¿Estás pensando cambiar a una alimentación basada en plantas sin procesar pero estás nervioso de hacerlo de un día para el otro? ¡La historia de Elizabeth puede ayudarte a ver qué pasos toman algunas personas para lograrlo!
El siguiente artículo está reimpreso del blog Mountains & Magnolias con el permiso del autor.
Siempre he sido una amante de las verduras. Mama Chris a menudo me llamaba su “conejito” cuando era joven debido a mi capacidad de comer platos llenos de zanahorias, apio, rábanos y guisantes dulces crudos. Dicho esto, a medida que crecía y comenzaba a dedicarme seriamente a la cocina, me identifiqué como una cocinera sureña, lo que significa que había carne o lácteos en casi todo lo que cocinaba. También adopté muchas recetas francesas que solo se sumaron a esta forma de cocinar.
A pesar de este supuesto amor de cocinar con carne de cerdo, res y pollo, cuando dejé de comer carne por completo me di cuenta de que comía con mucha cautela, especialmente en los restaurantes. Masticaba minuciosamente cada bocado en caso de que alguna parte desagradable de un animal estuviera en el plato. No fue hasta que comencé a comer solo verduras y me encontré realmente disfrutando mi comida con gusto que noté ese detalle. Mi esposo se burla de mí diciendo que fui una “vegetariana escondida” durante la mayor parte de mi vida. Cuando cocinaba, trataba la carne cruda como si fuera una especie de riesgo biológico, intentaba que la carne no tocara muchas superficies y trataba de tocarla lo menos posible con mis propias manos. (Lo que me deja boquiabierta ahora… si ni siquiera estaba dispuesta a tocar algo, ¿por qué demonios lo estaba comiendo?!?)
A medida que entraba a mis 40 años, comencé a notar que no digería la carne tan bien como solía hacerlo, incluso el tierno filete miñón. La pequeña idea de convertirme en vegetariana en un futuro comenzó a entrar a mi mente.
Y luego ocurrieron algunos eventos clave:
El primero fue en un restaurante local de Denver que ha existido por décadas. Si alguien sabe cómo hacer un excelente Rubén (uno de mis emparedados favoritos), este es el lugar. Cuando llegó mi emparedado y, mientras intentaba morderlo, me di cuenta de que la carne estaba cortada en pedazos gruesos y tenía mucho cartílago, y que iba a ser imposible comérmelo educadamente. Molesta comencé a quitarle algunos trozos de carne poniéndolos en mi plato. Intenté de nuevo tomar un bocado. El mismo problema. Este proceso se repitió varias veces hasta que finalmente pude morder mi emparedado, que en este punto solo era chucrut y queso suizo. La única forma posible de describir mi plato en el que había puesto la carne – me da náuseas solo al escribir esto – era una repugnante pila de masacre. Lo cubrí con una servilleta y pensé más en la idea “vegetariana”. Fue una de las primeras veces que pensé en el animal real que estaba comiendo.
El siguiente incidente fue en un vuelo a Australia, donde di una presentación en una conferencia de educación. Por alguna razón, había pedido comidas veganas al reservar el vuelo. El viaje fue meses después de haberlo reservado y había olvidado por completo este detalle. Cuando me entregaron mi bandeja de la primera comida y la asistente de vuelo murmuró: “¿Plato vegano?” Lo tomé, recordando vagamente mi selección. Para mi sorpresa, era un delicioso dahl de lentejas con arroz y verduras al vapor. Devoré toda mi cena mientras miraba lo que otros tenían: pollo ahogado en salsa de tomate demasiada salada o trozos grises de carne nadando en una salsa grasa con pasta sobrecocida. Esto continuó sucediendo a lo largo de nuestro vuelo de 16 horas – disfruté de platos encantadores y saludables con granos, frutas y verduras, mientras que los otros platos no me atraían en absoluto.
Una vez que estuvimos en Australia, hice mis últimas comidas de carne y pollo y felizmente me declaré pescetariana.
