A los 80 años, me convertí en un “lisiado cardíaco” total y confirmado. Un lisiado cardíaco, en palabras del Dr. Caldwell Esselstyn, es aquella persona que no puede realizar las actividades diarias normales sin sentir un dolor de pecho debilitante. Yo no podía subir escaleras y ni siquiera caminar hasta la casa de mi vecino sin un dolor de pecho severo y aterrador. No podía sacar la basura, ni caminar por placer, ni llevar una vida activa. Mi existencia se limitaba a sentarme frente al computador o a ver la televisión —y yo odio la televisión—. Estaba atrapado en la rutina y me estaba deprimiendo.
Mis problemas cardíacos comenzaron a los 48 años cuando tuve mis primeros dolores de angina mientras corría bicicleta. Tras una serie de pruebas, me tuvieron que hacer un bypass quíntuple, un acontecimiento traumático en mi vida. Como pueden imaginar, no quería volver a pasar por eso.
Mi padre murió a los 59 años. Como me faltaban unos 10 años para llegar a esa edad, me comprometí a dejar la carne roja y adopté una alimentación baja en grasas. Controlé mi peso y seguí estando activo: caminando, haciendo senderismo y montando en bicicleta. Esos cambios me mantuvieron relativamente sano durante un tiempo.
En 1999 me jubilé y montaba en bicicleta a menudo; algunos días recorría entre 19 y 24 kilómetros. Pero en 2005, mientras montaba en bicicleta, tuve un fuerte dolor de espalda y fui directamente a urgencias.
Me hicieron un angiograma y me dijeron que necesitaba un stent. Para ese entonces tenía 70 años. Como mi padre no había llegado a los 60, yo sentí que estaba viviendo un tiempo prestado—dado a mi alimentación. La había seguido muy religiosamente, aunque ahora puedo admitir que con los años me había relajado bastante, sobre todo en lo que respecta a los dulces.
Con el paso del tiempo, tuve algunos problemas de contracciones ventriculares prematuras (PVC, por sus siglas en inglés). Me volví intolerante a varios medicamentos de larga duración que había estado tomando y no pude ingerir ninguna estatina para mantener el colesterol bajo. Me implantaron otro stent, experimenté varios problemas de pulso irregular y sufrí reflujo ácido.
En 2014, empecé a tener falta de aire y dolores en el pecho al caminar y subir y bajar escaleras. Empecé a tomar medicamentos para abrir los vasos sanguíneos, lo que mejoró ligeramente estos problemas. Sin embargo, a través de los próximos dos años, mi capacidad para permanecer activo disminuyó y noté una degradación de cualquier tarea que requiriera esfuerzo.
A los 79 años, mi esposa y yo habíamos programado unas vacaciones y teníamos previsto asistir a la boda de mi sobrina nieta. Al momento de empezar el viaje, comencé a sentir dolores en el pecho. Tuvimos que interrumpir los planes y no pude asistir a la boda. Me instalaron otro stent, pero no sirvió para aliviar los síntomas. Me dijeron que el problema era una obstrucción en los pequeños vasos del corazón para lo cual no había ninguna intervención posible y estaba al límite superior de la dosis de algunos de mis medicamentos. En otras palabras, no podían hacer nada. He aprendido que esto se llama enfermedad arterial coronaria en fase terminal. Por la velocidad de mi deterioro, pensé que me quedaban unos pocos meses de vida.
Entonces, en 2016, justo después de cumplir 80 años, no me sorprendió que no podía caminar distancias cortas y menos subir escaleras sin sufrir anginas. También padecía los graves efectos secundarios de mis medicamentos, como mareos extremos, debilidad, desorientación, y caídas. También sufría de estreñimiento, insomnio y enfermedad por reflujo gastroesofágico. Mi reflujo ácido imitaba el dolor de corazón, lo que me causaba un estrés incalculable, así como numerosos viajes a la sala de emergencias.
Ese año, me inscribí al programa de rehabilitación cardíaca de mi proveedor de atención médica. Apenas podía caminar hasta la sala de reuniones. En la primera reunión, hablaron del ejercicio y la alimentación. Aunque apenas podía ejercitarme, hice lo que pude y sufrí durante la parte de la reunión dedicada a la actividad física.
