera. Esto se debe a que las frutas, los vegetales, y los cereales de grano enteroya son los alimentos más funcionales. Hemos evolucionado durante milenios para ser funcionales consumiendo estos alimentos. Tal vez, en lugar de buscar en ellos propiedades beneficiosas para la salud, deberíamos simplemente comerlos.
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