Llegamos temprano a Australia, así que tuvimos unos días de vacaciones antes de que comenzara la conferencia. Visitamos viñedos, diferentes vecindarios, sitios y jardines alrededor de Melbourne y, esto es importante, un santuario de animales salvajes.
Pasa algo muy especial cuando ves a un animal, que solo lo habías visto en la tele, en vivo por primera vez. En ese momento, estaba explorando mi nueva identidad pescetariana y había estado disfrutan varios platos con pescado durante nuestro viaje. Mientras recorríamos el santuario, me enamoré de encantadores koalas, un ornitorrinco y canguros sorprendentemente nobles. Recuerdo haber pensado: “¿Alguna vez consideraría comer uno de estos animales? ¡¡¡NUNCA!!!” (Aunque sé que comer canguro es una práctica común en esa parte del mundo). Lo que me llevó a reflexionar: si nunca hubiera visto un pollo, una vaca o un cerdo vivo, ¿tendría ahora los mismos sentimientos con estos animales? ¿Fue porque crecí creyendo que estos animales existen para nuestro consumo por lo que no había considerado su dignidad y derecho de vivir antes? Probablemente.
Por mucho que me encantaba el queso, tuve que admitir que causaba molestias en mi sistema digestivo. Y me hizo subir de peso. Y era tan adictivo. ¿Por qué?
El primer día de la conferencia, mi esposo y yo nos reunimos para almorzar en un lugar italiano cerca del centro de convenciones y pedí un pescado que era nuevo para mí. Mientras comíamos, noté que mi barramundi (un tipo de róbalo asiático) no estaba tan bueno como el pescado que había estado disfrutado los días anteriores. De hecho, era realmente sospechoso y seguí teniendo que agregar limón y sal para dominar el sabor y el olor desagradables. (Oh, cómo desearía haber escuchado a mi cuerpo durante esa comida).
Por la tarde/noche, no me sentía del todo bien, rechacé la comida y los aperitivos que ofrecieron en la recepción que tuvimos antes de la conferencia. A la mañana siguiente estaba enfermísima del estómago, traté desesperadamente de prepararme para mi panel de discusión y la firma de libros más tarde ese día. De alguna manera me las arreglé para pasar el día entero sonriendo, saludando, participando en el panel y firmando libros, todo mientras encontraba ratitos para correr al baño cada vez que podía. (Disculpas a los asistentes y organizadores de esta conferencia. Decir que no estaba al 100% es quedarse corto).
Así es que, a partir del jueves 4 de octubre de 2018 (hora de Australia), me hice oficialmente vegetariana. Pero no había manera, Pero no había manera, me dije, de que un día me hiciera vegana. ¿Cómo podría serlo? Mi desayuno preferido entre semana era un huevo duro. ¿Cómo obtendría mi proteína? Y luego el QUESO …Dios mío, ¿cómo podría renunciar a la crema triple y al queso Mimolette?!? Pizza, cerveza– sopa de queso, lasaña – no hay posibilidad de que renuncie a ellos. Además, razoné, esos alimentos no implican la muerte de animales. ¿Verdad?
Al igual que con cualquier otro cambio importante en la vida, a menudo hay información externa titulares e historias que en última instancia terminan influyendo la forma en que piensas, pero casi siempre hay una voz interna inicial, por pequeña que sea y por mucho que intentes ignorarla, siempre te empuja hacia un nuevo nivel de conciencia. Estaba aprendiendo externamente cuán abusivas son las granjas industriales con los animales y cuánto daño causan al medio ambiente. Si alguien tratara a un perro o gato de la manera en que se tratan a los cerdos, vacas y pollos (sí, incluso “de corral” y “orgánicos”), sería arrestado, enfrentaría multas y sería condenado por la sociedad, al menos en las culturas occidentales. Pero no fueron los mensajes externos los que me llegaron por primera vez. La primera y más fuerte voz fue la respuesta interna de mi cuerpo al no digerir bien la carne o al sentirse asqueada con una comida.