A continuación, una dietista presentó información sobre una alimentación basada en plantas. En uno de los folletos, había una imagen de un angiograma que mostraba una drástica reversión de la enfermedad coronaria en un período de 32 meses. Habiendo visto muchos de mis propios angiogramas, esta ilustración me llamó la atención. Me pregunté si la obstrucción podría revertirse realmente con la alimentación.
Como no creía que fuera a llegar a mi próximo cumpleaños, ¿qué podía perder? Me parecía que era mi única esperanza. Consulté a mi cardióloga y me dijo que una alimentación basada en plantas sin procesar, libre de azúcar, aceite, y sal (SOS, por sus siglas en inglés) me ayudaría más que los medicamentos.
La dietista del seminario me recomendó tres libros: Prevenir y revertir las enfermedades de corazón de Caldwell B. Esselstyn, MD; Comer para no morir de Michael Greger, MD; y El Estudio de China de T. Colin Campbell, PhD, y Thomas M. Campbell, MD.
Como lo afirma uno de los libros que leí, “el cuerpo tiene una capacidad increíble para curarse a sí mismo, si se lo permitimos”, y yo soy prueba viviente de ello.
Conseguí los tres libros y empecé esta increíble jornada.
Tengo la suerte de contar con una esposa maravillosa, Dottie, que no solo me apoya, sino que también es una excelente cocinera. De pronto pensé que mi esposa y yo necesitaríamos algunos libros de cocina, así que pedí media docena. Descubrí que no era tan difícil encontrar información sobre dietas basadas en plantas.
Me llevó un tiempo leer y averiguar qué comer, ¡pero los resultados fueron espectaculares! Recuerden que no podía caminar ninguna distancia, no podía subir escaleras, y ni siquiera podía empujar el contenedor de basura por la entrada de mi casa sin sufrir fuertes anginas. Bueno, después de cuatro semanas con una alimentación basada en plantas sin procesar salimos a almorzar (allí comí una ensalada con aderezo sin grasa), fuimos a caminar más de un kilómetro, y luego subí las escaleras para regresar a mi vehículo. ¡No podía creerlo!
Ahora tengo 85 años y no tengo angina. Puedo caminar distancias largas, subir escaleras, y volver a tener movilidad. Mi colesterol pasó de 196 a 149 en tres meses, perdí catorce kilos, y mi función renal pasó del 40% a un rango normal.
¡Y me siento muy bien! Tengo mucha más energía y ya no me salen hematomas en los brazos y las manos. La piel azul oscura que tenía en los tobillos desapareció después de 11 meses de consumir una alimentación basada en plantas, y mi pie izquierdo hinchado por mi bypass de 1985 volvió a ser normal.
Cuando visité a mi cardióloga en enero de 2017, quedó tan sorprendida por mi mejoría que me pidió que compartiera mi historia. Ella organizó todo para que yo hablara ante 100 profesionales de la medicina. ¡Nunca pensé que yo iba a darle consejos a alguien del ámbito médico!
Como lo afirma uno de los libros que leí, “el cuerpo tiene una capacidad increíble para curarse a sí mismo, si se lo permitimos”, y yo soy prueba viviente de ello.
El cambio fue tan drástico y tan rápido que a mí mismo me costó creerlo. Sin embargo, dar largos paseos y subir escaleras fue evidencia de esto. Me puse bien tan rápidamente que me aterrorizó la idea de que tal vez los avances pudieran revertirse con la misma rapidez. Como resultado, vigilo lo que como igual que un halcón. No hago trampas, nunca. ¡Y eso no es mala cosa!.
Para mí, el mayor beneficio de este estilo de vida es mi sensación de bienestar. El mayor inconveniente tiene que ver con los eventos sociales. Todos giran en torno a la comida y, en la mayoría de los casos, estoy rodeado de alimentos que no puedo comer. Así que tengo que improvisar y ser creativo. Me gusta decir que soy el invitado perfecto a cenar; llevo mi propia comida, y siempre disfruto de esta. ¿He mencionado que me encantan los alimentos que consumo?
¿Fue fácil? No, pero cada vez lo es más. ¿Fue gratificante? ¡Sí! ¿Valió la pena? Sí, claro que sí. Fue lo más difícil que he hecho en mi vida, pero lo hice y lo seguiré haciéndolo durante el resto de mi vida. Por encima de todo, no se trata de cuánto tiempo vivo, sino de lo bien que vivo.
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