Del mismo modo, ahora que he omitido la carne de mi dieta, me puse en sintonía con lo que estaba comiendo, especialmente los productos animales. ¿Estaba disfrutando de mi huevo cocido por la mañana? O, si era realmente honesta conmigo misma, ¿los huevos ocasionalmente me asqueaban? ¿Qué estaba comiendo exactamente? Además, por mucho que me encantara el queso, tuve que admitir que causaba molestias en mi sistema digestivo y me hizo subir de peso. Y era tan adictivo. ¿Por qué?
Comencé a leer artículos en el internet con algunas preguntas clave en mente. El huevo ha tenido buena y mala fama en el círculo de la nutrición a lo largo de los años, con atributos que van desde “increíble paquete de proteína” hasta “garantía de colesterol alto“. ¿Qué debo creer? ¿Y por qué a muchos de nosotros nos parece imposible dejar el queso? Varios recursos me ayudaron a encontrar algunas respuestas. Algunos de los documentales y artículos son un poco sensacionalistas, pero aun así contenían suficiente información que tuvo un impacto en mi forma de pensar.
Uno de los artículos más convincentes discute el papel que juegan el queso y otros alimentos grasos en el sistema de recompensa de nuestro cerebro. Aunque la escasez de calorías no es un problema para la mayoría de nosotros, todavía estamos programados para que nos gusten las cosas que proporcionan una fuerte dosis de grasa y carbohidratos. Cuanto más pensaba en lo que realmente estaba comiendo cuando comía queso, menos lo quería. Después de todo, ¿qué es el queso aparte de ser leche cuajada y mohosa de vaca o de cabra? El propósito de esa leche es actuar como una hormona de crecimiento para un bebé que se convertirá en un mamífero de 1200 libras (en el caso de la vaca). ¡Imagínate comiendo queso hecho de leche de cualquier otro mamífero (rata, hipopótamo, chimpancé, humano)! Nuestra reacción visceral a esa idea es probablemente la que también deberíamos tener para las vacas y las cabras, sin embargo, hemos normalizado tanto el consumo de la leche de esos animales que no lo pensamos dos veces.
Debido a que es una hormona de crecimiento tan potente que no está destinada para los humanos, los lácteos están estrechamente relacionados con el acné, el aumento de peso, la hipertensión y el cáncer. (Aquí hay un artículo que resume mis sentimientos sobre los lácteos).
Lo que me pareció más inquietante es cómo se les trata a las vacas lecheras, las gallinas ponedoras y sus crías (incluso las de granjas “camperas” u “orgánicas”). No quiero ser demasiado gráfica, pero animo a la gente a investigar un poco sobre cómo funcionan las granjas industriales. Cualquiera que me diga: “No podría vivir sin huevos / queso / tocino”, siempre me hace pensar: “Podría mostrarte algunos videos y posiblemente pensarías de otra manera”. Estos animales soportan una existencia miserable, una vida corta llena de torturas que no le desearía a nadie ni a nada.
Mi esposo y yo pasamos el Día de Acción de Gracias en Savannah, Georgia, y fue allí donde comí lácteos y huevos por última vez. (¡¿Qué hay conmigo y hacer cambios importantes en la dieta mientras viajo?!). El domingo 25 de noviembre de 2018, hice mi primera compra completamente vegana en el encantador mercado Brighter Day de Savannah, y nunca he mirado hacia atrás.
Desde entonces, hemos llegado a confiar en varios restaurantes y un servicio de entrega de comestibles para probar nuevas recetas. Me sorprende ver la cantidad de mis comidas favoritas disponibles en forma vegana: emparedados Reuben,macarrones con queso, y helados por nombrar algunos.
Una vez que hicimos la transición, recuerdo haber pensado: “Eso es todo. Ahora que somos veganos, posiblemente no podríamos comer más sano”.
Pero claro, podríamos…
Una de las principales cosas que facilitaron la transición al veganismo fue la abrumadora cantidad de ingredientes de “reemplazo” disponibles. Mientras que me había imaginado que el veganismo era una vida de abstención, me sorprendió que pudiéramos disfrutar de Reubens de Native Foods, pizza de City O’ City y puré de papas y salsa casera de Watercourse. Comenzamos a cocinar nuestros propios platos veganos y estábamos encantados con lo fáciles, deliciosos y familiares que eran.
Sin embargo, llegó ese momento un día, mientras mordía una jugosa “hamburguesa con queso,” en el que pensé: “Esto será vegano, pero no puede ser una comida saludable.” Comencé a preguntarme con qué frecuencia debería comer comida vegana procesada en comparación con verduras, granos y legumbres frescas. También quería estar absolutamente segura de que estábamos cubriendo todas nuestras necesidades nutricionales, especialmente proteínas, hierro y vitamina B12.
El libro Becoming Vegan: The Complete Reference to Plant-Based Nutrition (Comprehensive Edition) es extremadamente informativo. También decidí tomar la Certificación de Nutrición Basada en Plantas en línea a través del Centro T. Colin Campbell para Estudios de Nutrición (CNS) y la Universidad de Cornell que fue revelador, particularmente al mostrar cuán exageradas son nuestras creencias sobre las necesidades de proteínas y cómo comer carne animal supera por mucho nuestros requisitos diarios y conduce a una serie de enfermedades que son prevenibles. Aunque todavía disfruto de la comida o antojo vegano ocasionalmente, trato de hacer que la mayoría de mi alimentación venga de alimentos basados en plantas sin procesar integrales o WFPB, por sus siglas en ingles.
Tengo que admitir que una vez comencé a seguir una dieta principalmente WFPB, me sentía bastante orgullosa de mí misma. Finalmente había conquistado tantos malos hábitos y ahora tenía la gran oportunidad de vivir una larga vida sin muchas de las enfermedades terminales que plagan las culturas modernas. Perdí siete libras, se me quitaron los problemas digestivos, y vi cómo mi cara, manos y articulaciones se desinflamaban a medida que la inflamación (que ni siquiera me había dado cuenta de que tenía) disminuía. Me sentí en la cima del mundo. ¡Wooo! ¡Mírame siendo lo más saludable que puedo ser! Por curiosidad, busqué una lista de posibles o ya conocidos carcinógenos para ver cómo iba en el proceso de eliminarlos (al menos aquellos sobre los que tengo control).
Etanol y acetaldehído… Conocido como “alcohol.”
Cualquiera que me conoce personalmente sabe cuánto adoro el champán. Mientras que encuentro deliciosos los vinos rosados secos, los blancos y los tintos de cuerpo medio, he sido un amante del champán durante años. Me encanta el sonido de celebración a la hora de descorchar una botella de champán, el olor de esa deliciosa mezcla de fruta + levadura + efervescencia, las elegantes copas y la historia misma del champán, especialmente la de la Viuda Clicquot. A medida que mi presupuesto crecía a lo largo de los años, también mi capacidad para explorar cosechas de alta gama, recorrer docenas de países vinícolas y unirme a varios clubes de vinos. Y beber más champán.
Si bien siento que nunca crucé la línea hacia el alcoholismo (gracias a Dios), creo que estaba bebiendo más de lo que se considera saludable. Esto es especialmente cierto de acuerdo a la recomendación de “siete unidades o cuatro vasos por semana” o, más recientemente, el estudio de 2018 que afirma que no hay una cantidad de consumo de alcohol que se considere segura.
Participé en mi primer enero de abstemio en 2018 y tuve que admitir que no tomar una merecida copa de burbujas por la noche fue más difícil de lo que me hubiera gustado admitir. Logré abstenerme hasta mediados de febrero, pero luego volví a los viejos hábitos. Lo intenté de nuevo en enero de 2019 con cierto éxito. Sin embargo, incluso estos descansos imperfectos de la bebida proporcionaron algunas nuevas ideas sobre los beneficios de abstenerse. Estaba durmiendo mejor y mi cara parecía más joven. Comencé a preguntarme, en palabras de Ruby Warrington de Sober Curious, “¿Sería mejor la vida sin el alcohol?”
A medida que comencé a tomar más en serio la nutrición, el yoga y otros hábitos de bienestar, el beber comenzó a convertirse en una hipocresía evidente que no me sentó bien. Podría tener todas las verduras frescas, batidos de proteínas y batidos de matcha que me gustan, pero nada de eso iba a contrarrestar el hecho de que literalmente me estaba envenenando a mí misma de forma regular. Quería cambiar mi forma de ver el alcohol. Una cosa es desear algo y desarrollar la fuerza para abstenerse (lo cual es genial), pero ¿qué pasaría si de alguna manera ni siquiera lo quisiera?
Una casual faringitis estreptocócica a principios de mayo, seguido de diez días con antibióticos, me dio la oportunidad que estaba buscando. Para cuando terminé con el medicamento, habían pasado dos semanas desde mi última bebida. Decidí probar algo loco—un verano completamente sobrio. Entre el “rosado todo el día” en el parque, las muchas cervecerías pequeñas de Colorado y numerosas reuniones y fiestas, el verano es la mejor temporada para beber. Si pudiera abstenerme durante todo un verano, razoné, podría hacer cualquier cosa. Me abastecí de kombucha y shrub (una bebida de vinagre de sidra de manzana sin alcohol) e invertí en algunas copas nuevas y elegantes. ¿Quién no se sentiría celebrando bebiendo algo así?
También me topé con un libro increíble que cambió todo para mí: Annie Grace’s This Naked Mind: Control Alcohol, Find Freedom, Discover Happiness & Change Your Life. Ella hace un trabajo maravilloso al describir los productos químicos que se encuentran en el alcohol, cómo afecta tus diversos órganos y por qué afecta tu mente y cuerpo de la manera en que lo hace. Me quedé impresionada al enterarme del vínculo del alcohol con el cáncer de piel, que era la razón por la que me despertaba a las 3:00 a.m. con mi “mente preocupada” dándome vueltas (pensé que era solo la edad), y que la razón por la que tan efectivamente “quita el borde” es debido a los síntomas leves de abstinencia, incluso en bebedores moderados.
Ahora que llevo dos meses y medio (¡solo cuatro vasos de burbujas desde que declaré mi verano sobrio a mediados de mayo!), me encanta cómo me siento. Mi sueño es increíble -verdaderamente reparador, “duermo como bebé “. Mi piel es más brillante. Mi mente es más aguda, puedo enfocarme más. Extrañamente, encuentro que anhelo el agua como si fuera una especie de elixir mágico (¿No lo es?). Honestamente, no paró de beber agua. Quizás lo más gratificante es que he notado tener calma tipo “zen”, a veces hasta euforia. ¿Sería que mi constante preocupación, demasiado pensar y mi ansiedad no serán parte de “la mediana edad” o “mi forma de ser”, sino más bien, al menos en parte, efecto secundario de una toxina realmente potente? (Una toxina que por cierto tarda DÍAS, no sólo 24 horas en abandonar completamente tu sistema, contrario a las suposiciones populares).
Ha sido un viaje alocado y una transición que todavía está en progreso. No hay duda en mi mente de que soy vegana de por vida, pero no sé dónde terminaré con el alcohol. No estoy diciendo que nunca volveré a tomar otra copa, sin embargo, lo que pienso del alcohol definitivamente ha cambiado. Me pregunto si me sentiré como Annie Grace que afirma que bebe todo lo que quiere tan a menudo como gusta… pero que hoy en día, eso es “ninguno” y “nunca”. ¡Qué sensación de libertad!
Copyright 2024 Centro de Estudios en Nutrición. Todos los derechos reservados.